Míster problemático

Capítulo 9

Suspiro hondo, en serio que Allan me saca de quicio. Me miro al espejo, y con este vestido rosa pálido bastante conservador, creo que desentono mil años con él. Eso me lleva a recordar los tiempos en que parece que entonábamos en muchas cosas. Antes de que se volviera un idiota. Puede parecer que lo odio, sin embargo, lo que siento es rabia; no obstante, quién iba a pensar que volvería por el mismo asunto por el que se marchó.

Para mí, fue obvio que cambiara su actitud conmigo cuando Albert y yo celebramos nuestra primera reunión de acuerdo prematrimonial. Es una tradición cuando se anuncia un nuevo casamiento en la familia. Lo fue con Alaska y Arnold y luego conmigo. No puedo decir que estaba contenta como mi hermana quien, si tuvo un noviazgo bastante largo y empalagoso con Arnie, pero sí estaba conforme porque sabía que ese formalismo llegaría en cualquier momento.

―¿Cuántos años necesitas para arreglarte?

El idiota en el que estaba pensando pregunta desde afuera luego de tocar la puerta de mi habitación. Resoplo con fuerza antes de revisar que mi maquillaje y el moño alto que me hice estuvieran en perfecto estado. Busco unos tacones y mi bolso y salgo con ellos en las manos.

―Los años que necesite, ¿tienes algún problema con ello? ―espeto cuando salgo.

Él está recostado en el quicio de la puerta con actitud petulante. Después se endereza y se pone frente a mí, remarcando la diferencia de altura. Seguido me observa de arriba abajo.

―¿Vas a ir así? ―pregunta sacándome un bufido.

―Espero que el lugar al que me llevas sea decente ―digo moviéndome hacia el sofá para colocarme los zapatos.

―Lo es ―responde yendo a sentarse a mi lado―, solo que puede que no sea adecuado.

―¿Pretendes que me vista como tú?

―¿Sería mucho pedir?

―¡Ni de coña! ―exclamo.

―Que conste que te lo advertí ―emite quitándome los zapatos de las manos sin siquiera preguntar.

Cuando voy a replicar observo que se ha puesto en pie y luego arrodillado agarrando uno de mis pies.

―¡Que haces! ―mascullo horrorizada por cómo se me eriza toda la piel con la sensación que me causa que tome mi pie para colocarme el tacón.

―Ayudarte para que podamos salir rápido ―dice cuando tiro de mi pie―, ¿Qué? ―pregunta alzándose de hombros y mirándome como si armara un escándalo por nada.

―N-No tienes que hacer eso ―digo sintiendo mi voz un poco trémula.

―Solía hacerlo, no recuerdas como te ataba los cordones porque siempre los llevabas sueltos ―expresa trayendo a memoria un viejo recuerdo.

―Te dije que ya no somos niños.

―¿Y no crees que es lo mejor de todo esto? ―responde con una pregunta que me hace tragar con fuerza, luego termina de calzar mi otro tacón y poner mis pies sobre la moqueta.

―Solo te restas más puntos ―mascullo poniéndome en pie.

―Sé que es mentira, pero dejaré que te lo sigas creyendo ―aduce caminando hacia la puerta de salida y abriéndola―, ¿nos vamos? ―añade extendiéndome su mano.

Observo su palma grande y abierta para que la tome y cerrarla con la mía. Suspiro de nuevo tomando mi bolso y un gabán y paso de ella saliendo primero.

―Ya me obligaste a ir contigo, así que vámonos ―digo.

―¿A dónde vas sin avisarme Lou?

Quien pregunta es Su que ha vuelto de la piscina; sin embargo, cuando ve al hombre que sale de mi habitación abre sus ojos tan grandes que parece que se le van a salir. Pongo los ojos en blanco lanzando una fuerte exhalación.

―Ya veo ―emite Su con una vocecita cantarina que me pone de los nervios―, así que la urgencia era este monumento que tenías guardado en tu habitación. Con razón no quisiste compartirla conmigo ―añade y yo estoy que estallo.

Pero obvio que es un monumento de hombre a pesar de su facha, y es tan extraño porque de los tres era el más pequeño, incluso yo solía molestarle porque era más alta que él, pero luego de la pubertad creció tanto que sobrepasó a todos.

―No es lo que imaginas, y hablaremos de esto después ―digo sintiéndome un tanto cliché con esta situación, a la que al tonto de Allan de seguro le resulta divertida.

―¿Ni siquiera vas a presentármelo? ―me reclama mi inoportuna amiga.

―Ella tiene razón, ¿por qué no me presentas?

―¿No dijiste que estábamos apurados? ―digo instándole con la mirada para que nos vayamos.

―Sí, pero creo que tenemos un poco de tiempo para decirle a tu amiga que voy a ser tu futuro marido.

―¡Allan! ―exclamo y Su se sorprende.

―¿¡Es él!? ―pregunta emocionada.

Lanzo una interna maldición, sé que en algún momento iba a tener que presentárselo, pero no de esta forma.

―Luego te explico, ¿sí? ―le digo y aunque no quiero voy hasta él y le tomo de la mano arrastrándolo conmigo mientras mi amiga me mira con picardía.

―Lou, si no lo quieres me lo dejas a mí.

Escucho que dice a nuestras espaldas cuando nos hemos metido al ascensor. Respiro agitada sintiendo que mi pecho sube y baja acelerado.




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