Abro los ojos y veo los pies de mi amiga. Lo que recuerdo que ayer insistió Sabrina y me llenó la cabeza: me gusta Abel. No sé en qué momento pasó eso, o al menos es lo que me intenté repetírmelo en la cabeza desde que lo conocí. Juro que traté de esquivar cada sensación se sentía y siento al estar frente a Abel, pero se ve que nada fue lo planeado. Terminé cayendo como una reverenda pelotuda, así es la única manera de manifestar lo que me pasa.
Busco a tientas el celular para ver la hora: son las seis y media de la mañana. Veo la ventana que no da mucha luz solar, se ve que el día amaneció nublado. La idea es que Sabrina me acompañe con el auto mientras yo camino. Al menos voy a saber que tengo a alguien que pueda socorrerme, aunque tampoco voy a arriesgarme mucho.
- Sabri, levantate.- mi voz sale ronca- Dale antes de que haga más calor.- y es que no cesó en toda la noche- Por cierto, gracias por prestarme el ventilador. Lo podés llevar cuando me vaya.- le agradezco y salgo de mi cuarto directo al baño.
Pasé toda la estadía soportando el calor sin un ventilador, y es que tampoco se me cruzó por la mente preguntarle si tenía uno, o comprar cuando vine con mis primos. De no ser porque ella no soporta el calor y anoche fue a su casa a buscar uno, me seguían comiendo de lo lindo los mosquitos.
Vuelvo a mi cuarto, me encuentro con que Sabrina no está y escucho voces que proviene de la cocina comedor. Me tenso al reconocer la voz de Abel. Retrocedo hasta la puerta para escuchar de lo que hablan, pero no son más que murmullos. Cierro los ojos y suspiro para luego hacer lo mismo con la puerta... Odio este sentimiento, es un arma de doble filo. Es increíble la primera vez que la sentís, pero hay muchas veces que lo usan y te pisotean como si fuese una mierda. No quiero caer en eso de nuevo.
Abro la valija y saco el conjunto deportivo que siempre uso cuando salgo a correr. Consiste en una calza negra, una musculosa y top blanca, una campera azul francia y un par de zapatillas fuscia. Es ropa de media estación, no me voy a preocupar tanto por el calor que se siente a esta hora. Me tomo el tiempo para ponérmelas y calzarme las zapatillas mientras pienso que tengo que viajar en estos días, no había pensado en volver lo que llevo en casa. Creo que al final Muller tenía razón, el mejor lugar donde podía recuperarme de la lesión era acá.
Salgo del cuarto y me dirijo a la cocina, directo a la heladera para cargarme una botella de agua. Le hago seña con la cabeza a mi amiga para que me acompañe. La idea es que ella me siga de cerca con el auto mientras yo intento ponerme a prueba.
En lo que espero mientras ella agarra el termo, el mate y un paquete de galletitas, yo trato de hacer algo de estiramientos bajo la atenta mirada de Abel.
- Nada de que preocuparse, solo trato de que no me afecte cuando empiece a trabajar.- es lo único que le digo al notar algo de preocupación- Paso todo el día en movimiento y quiero poner a prueba la rodilla.- me encojo de hombro y sigo el mismo camino que Sabrina, que justo estaba saliendo.
Todavía no estoy en confianza de decirle a que me dedico, pero no creo necesitarlo porque después de que vuelva a Alemania no lo veo más. Y por más de que Abel me guste, eso no significa que me invente una gran historia en mi cabeza... Aunque en un principio pensé en llevármelo pero tengo que ser realista, esto no es una historia sacada de un libro y los finales felices no existen.
Veo que mi amiga tomó el mando del volante, así no me queda otra que acomodarme en el asiento de acompañante. Mientras ella maneja, yo le voy cebando mate y sin saber donde me lleva... Hasta que se digna a hablar.
- Espero que no te moleste, pero me parece lo más lógico que pruebes tu resistencia en la ruta.- suspiro y asiento- Tenés que salir del país lo más recuperada posible. Lo que hagas en Alemania ya no es problema mío.- la miro frunciendo el ceño y ella se encoge de hombros- Hice todo lo que estuvo en mis manos para que conseguir alguien que sepa de tu lesión... Soy una buena amiga después de todo, ¿no?
- Me alegra saber que puedo contar con vos Sabrina.- le sonrío y le doy unos golpecitos encima de su pelo rubio- Me sentiría más tranquila que se queden en casa cuando me vaya.- hago el intento de mirarla pero la camioneta se frena de golpe.
- ¿Lo decís en serio?- grita tan fuerte que los sienten mis tímpanos- Ya nos estamos cansando de que mis padres que no nos dejan...- su frase queda al aire y abro los ojos al saber donde va con lo que quiere decir.
- Si, en casa pueden hacer lo que quieran.- me acomodo en el asiento y ella pone en marcha el vehículo- Incluso nadie los van a molestar. Estar en el medio de la nada tiene una gran ventaja.- se me viene a la mente lo que me dijo Jimena antes de venir y sonrío.
- ¡Espectacular! Pero voy a hacer respetar tu casa.- suspiro de nuevo al notar que sabe a lo que me refiero.
- Si conseguís materiales, te regalo un pedazo de tierra.- frena de golpe de nuevo, solo que esta vez me siento aprisionada por sus brazos.
- ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!- grita en mi oído y yo solo puedo sonreír por su felicidad- Ariel se va a poner feliz cuando se lo diga...
- Y lo más lejos del mío si es posible.- le interrumpo y ahora se ríe- Hablo en serio. Seremos amigas, pero la privacidad ante todo.
Nuestra mañana transcurre en que me pruebe a mí misma cuanto puedo resistir toda esta movida después de unas semanas inactiva mientras Sabrina me sigue con la 147. No sé cómo, pero se corrió la noticia de que estoy en el pueblo. Cuando siento que mi cuerpo no da más, veo una gran cantidad de gente en la entrada... Es cuando me doy cuenta que pude aguantar unos cuantos kilómetros a pesar del reposo absoluto.
Cuando llego, las personas se acercan y me abrazan a pesar de que sudo como chivo negro. Muchas mujeres las llego a reconocer, fueron mis compañeras de escuela. Lo que más me sorprende es que algunas de ellas ya tienen hijos.