Si él pensaba que iba a ponerme de malas al venir a amedrentarme con su propuesta, está demente. Como esperaba, Dariel me trajo a un restaurante de lujo y bastante sobrio en la calle central. Se llama Vaguard, no lo he visitado antes, por lo que si esperaba sorprenderme lo logra. Con esto no hace más que sumarle puntos a mi elección.
―¿Es de tu agrado? ―pregunta, luego que nos hemos acomodado en una de las mesas junto a la ventana de la segunda planta.
La vista de la ciudad nocturna es excelsa, y claro que me gusta porque hace que el ambiente sea menos tenso. No es la primera vez que veo a Dariel, pero sí que estamos a solas y en una cita que puede marcar la diferencia en nuestros futuros.
―Me gusta ―respondo recargándome un poco sobre el respaldar.
―Eso intuí ―repone adoptando una postura bastante recta y seria.
Me callo lo que voy a decir porque llega el mesero que nos atiende con mucha amabilidad. Además, que él se encarga de ordenar el vino, un Jerez Palo Cortado que tampoco he probado antes, lo que deja aún más clara su finura. Eso me hace pensar que Allan es capaz de llevarme a una cervecería para hacérmelo pasar mal.
Es obvio que su propuesta es tan ficticia como su encanto masculino. En cambio, Dariel no tiene comparación.
―¿Estás bien con la elección del vino? ―pregunta despabilándome un poco porque no es como si me hubiera preguntado mi opinión, aunque no le veo problema en que lo elija.
―Debo suponer que tienes un motivo para tal elección ―emito y él curva sus labios, aunque no llega a sonreír.
―Tienes razón, el Jerez es de mis favoritos y esta variedad es más fina y elegante, como tú, Louisiana ―responde dejándome un poco abotargada.
―Vaya, ¿es la impresión que te doy?
―¿No es así?
―Sí alguien más lo dice, debo creérmelo. Solo espero que no estés adulándome para conseguir que te apruebe ―expreso y ahora Dariel si ríe.
―No esperaba menos de ti, querida Lou, ¿puedo decirte así?
―Supongo que estamos acercándonos más ―comento.
Hacemos silencio cuando vuelve el mesero y ambos esperamos a que llenen nuestras copas. Una vez termina deja los menús a cada uno y se marcha haciendo una reverencia.
―Así es ―repone tomando su copa e instándome a agarrar la mía para brindar.
Lo hago, tomándola y levantándola hacia la suya que ya está en alto.
―¿Por qué brindamos? ―pregunto un poco pícara.
―Porque sea una noche provechosa.
―¿En qué sentido?
―Eso debes decidirlo tú ―aduce chocando mi copa―, a tu salud ―añade y bebe.
También bebo sin objetar nada porque está claro que él también tiene su objetivo marcado. Solo que no va a decírmelo a la cara como el arbitrario de Allan.
―En ese caso, ¿por qué no hablamos del asunto? ―propongo y él levanta sus cejas.
―Bueno, tengo una regla y es que los negocios no se discuten en la mesa. Lo haremos con el postre.
―¿Negocio? ―pregunto algo escaqueada.
―Claro, esto será un negocio entre los dos.
―Creí que se trataba de matrimonio.
―Sí, pero al fin y al cabo es un negocio ―expone con expresión inamovible―, ahora miremos el menú y si lo deseas pudo sugerirte un plato ―añade haciendo que traque con fuerza.
Si bien tengo claro que esto al fin y al cabo es un negocio, no tratamos de que se vea así porque también se trata de convivir con la otra persona por el resto de nuestras vidas hasta que surja el amor o muera alguno de los dos. Eso por eso que nunca se contempla el divorcio.
Suspiro un poco agarrando la carta.
―Tranquilo, elegiré por mí misma ―digo como una especie de indirecta ante la que ni siquiera se mosquea porque solo vuelve a curvar sus labios y revisa su carta.
El menú es variado en carnes, pollos y pescados. Me decanto por la carne. Estamos en ello cuando llega el mesero para tomar la orden.
―¿Listos para ordenar? ―pregunta el hombre.
―Sí, para mí un salmón glaseado a la naranja con vegetales ―dice su orden―, ¿y para ti Louisiana? ―me pregunta.
―Un bistec de carne al whiskey, con patatas y ensalada ―respondo.
El hombre nos mira a ambos y luego de anotar se marcha de nuevo.
―¿Carne? ―me cuestiona.
―Sí, me encanta ―respondo con un alzamiento de hombros―, ¿por qué la pregunta?
Eso me da curiosidad.
―Por la elección de la carne ―dice y eso me sorprende un poco.
―Bueno, no soy vegana ni nada por el estilo.
―Tranquila, no lo decía por eso.
―¿Entonces por qué Dariel?
―Bien, solo que pensé que tendrías un gusto más saludable ―responde dejándome un poco boquiabierta.
―¿Eso es un problema?
―No para nada, puedes comer lo que te apetezca ―repone, aunque eso no ayuda a la leve molestia que me causa su comentario.