Míster problemático

Capítulo 8

Tengo que admitir que, si hay algo que Allan no ha cambiado ni con los años, es su arrogancia.

―¿Vas a decirme como lo hiciste? Porque con esa pinta de malandrín te ves bastante sospechoso ―expongo cruzándome de brazos.

Y mientras trato de mantener mi serenidad, ese tonto solo se ríe.

―¿Me veo como un ladrón?

―Podría ser ―mascullo apretando los dientes.

―No vi que pensaran eso en la recepción.

―Me pregunto cómo hiciste para meterte aquí.

―Eso fue fácil, me anuncié como tu pedido de servicio de entretenimiento privado ―responde muy jocoso y yo solo abro los ojos.

―¡Serás imbécil, Allan! ―chillo y él sigue riéndose feliz de sus arbitrariedades―, si es así como intentas convencerme de que cambie mi opinión, puedes ir dándote por vencido ―añade y él deja de reír.

―Sí que no aguantas una bromita.

―Ja y ja. Tus bromas son de mal gusto.

―Anda Luisi, solías ser más tierna ―emite haciendo que resople al recordarme ese apodo.

Por un momento siento como si volviéramos a aquel día, en el salón de clase. La última vez que asistió a la preparatoria antes de marcharse. Sacudo mi cabeza, no tengo por qué recordar esas cosas.

―Si lo miras bien, ―hablo luego de aclarar mi garganta―, ya no somos niños, ni siquiera adolescentes.

―Vaya, parece que, con el tiempo, aparte de elitista, te has vuelto pragmática.

―Soy realista ―replico aprensiva.

Lo cierto es que hacía mucho que nadie me ponía de los nervios, y eso es porque esa persona había desaparecido, y por lo visto ha reaparecido para recordarme que es el único que puede descolocarme. Todos saben que no tolero a Allan y todo esto es una pérdida de tiempo.

Desde siempre nuestra relación fue tirante. No porque yo fuera ruda con él, era, al contrario. Y empeoro cuando se anunció que me casaría con Albert.

―Supongo, pero tienes razón en algo.

―¿En algo? ―pregunto irritada.

―Sí, en que soy un ladrón porque vine a robarte, y por si lo olvidas, soy un Woods.

―Como sea, flipas, porque no voy a ir a ningún lado. Nadie me dijo que tenía una cita contigo ―digo dándole la espalda.

―¿Y había que hacerlo?

―¡Por supuesto! Son las reglas para que nadie tome ventaja ―exclamo volviendo a mirarle.

Pensé que se estaría riendo, pero luce inusitadamente serio.

―¿No me digas que Dariel tiene alguna ventaja sobre mí?

―¿Y lo preguntas? ―expongo riéndome a desgano por su desfachatez―, empezando por la ropa. Eres un Woods, por desgracia, pero no te ves como uno y creo que tendré que hacer un llamado a la seguridad de este hotel.

―Lo dices porque no uso trajes de snob con corbata.

―Tú lo has dicho.

―En ese caso olvidas que no me gusta ir con las normas.

―Pues deberías.

―Bueno, siendo así, solo usaré traje cuando nos casemos.

―Sería el colmo que no ―rechisto sus palabras y luego que le miro todo divertido, caigo en cuenta de que lo que he dicho.

―Entonces ―habla cortándome lo que voy a decir para corregirme―, no es tan lejana la posibilidad.

―¡No es lo que he dicho!

―Hazte a la idea Luisi, no vas a casarte con Dariel sino conmigo.

―¿Quién te crees para decir eso?

―Tu mejor opción ―repone, y tan calmo que me descoloca aún más―, ahora cámbiate y ponte algo más cómodo que iremos a un lugar.

―Estás loco Allan, si crees que voy a dejar mi descanso por ir contigo. Esto es inusual.

―No lo es, además, ya le he dicho a tu madre que te vería hoy.

―¿Mamá?

―Así es, y como ves, no me he pasado los protocolos por el arco.

―¿Podrías ser menos vulgar?

―Dos años, Luisi ―dice despistándome―, durante ese tiempo tendrás permiso para decirme cómo comportarme y yo obedeceré como un perrito ―añade haciendo que arrugue la cara ante tamaña extravagancia de su parte.

―¿Y por qué querría hacer eso?

―¿No lo recuerdas?

Su pregunta me confunde.

―¿Qué debería recordar?

―Lo que decías cuando te sacaba de quicio.

―Que era casi siempre.

―Solías decir que era como un perro callejero que necesitaba que me pusieran una correa, bueno, ha llegado tu oportunidad ―repone desconcertándome.

Haciéndome preguntar si él en verdad busca a toda costa que yo acepte casarme con él. Lanzo una baja exhalación porque recuerda muy bien lo que solía decir cuando se comportaba como un delincuente.

―¿Qué tal con un bozal? Así no dices tonterías ―emito mirándole con altivez.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.