Después de pasar unas cuantas horas con mis primos y algún que otro desconocido, llegó la hora de ir a casa. Son algo menos de tres horas de viaje y en compañía de mis primos. Mariela viajó solo un día para controlar el trabajo. Al ver personas desconocidas habrá sido raro, no suele haber turismo en un lugar desolado. Es un pueblo muy chico y la cantidad de habitantes son nulas, poco más de mil personas hasta la última vez que estuve allá. Todos se conocen y es el lugar perfecto para alejarte todo el estrés de la ciudad.
La camioneta de Juan Manuel es de lo más cómoda, nada de estar apretados por más cantidad de personas que los ocupen. Él mismo es quien maneja y a su lado está muy a gusto Fernando, mientras Mariela y yo nos conformamos con estar en los asientos de atrás. Aunque somos cuatro los que estamos viajando, el calor de verano sin dudas es de lo peor. Pero si hay algo peor que el calor del mediodía, son los gustos musicales de mis primos. ¡Por dios! ¿Maluma? ¿Es una maldita broma?
- ¿Sabés que canciones me rompen menos los ovarios? ¡Las de Arjona!- interrumpo la conversación que mantenían no sé de que mierda.
- Lamento desilusionarte Valentina, pero Ricardo Arjona será lo último que vamos a escuchar.- responde Fernando mirándome por el espejo retrovisor y se encoge de hombros- Estoy al mando de armonizar un poco el ambiente...
- ¡No me jodas! ¿Dónde está la armonía?- me enojo y se lo hago ver con mi tono elevado de voz- ¡Es Maluma!
- De saber que sos delicada con la música, viajabas sola y nosotros estaríamos en casa.- ahora es Juan Manuel quien sigue el rollo- Sos la primera en quejarte, a todos les gusta escuchar.
- ¡Eso fue lo que dije! Creo haber dicho que tomaría el tren a Tucumán, que me deja en la estación y de ahí me las arreglaría.- ni bien me había enterado del nuevo trayecto del tren y que me dejaría cerca de casa, fue la primera opción- Tenía todo armado en mi cabeza de como llegar a casa, solo que ustedes insistieron conocer el pueblo.
Miro la ventana y observo pasar los autos a nuestro lado, los miro mal como si tuviesen la culpa de esta discusión. Saco de la cartera los lentes de sol y mis auriculares inalámbricos, quiero perderme en mi propia playlist que armé antes de venir para acá. Recién estamos transitando la General Paz mano a provincia, que nos lleva a Panamericana y de ahí camino a zona norte del Gran Buenos Aires, peor será el resto del trayecto hasta el norte de la provincia. El tránsito es un caos.
En una de las paradas para la carga de combustible, no puedo desviar mis ojos de un parlante portátil que está en vidriera de una pequeña casa de electrodomésticos. Lo bien que me vendría ahora, ya que cuando me fuí a Alemania estaba lejos de mis planes volver. Por otro lado, tampoco es que en ese tiempo fuesen de lo más populares y económicos como lo son ahora. Y con lo que gano puedo darme el gusto de comprarme uno para no aburrirme en casa.
No dudo en dirigirme hacia el local y siento los pasos de algunos de mis primos, aunque diría que Mariela es quien me sigue. Necesito actualizarme en todo, con televisión nueva y cambiar los electrodomésticos de la casa que han de estar en mal estado. ¡Dios mío! ¡Dejé a la deriva mi propio hogar! ¿Cómo pude ser tan inconsciente? Todo el esfuerzo de mis padres por mantener la chacra, el campo que tanto cuidaban y yo como una estúpida lo ignoré. ¿Que diría mamá al ver su santuario de tal forma? O mi padre con el pastizal tan alto que hasta sus vacas se perderían en ellos...
No recuerdo en que momento compré el parlante cuando veo a Fernando correr hacia nosotras para cargarlo a la camioneta. Es un poquito pesado y con las muletas me imposibilita hacerlo yo sola, Mariela es una debilucha que de solo darle mi bolso de viaje se quebraría. No le haría nada malo si se internara en un gimnasio por un par de semanas...
- ¿De qué vivían?- la pregunta de Juan Manuel me despierta de mis pensamientos- Acá no hay nada de ciudad...
Ya estábamos a pocos kilómetros de llegar a mi hogar y la verdad es que me crié en el medio de la nada. El vecino más cercano está muy alejado a lo que acostumbra una persona de ciudad que lo tiene a un paso. Siempre fuimos papá, mamá y yo, sin contar a los trabajadores que tenía él para el trabajo de campo.
- Mi papá tenía una cierta cantidad de hombres para ordeñar las vacas y otros para el control del rebaño mientras salían a vender esos litros de leche, eso sin contar a los que se dedicaban a la cría de potrillos y el cuidado de los caballos. Por otro lado, mamá tenía gallinas ponedoras y vendía huevos.- suspiro al recordar la cantidad de veces que los ayudé.
- ¿Solo de eso vivieron?- el tono de voz de Fernando sonó tan fuerte de lo sorprendido que está- A diferencia que nosotros lo compramos en un supermercado, los tamberos no ganan nada.
- Mientras yo estaba en la escuela, mamá hacía bizcochuelo y tarta frola con café o chocolate caliente y salíamos a vender en la entrada del pueblo. O de camino se compraba tapas de alfajores y coco rayado, hacía el dulce de leche casero y también los vendía- lo miro por el espejo y su expresión es de no creer lo que está escuchando- Ella sabía cómo manejarse para vender, no sé como lo hacía pero se las arreglaba. Salía de la escuela y ella me esperaba en el auto que nos íbamos hasta allá. Nos encontrábamos con papá en la plaza y almorzábamos ahí todos los días. Él iba a casa a seguir con el trabajo en el campo y nosotras hacíamos lo nuestro...
No veo la hora de que termine la clase. Miro el pizarrón negro que está frente a mí en lo que la maestra que no deja de escribir y explicar no sé de las ecuaciones. Odio los números, nunca me gustó la materia. En realidad, esto de estudiar nunca me gustó. Prefiero ayudar a mamá a preparar las cosas para salir a vender, pero se rehúsa a que pase las veinticuatro horas del día con ella.