Volvimos a la cocina comedor donde Abel conversa con Sabrina, que está acompañada de un tipo de estatura promedio. Su pelo negro es muy corto que no creo que se peine y por lo que se ve, el color de su piel es muy llamativo.
- ¡Pero este chico necesita un bronceado urgente!- muerdo mis labios para no reírme por lo que dijo Mariela. Es que su piel es demasiado blanco- ¿No es demasiado para que te traigas un novio del polo sur?
Mi amiga se gira a nosotros al igual que el chico y frunzo mis labios asintiendo con la cabeza al recorrerlo con la mirada. Sin dudas lo que llama la atención son sus ojos azules que resaltan más por su piel extremadamente blanca. Dirijo la mirada a la chica rubia que me mira mal, pero una sonrisa aparece en sus labios al ver mi aceptación. Tengo que recordar que es celosa.
- ¡Increíble! Creí que era un chiste.- el chico se acerca hasta que queda frente a mí y la expresión en su rostro se ve fascinación- Cuando a Sabrina me dijo que te conocía no le creí.- miro a la recién mencionada y se encoge de hombros.
- Y yo me sigo preguntando como es que me reconocen.- el chico que apenas a de pasar los veinte años me sonríe aún más. Da un poquito de miedo- Valentina Ferro, pero creo que eso ya lo sabías.- digo a ver que ni siquiera pestañea.
- Ariel para servirte...
- ¡Qué bueno que decís eso!- grito exaltada haciéndome la sorprendida y Sabrina tapa su boca con la mano. Estas expresiones mías eran muy comunes antes de ir a Buenos Aires- Tu novia me dijo que sos mecánico, y en el garaje deben estar la C10 de mi papá y el Falcon de mi mamá.- le hago seña para que me siga, pero todos están interesados que vienen con nosotros.
El garaje está pegado a la casa, lo que no hace caminar mucho y yo no hago mucha fuerza con las muletas. Las puertas de chapas están enganchadas por un alambre bastante grueso que me complica un poco desengancharlas, algo al que me había olvidado. Como la puerta se abre para afuera, Ariel me ayuda para empujar las dos hojas a la vez y no tardar tanto con uno y otro. Mis ojos van a las ruedas, que lo más seguro es que estén pinchadas.
- ¿Y ese 147 de atrás?- la pregunta de Fernando me descoloca.
- ¿Cómo que una 147?- pregunto y me aferro fuerte a las muletas para ir hacia donde mira mi primo.
- Papá ama estos autos, ¿Cómo es que aún se conservan?- lo ignoro a Juan Manuel mientras sigo mi camino.
Atrás de la camioneta veo el auto que le había pedido a papá para cuando cumpliera la mayoría de edad: una Ford 147 rojo. Un sollozo escapa de mis labios sin impedirlo, la vista se me nubla a causa de las lágrimas. No puedo creer que papá no se olvidara a pesar de la depresión por la ausencia de mamá. Hay algo en el asiento que me llama al atención y me acerco para toparme con algo parecido a una carta. Abro la puerta y al lado de ese papel están las llaves, agarro las dos y cierro. Doy vuelta y apoyo la parte baja de mi espalda al mismo en lo que desdoblo el papel.
Apenas puedo llegar a terminar de leer por las lágrimas. Papá me necesitaba y yo no estuve para él. Los sollozos son cada vez más fuertes y el dolor en el pecho es tanto que me está dejando sin aire. No puedo creer que haya pensado en mí misma cuando él estaba peor. Las muletas caen al piso y caigo con ellas, puedo sentir las pisadas que rompen mis tímpanos... O soy yo la exagerada. Estiro la pierna que tengo bota y no joderme la rodilla, que hasta ahora no me está jodiendo.
- ¡La re concha de la lora!- alguien me patea el pie y siento como una vibración hasta la rodilla- ¡Por qué mierda no miran por donde caminan!- veo a mi joven amiga que me mira avergonzada y su rostro se pone colorado.
Cierro los ojos y apoyo la cabeza en la puerta del auto en lo que siento un par de brazos rodearme. No me importa quien sea, solo necesito quitarme este nudo en mi pecho. Mis manos aprietan la prenda de ropa de quien me está abrazando y escondo mi cabeza en su cuello. Siento como mi cuerpo se relaja ante el tacto de la mano que acaricia la parte baja de mi espalda. No sé cuanto años hace que no sentía un abrazo tan reconfortante como este. Mamá era de abrazarme mucho, más cuando me daban días libres del trabajo y venía a verlos. Levanto la cabeza para agradecer a Juan Manuel o Fernando que me acobijó en este instante, pero me sorprende que no sean ninguno de los dos, sino el tipo que está remodelando mi casa. Y esos típicos ojos marrones me devuelven la mirada angustiada, me consoló como si nos conociéramos de siempre y no hace unos minutos. Quedo fascinada por el cambio de color de sus ojos y los míos van a sus labios para quedarme viendo como una pelotuda.
- Gracias.- susurro con algo de timidez. Es que no soy de mostrarme débil, al menos no delante de personas que apenas conozco.
- No tenés que darlas.- me responde con una media sonrisa y se pone de pie para ayudarme hacer lo mismo- ¿Qué...?- su pregunta queda en el aire mientras mira la bota ortopédica.
- Solo un accidente en el trabajo.- me encojo de hombros restándole importancia... Él no sabe quien soy. Suspiro un par de veces hasta recomponerme para mirar al novio de la rubia- Solo revisalo. Me decís el presupuesto y si necesitás plata, solo me lo pedís.- él asiente y lo sigo con la mirada hasta la camioneta- ¿Sabés donde hay algún banco? Necesito tener algo de efectivo a mano.- ahora le pregunto a Sabrina.
- La ciudad más cercana está a media hora por si lo olvidaste.- me contesta mientras ve a mis primos y vuelve a mí- Te recomiendo que aproveches ahora que tenés quien te lleve y no tardás tanto por transporte público. Más si con estos años que no apareciste no hubo ningún cambio.- suspiro y pongo los ojos en blanco. Del pueblo sale una sola línea de colectivo, pasa cada una hora y el tiempo de viaje ni hablar... Un infierno.