Alegría...
Esa es la palabra perfecta que describe mi sentimiento ante ese día.
Recuerdo el momento más feliz de mi vida. Fue exactamente un doce de abril.
Estaba rodeada de mujeres risueñas acomodando, y encargándose de los últimos detalles. Mi peinado, mi vestido, mi maquillaje, procurando que todo quedara perfecto, puesto que era un día especial.
Cuando todo estuviera listo, sería el momento de dar un gran paso, uno que transformaría mi futuro.
Comencé a caminar por ese sendero que iba siendo adornado por pétalos de rosas blancas, arrojados por esas niñas caminando frente a mi.
A mí alrededor veía rostros de pura felicidad.
Mi vestido resplandecía con la luz del sol y el cielo estaba más azul de lo normal.
Al alzar la mirada, me encontré con la suya, podía sentir todo el amor que me tenía y su sonrisa denotaba satisfacción de que sea yo su compañera, la que él había elegido para compartir toda una vida.
Apreté el ramo aún más contra mi pecho al sentir que llegaba al final, dónde su mano extendida me esperaba.
Sin dudarlo la tomé y sentí su calidez, esa que siempre me gustó.
La ceremonia comenzó, dijimos nuestros votos matrimoniales, pero lo único que nos importó fue el coincidir en una sola frase:
"Sí, acepto"
(...)
La luna de miel fue la que siempre soñé, me sentí plenamente amada, deseada, valorada. Sus besos, caricias y esas palabras susurradas, dónde me aseguraba lo feliz que estaba por haberme elegido.
Yo también estaba más que contenta, me sentía la más afortunada del mundo por tenerlo a mi lado, rodeándome con sus brazos, protegiéndome, haciéndome sentir segura.
Así fue cada noche, sentía que era completamente dueña de su vida y él dueño de la mía.
Sin embargo, todo lo bonito tiene sus oscuros matices...
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Editado: 19.07.2022