Shawn
—De acuerdo, vamos a conocernos —dice, ocasionando que una sonrisa se extienda en mi cara. Siento el impulso de acercarme para besarla, así que lo hago. No obstante, mis labios no se encuentran con los de ella, se topan con su palma.
—¿Qué pasa? —pregunto, nervioso. ¿Ya tan rápido la cagué? Mierda—. ¿Hice algo malo?
Su mano todavía se encuentra entre los dos.
—Así es, hiciste algo mal, te estás saltando muchos pasos. Dijiste que nos conoceríamos, no puedes besarme hasta que nos conozcamos.
Lanza una risita traviesa al ver mi estado de conmoción. ¡Se está burlando de mí!
—Eso es perverso, preciosa, encontraré la manera —prometo con coquetería, la siento temblar.
Me obligo a soltarla, obtengo la bolsa plástica del compartimento trasero. Caminamos hombro con hombro sin decir nada por el camino empedrado del parque. La miro de reojo un par de veces y la encuentro sonriendo.
—¿Podemos comer en los columpios? —pregunta con su timbre aniñado—. Por favor.
Nos dirigimos a la zona de juegos, gracias al cielo está vacía, no soportaría tener que estar rodeado de niños gritones y llorones. No es lo mío, si hubiera sido otra persona me habría negado. Es decir, ¿cómo voy a comer en un columpio? Pero Natalie hace que haga cosas que nunca haría.
Lanzo una risotada ahogada al verla, es tan distinta a mí. Siempre he sido un chico callado, porque a mi padre no le gusta que haga ruido si está en casa, los placeres que cualquier niño ama me eran indiferentes.
No podía comer golosinas, no podía salir a jugar por las tardes porque tenía que estudiar para ser el mejor de la clase, no podía hacer nada más que seguir la rutina: clases, deporte, artes.
¿Cuándo fue la última vez que me columpié? Es muy triste porque estoy a punto de cumplir los dieciocho, no soy un anciano.
¡A la mierda! Dejo la bolsa en el suelo y la imito, agarro vuelo y me columpio. Nat suelta una carcajada y un grito de euforia. Es como si estuviera en mi motocicleta.
—¡El que dé el salto más largo gana! —exclama y quiero ganar con todas mis fuerzas—. ¡A la cuenta de tres! Uno… Dos… Tres…
No la veo, me concentro en mi propósito. Salto cuando estoy ascendiendo, caigo sobre mis pies. No veo a Nat delante de mí ni a mis costados, creo que gané. ¡Sí!
—Ouch. —Un quejido me alarma. La busco, y la encuentro a mis espaldas, arrodillada en el suelo, está haciendo una mueca. Sin demora, me acerco para ayudarla a levantarse—. Genial, me hice un raspón.
Coloco las manos en sus antebrazos y la levanto.
—¿Estás bien? Vamos a ver qué te pasó. —Busco a mi alrededor, pero no veo una banca cerca, por lo que la llevo al columpio para que se siente en él. Está demasiado callada, ¿se habrá pegado en otro lado?
Una vez que toma asiento, me arrodillo delante de ella y examino el raspón lleno de tierra. ¿Ahora qué hago? No puedo dejarla así.
Rápidamente pienso en lo que tengo a la mano, sería genial tener curitas. Compré una botella de agua en el restaurante, es un milagro, así que la obtengo del interior de la bolsa junto con un par de servilletas. Quito el tapón.
—Quizá moleste un poco, preciosa. —Le doy una mirada porque no ha pronunciado palabra, solo me mira con atención y asiente. Dejo que el chorro de agua caiga sobre su rodilla.
—Uh. —Su quejido me pone nervioso. Me apresuro, lanzo un suspiro aliviado cuando la zona queda limpia. Soplo despacio y limpio con la servilleta dando leves toques por toda su pálida piel.
—Listo, me gustaría ponerte pomada, pero esto es lo mejor que pude hacer. —Sus ojitos se cristalizan, sin embargo, parpadea y mira hacia otro lado para que no me percate de ello, demasiado tarde. Tomo su barbilla y hago que me enfrente—. ¿Qué sucede?
—Lo siento —susurra con la frente arrugada, yo niego porque no entiendo un carajo—. Lamento haber estropeado nuestra cita, me prometí que no haría cosas estúpidas y fue lo primero que hice. Yo…
Pongo mi dedo índice sobre sus labios para que guarde silencio. Me atrevo a tomar un mechón de su cabello rubio, es suave y se siente como la seda entre mis dedos.
—Por favor, nunca vuelvas a prometerte eso, no haces cosas estúpidas. El raspón fue un accidente —digo—. Me gusta estar contigo porque eres diferente y genial. Hacía mucho tiempo que no me columpiaba o jugaba a algo que no fuera un deporte, hacía mucho que no me divertía tanto con una chica. Entonces, te pido que no seas aburrida como las otras, porque así eres increíble. No cualquiera se vería apetecible con un gorro de hamburguesa.
—Hamburguesa con doble queso —aclara con una tímida sonrisa.
—Hamburguesa con doble queso, más delicioso todavía. —Sus mejillas se sonrojan, me dan ganas de morderlas—. ¿Quieres cenar?
Y es así como nos dedicamos a comer las ricas hamburguesas del señor Pimiento.
—¿No te gustan los deportes? —pregunta sin saber que es un tema que me entristece, nadie lo sabe, ni siquiera Hannah. En mi mundo de perfección no está permitido decir que detestas lo que se supone deberías amar.
—No, no me gustan.
—Entonces, ¿por qué lo haces? —pregunta, atónita. Deja de comer y me observa con los párpados bien abiertos.
—Porque mis padres esperan que lo haga —murmuro.
—¿Te exigen que estés en el equipo de atletismo? —cuestiona a lo que asiento—. ¿Y qué te gustaría hacer?
¿Que qué me gustaría hacer? Eso es algo que nunca nadie me ha preguntado, ni siquiera yo mismo sé qué quiero hacer.
—Me gusta bailar —digo esperando que mi confesión no la haga reír. Sus labios forman un círculo. Algunas personas piensan que los chicos no deben bailar, por eso no me he atrevido a decírselo a mis padres, pero Nat luce realmente interesada.
—¿Bailar al estilo Michael Jackson? —pregunta con un dejo de diversión. Las risas burbujean, el día de la fiesta hice pasos extraños, quiero que vea que puedo ser decente.