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Cecil jamás había aprendido a liar con los adolescentes. Siempre gustó por trabajar con alumnos mucho más pequeños. Esos dulces niños que dejaban jugosas manzanas en su escritorio o florecillas silvestres en un pequeño vaso de unicel.
Pero ahora que su madre estaba enferma y con más achaques de lo habitual debía ganar más dinero y la oportunidad de suplir en la preparatoria estatal llegó como un milagro que le provoco ansiedad y urticaria.
Indagó un poco con la directora de la escuela y con algunos viejos conocidos; todos coincidían que aquel grupo que estaría a su cargo eran los mismos abortos de satanás.
Desde Lesly Chacón una sabionda que sólo seguía en ese grupo para destacar fácilmente hasta Ian Malone, un niño adinerado que sólo provocaba caos y bromas de mal gusto.
El resto del grupo era igualmente un lío. Pero las posiciones económicas de esos mocosos los salvaban de una expulsión.
La preparatoria dependía de sus donaciones. Los sueldos de los maestros igualmente así que no debían expulsar a esos malditos engendros del demonio como decía Patrick el entrenador.
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2
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Comió un poco de huevos revueltos con pan tostado, bebió café negro, y después de cepillarse los dientes y asegurarse de que su cabello estuviera bien peinado salió de casa dejando una nota para su madre en la nevera.
Subió a su vieja camioneta azul ford 1960 y rogó que está arrancará. Después de un par de intentos el motor reaccionó y con media hora de anticipación se marchó.
Puso la radio y comenzó a repasar sus notas para el día de hoy. Los chicos irían a la universidad el siguiente año y ella debía ponerlos al corriente ya que habían perdido mucho tiempo.
¿En verdad serían tan malos cómo le contaron?
En verdad deseaba que no lo fueran porque no soportaría tanta presión. Ella y los adolescentes no eran buena combinación.
Se detuvo frente a la escuela y cuando se cercioró de que todo estaba en orden—radio apagado, puertas cerradas y su falda plisada perfectamente bien— se dispuso a comenzar su día como docente. Sí todo salía bien le darían la oportunidad de ser maestra fija para el siguiente año escolar y su cheque sería mucho más jugoso.
—Buenos días, soy Cecil Stone—saludó con una gran sonrisa a la secretaria de la dirección.
Miró a la desganada mujer de sesenta años y está le otorgó una hoja de papel con su lista de alumnos y horario de las materias que debía darles. Para su suerte ella impartiría todas las materias de ese grupo, ningún maestro quiso tratar con ellos, sólo el de gimnasia.
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3
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Eran las ocho de la mañana con quince minutos. El grupo entero estaba retrasado por quince minutos y ella no sabía exactamente la razón. Miró con preocupación el reloj de pulsera que portaba siempre y suspiró con desgane.
—Están en la cafetería, novata.
Cecil miró hacía la puerta y ahí estaba Patrick. Su viejo compañero de universidad y ahora compañero de trabajo. —Esos engendros querrán provocarte para que te marches, te aconsejó que vayas y los enfrentes.
— ¿Enfrentarlos? -suspiró - ¿Cómo se supone que llegue y los enfrente?
—Eres la adulta. Tú mandas- el rubio se cruzo de brazos e hizo un ademán de despreocupación —Sólo debes atacar a la cabeza del problema... Ian Malone.
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4
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Caminó por los pasillos con seguridad. Debía mostrarles a esos chiquillos que debían hacerle caso, respetarla y presentarse a la clase cuando era debido. Necesitaba ese trabajo y no lo perdería, no debía.
Recordó aquella tarde en una de las clases de la universidad cuando un profesor le preguntó que clase de maestra deseaba ser ella con voz dudosa le dijo que una buena maestra, ser amiga de sus alumnos y que ellos la vieran como una más del grupo.
El profesor soltó una carcajada y le dio con un libro en la cabeza -Lección número uno señorita Stone, hay dos tipos de maestros, los odiados y los tontos. Créame cuando le digo que ser de los tontos no es una buena opción. Debe ser rígida, estricta y no dejar que ellos la devoren, los alumnos huelen el miedo y más los adolescentes.