Mis Días Contigo

Capítulo 10

Son las cuatro y media de la tarde, y el calor no da tregua. Voy por otro baño de agua fría para salir, no me quiero imaginar lo que debe soportar Abel con esa ropa que usa. Luciana decidió volver a su casa y comentarle a su padre por el asunto de la electricidad, tal vez conozca a alguien que sepa solucionar este problema. Esto de soportar las altas temperaturas sin un ventilador es algo que me desacostumbre al vivir en Buenos Aires.

Salgo del baño sin siquiera secarme del todo el cuerpo y corro como puedo a mi cuarto. Entre la ropa que saqué de la valija, encuentro una calza corta de color negra y una musculosa deportiva azul claro. Me lleva un poco de tiempo ponerme la calza, pero lo suficiente para no hacer esperar tanto a Abel. Ya perfumada, con el pelo recogido, lentes de sol y billetera en mano, me coloco las muletas debajo de mis axilas y voy a la sala.

Me sorprendo al verlo con otra ropa, que no le queda tan justo como lo ví desde que llegué ayer. Al darme la espalda, no sabe de que mis ojos lo recorren de pies a cabeza. Remera sin mangas blanca, bermuda gris oscuro y zapatillas deportivas negras. Lo que me sorprende es que al darse vuelta, tiene lentes. Es un estilo retro de color marrón transparente y no le va con lo que tiene puesto, es un aire entre chico malo sin músculos y el nerd. Levanto una ceja al ver que se pone colorado, supongo que no soporta el calor.

- ¿Por qué no lo usas?- le pregunto señalando los lentes- Se te ve bien...- a su manera, pero no le queda nada mal.

- No lo creo necesario utilizar cuando veo bien y no tengo la necesidad de salir.- se encoge de hombros y saca un juego de llaves del bolsillo de la bermuda- Ahora tengo que manejar, la chica rubia prohibió que pisaras el acelerador.

- Esa enana maldita se piensa que uno tiene que hacer lo que diga ella.- paso a un lado de él y me encamino al garaje- No estoy por morir, solo me jodí la rodilla.

- Prefiero hacerle caso.- llego a la puerta cuando escucho sus pasos y siento su presencia detrás de mí- Me da un poco de miedo...- susurra cerca del oído y trato de ocultar el temblor de mi cuerpo.

Sabrina viene hacia nosotros a pasos acelerados, motivo del porqué habló bajo a lo último. Miro de reojo a Abel que no deja de mirarla, vuelve a mí y puedo ver la expresión de miedo. Dirijo mis ojos a ella, veo que le hace señas con sus dedos indice y el medio de sus ojos a él. Así un par de veces hasta que se da cuenta que la estoy mirando. Me da la espalda haciéndose la desentendida y sigue su camino, yo solo río en lo infantil que se vio. Parece la misma chica que vi la última vez. Es como que no hubiesen pasado esos años que no supimos nada una de la otra, solo que somos adultas y sin sentir esa ausencia.

Veo la camioneta frente a mí y Abel me espera con la puerta del lado del acompañante abierta. Me saca las muletas y lo deja entre los asientos mientras siento sus manos en mi cintura, levantándome hasta el escalón. Yo solo quedo muda, sorprendida por tal acto.

- Mientras te acompañe, mantené esa rodilla en reposo.- lo escucho y lo veo volver dentro de la casa.

Después de veinte minutos de viaje, llegamos a la ciudad. No recuerdo que viniera a este lugar más de una vez en una semana, máximo venía cada dos o tres meses. Nos llevó otros cuantos minutos encontrar un lugar para estacionar, hasta que apareció a mi vista y lo guío. Abel se veía bastante frustrado hasta que estacionó la camioneta y se bajó, no sin antes decirme que lo espere. Veo que rodea la camioneta hasta que llega a mi lado, abre la puerta y le paso las muletas para después sacarme el cinturón de seguridad. Me tiende su mano y me aferro a ella, iba a ser complicado bajarme sola cuando el peso cae en la rodilla esguinzada.

- Gracias.- le digo cuando ya las muletas están debajo de mis axilas y le sonrío.

- Mientras te acompañe, no tendrás que forzar la rodilla.- veo que se acerca más a mí y me tenso- Y lo voy a cumplir.- escucho el golpe de la puerta al cerrarse y suelto el aire que retenía en mis pulmones.

¿Qué mierda ocurre conmigo? No paso mi tiempo rodeada de hombres, pero mis "amigos" no me hacen sentir así. Entonces, ¿Por qué con Abel es diferente? Cuando lo tengo cerca mi cuerpo reacciona. Por algún motivo me gusta sentirlo, es agradable. Son esas sensaciones que leí algún tiempo atrás en los libros de romance, mi género favorito. Porque son solo eso, una simple historia. Y tengo que ignorar.

Miro a mi alrededor buscando alguna tienda de ropa para hombre. Mis manos de aferran al mango de las muletas, Abel camina a mi lado y no puedo evitar mirarlo de reojo ver que tiene lentes puesto... Por más de que lo conozco hace un día, la sensación de familiaridad es totalmente diferente al de unos completos desconocidos. Controlo en la faja de la calza que no se me pierda el celular y la billetera, si lo pierdo no tengo con que pagar. A unos ciento cincuenta metros de la playa de estacionamiento encontramos una tienda y no dudo en dirigirme al lugar.

Le digo que elija la ropa que quiera, o mas bien lo que necesite. La vendedora no tarda en aparecer y sí, me reconoce. Hablo con ella en lo que Abel recorre el lugar, y le termino diciendo el motivo del porqué vinimos. De la nada desaparece de mi vista y él se acerca con una montaña chica de ropa, son pocos a decir verdad. Estoy por reclamarle cuando escucho ruidos de donde vi desaparecer a la vendedora y viene arrastrando una bolsa de consorcio.

En resumidas cuentas pagué dos remeras, dos musculosas, dos bermudas, ropa interior y un equipo deportivo. Esto último es porque todos los domingos hay fútbol, algo sagrado en el pueblo y que no cambió desde que me fui a Buenos Aires. Claro, en ese entonces las mujeres no podían asomarse a la cancha, solo iban a ver o simplemente perder el tiempo para no estar solas en casa... Ahora no sé si sigue igual. Eso era lo que hacíamos con mamá mientras papá era el encargado de hacer el asado para todos.



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En el texto hay: amorimposible, futbolista, regreso

Editado: 22.10.2023

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