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DE CARÁCTER FUERTE

-¡Qué puedo hacer, soy de carácter fuerte, lo heredé de mi madre! -dijo a manera de justificación después de tanto tiempo sin comunicarse tras sentirse herido por algo que solo él sabía.

Ella guardó silencio. Recordó las veces que la había ofendido por decir lo que pensaba, por no cumplir con expectativas que solo satisfacían a él, por celos injustificados o porque simplemente no estaba de humor. Las palabras que solían coronar la explosión sonaban a adiós para siempre. De esos para siempre que podían durar una semana, quince días, un mes o un año.

Cuando él hablaba del profundo cariño que le había tenido y la acusaba de no haber luchado por su amor, recibía una negativa tajante que golpeaba su orgullo y optaba por castigarla. Había aprendido que dejar de hablar y manifestar rechazo era el correctivo perfecto. Así aparecía y desaparecía de su teléfono en un bucle interminable. La última vez que conversaron, doce meses antes, aceptó que sería imposible encontrar una partícula de humildad en el fondo de esa escondida consciencia.

Se comunicó de la nada, como si apenas el día anterior hubieran platicado. Ella le contestó en la misma sintonía e intercambiaron mensajes triviales.

-¡Dime lo que piensas, no te quedes callada! -la alentó.

-¿Estás dispuesto a escucharme? -preguntó incrédula.

-¡Por supuesto!

-Bien. Estoy aprendiendo a ser de carácter tan fuerte que escoja callar cuando quiera estallar, ofender, herir, calumniar, criticar o juzgar a los demás. Deseo tener la humildad de reconocer mis errores, pedir perdón, vencer mi gran ego, aplastar mi orgullo y soberbia; valorar a los amigos reales aunque cometan errores al igual que yo; decir te amo con acciones y con palabras. Quiero dejar de ir tras las personas que deciden alejarse porque sé que necesitan tiempo para sanar esa ofensa real o imaginaria o simplemente porque el ciclo terminó. Sé que luchar por amor no es aguantar maltratos sino dar y recibir mucho. Intento bendecir al que me odia, al que me envidia, al que habla mal de mí y al que me hace daño. Mis acciones malas ya las hice, tanto así que me cansé y dije ya no más. Quiero ayudar a quien pueda, decir palabras de aliento al que sufre y acompañar al solitario; tocar a los animales sin hogar; agradecer por lo bueno y por lo malo; desprenderme de ese objeto que me encanta si hace feliz a mi amigo o a mi enemigo. Espero aconsejar solo a quien lo pide evitando sentirme superior por no estar en sus zapatos. Debo entender que en ocasiones remar contra corriente no es luchar y a veces lo mejor por hacer es no hacer nada. No deseo un amor a medias, ser usada o usar para no estar sola. Necesito admitir que mis decisiones no fueron las correctas y dejar de culpar a otros. Mis mejores maestros han sido: el dolor, el abandono, la soledad, la pérdida, el remordimiento y las lágrimas. Curiosamente en el pasado no aprendí con las bendiciones que tenía porque las di por hecho.No quiero ser perfecta pero cuando logre todo eso podré decir que tengo un carácter fuerte. Espero no llegar a los 70 años sin haber aprendido porque eso significaría que la vida ha pasado de largo y quizá cumpla los 100 sin haber despertado.

-¡Vaya que te encanta echar rollo! -dijo él cuando ella hizo una pausa-. Jajaja casi me duermo, deberías aprender a hablar concreto. ¡Adiós! Hablamos cuando estés de mejor humor, creo que andas en tus días.

-Adiós, que estés bien -se despidió ella sonriendo al saber que pasarían días o tal vez otro año sin saber de él.

Adriloch



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En el texto hay: misterio, amor, drama -romance

Editado: 28.04.2024

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