Miss Cecil

Capítulo 7

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Como cada domingo Cecil y su madre estaban en la primera fila de la misa diminical. Ambas vestidas con atuendos oscuros y mantillas de encaje sobre sus cabezas escuchaban atentas el sermón del sacerdote.

Cecil escuchaba aquellas palabras que en cierta forma se sabía de memoria. Su madre se había encargado de decirle con santo y seña que era lo correcto y que no lo era.

Pero en su mente había una voz que contradecía aquellas palabrerías. ¿Por qué vivir en unión libre es pecado?

¿Acaso Dios desaprueba en verdad que dos almas se unan en una vida sin pasar por el altar?

Relaciones antes del matrimonio, la homosexualidad y más cosas que su mente no veía mal pero para la iglesia y para su madre eran moralmente malas y pecado.

La misa término y su madre se junto con sus amigas para charlar un momento. Cecil que no tenía el mínimo interés en aquella charla vacía donde sólo se hablaba de medicamentos, ungüentos y chismes de vecindad comenzó a mirar a su alrededor.

Los mismos rostros ancianos de siempre y poca juventud. Pero fue entonces cuando lo vio muy cerca del confesionario.

Por un momento creyó que no era más que su imaginación después de todo ¿Qué haría un chico de su edad ahí?

Él no era de ese tipo de chicos y se le notaba a leguas. Pero para su sorpresa él no se difuminó, no despareció en un par de parpadeos. Seguía ahí parado con ese rostro serio, apuesto con esa camisa color salmón y su peinado relamido.

Dejando a su madre de lado camino hasta llegar muy cerca de donde estaba aquel joven pues no quería verse obvia, sólo quería corroborar que efectivamente él estaba ahí.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca las miradas se cruzaron y pudo ver la sorpresa por parte de él. Una anciana que Cecil ya había visto antes lo tomo del brazo.

Ian meditó un momento si debía decirle a su abuela o no quién era aquella mujer. Después de pensarlo unos momentos creyó que era lo mejor para hacer cumplir su plan ¿Qué mejor que aquello?

—Que sorpresa encontrarla Miss.

Cecil sonrió cálidamente —La sorpresa es mía, jamás te había visto, buenos días.

La anciana sonrió también—Hola querida, tantos años viéndonos y jamás nos han presentado, soy Magda.

—Un gusto, soy Cecil, maestra de ¿Su nieto?

— ¡Oh, sí! Mi pequeño Ian. Lo he traído hoy porque es momento que se acerque a Dios ¿No cree que es agradable que los jóvenes busquen a Dios en sus corazones?

Ian miró a Cecil esperando su respuesta —Claro, espero que Ian encuentre interesante escuchar la palabra de nuestro señor.

—Quizás venga más seguido Miss hay que probar cosas nuevas, supongo.

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18
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La regordeta mujer le sirvió sus waffles con mucha miel y leche condensada. Mientras su madre bebía café y pellizcaba su rol de canela Cecil daba las gracias a la mujer para después mirar hacia la calle.

La rutina del domingo de nuevo la aplastaba. Hace años no salía con amigas, ni siquiera tenía amigas ya. Su vida giraba alrededor de su madre y sus caprichos todo lo que ella decía se hacía.

Y ahí estaban en César's como lo hacían desde hace casi diez años. Los mismos cocineros, las mismas meseras y el mismo papel tapiz de hace años. El estilo de los años cincuenta y el mismo menú.

No había que mal entender a Cecil, no odiaba ese lugar, ni la mesera ni siquiera al insípido papel tapiz, sólo odiaba la rutina de su vida, la nula emoción.

Volvió a su desayuno y mientras saboreaba la miel junto a la leche condensada se atrevió a preguntarle a su madre sobre Magda.

—Madre, ¿Conoces a Magda? La señora de la iglesia.

Su madre fruncio en seño y asintió
—Si, es una anciana fácil—Cecil parecía sorprendida por aquella respuesta pero su madre era así, siempre hablaba mal de otros.

—Madre, ¿Por qué dices eso?

—Cecil ¿Eres tonta o necesitas nuevas micas? La mujer se viste con colores atrevidos, se tiñe el cabello como si fuera una estrella de cine ¡Se casó tres veces! ¡Tres veces viuda!

—Sólo ha tenido mala suerte, no tiene nada de malo que se casará más de una vez.

—No seas tonta Cecil, hay que respetar los votos.

—Tú pudiste haber conocido a alguien...

Estaba enfadada y lo pudo notar enseguida—No iba a meter a un desconocido a mi casa y menos con una hija ¡Cecile, deja de actuar como una estúpida!

No tocaron del tema de nuevo. Cecil a veces simplemente intentaba justificar la actitud de su madre.

Su padre le había causado un gran dolor y jamás lo había superado.




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