Hace muchos años tenía el hábito de acumular cosas. Mi casa parecía limpia porque estaba sacudida, barrida y trapeada; sin embargo guardaba una serie de objetos que nunca usaría, aunque en mi mente aseguraba que sí.
Desde que dejé el hogar materno he vivido en nueve casas diferentes y cada una de ellas ha implicado una exhaustiva mudanza. En esas ocasiones algo me hacía clic en la cabeza por la cantidad de objetos que salían a relucir pero estaba negada a hacer un cambio radical.
Un día decidí ver a mi alrededor como si fuera un visitante. En la cocina había una canasta con flores artificiales descoloridas que por alguna razón conservaba; un cajón lleno de recipientes para guardar comida a las que faltaba la tapa, ollas sin asa y sartenes sin teflón. La sala y comedor tenían centros de mesa y adornos obtenidos en algunas fiestas. En el cuarto de mi hija mayor había una pila de cajas de juegos de mesa que hacía años nadie voltea a a ver. Lo más escalofriante era un cuarto completo dedicado a guardar artículos dañados: ventiladores rotos, mesitas con el vidrio cuarteado, burro de planchar oxidado, alfombras manchadas. Con mi nueva perspectiva eso parecía casi un infierno. Eso sí, no me gustaba tener cosas fuera de su lugar, en la cocina nunca aparecería un shampoo, una mochila o una cera de zapatos.
Si cada 3 meses sacaba ropa, zapatos, juguetes y otros objetos para donar. ¿Cómo era posible tal pandemónium?
Decidí deshacerme de todo lo innecesario y aprendí a no meter a la casa objetos que nunca utilizaría. No volví a tomar los recuerditos que dan en las fiestas, preferí que se los llevara alguien más.
Opte por usar cajas de plástico de diferentes tamaños. Por ejemplo, una pequeña para medicamentos básicos que no deben faltar, otras para documentos importantes. Cada cosa debe estar en su lugar con su clase familiar, algo así como la actividad que hacen a los niños en el kínder: 'encierra los objetos que pertenecen al conjunto'; los zapatos están en el closet con los demás zapatos; la ropa acomodada en orden; las toallas en el espacio para los blancos; en la lavandería se pueden ver los detergentes, suavizantes, etc.
Las sobras de comida no deberían ser muchas porque suelo cocinar lo necesario; sin embargo a veces el niño no se comió las yemas, la niña dejó pollo, las albóndigas no les gustaron, etc. Todo va directamente a una bolsa de plástico que guardo en el refrigerador; su destino: alimentar perros callejeros, ellos no le hacen el feo a nada.
A veces me topo con obstáculos que impiden que mi hogar luzca organizado, son tres personitas que sé que poco a poco aprenderán la paz y armonía que conlleva el orden.
He oído de una famosa chica japonesa o china que cobra por tirar tiliches y dejar las casas limpias. Heyyyyyy, yo empecé antes.
Adriloch