―¿Estás bien? ―Allan me pregunta luego que por fin salgo del baño.
Lo pienso de esta manera porque después de lo que hicimos y a pesar de lo avezada que soy, siento que no puedo mirarlo a la cara, y solo por no ver cómo se regodea de mí. Sin embargo, su pregunta no suena pedante o malintencionado y hasta puedo notar un deje de preocupación.
Supongo luego de esa forma…
―¡Me encuentro bien! ―exclamo la respuesta yendo derechito a sentarme en el tocador―, ¿por qué no te vas a tu habitación?, ¿no necesitas tomar un baño?
―Quería hacerlo contigo, pero me dejaste fuera.
Allan me hace resoplar.
―Ya lo conseguiste, ¿no?
―¿Y crees que estoy satisfecho? ―aduce la pregunta, poniéndose en pie, amarrándose la sábana en las caderas.
El condenado ni siquiera se ha puesto ropa, y ni que decir que no le di tiempo de ir a cambiarse. Verle en esa pose de Don Juan romano ocasiona que me estremezca y los recuerdos se vuelvan vívidos de nuevo. Miro la hora al presionar el botón del teléfono para despabilarme y son las siete y media, la reservación en The Monkey´s bar es para las ocho.
―¿En serio quieres salir? ―pregunta con esa voz grave y sugestiva inclinándose a mi lado.
Lo cierto es que no, no quiero, pero si lo digo solo va a regodearse. La sensación en mis piernas no se va y si sigo pensando en ello voy a terminar arrancándole la sábana. Me pongo en pie de un salto.
―Alaska planeó esto para nosotros, así que ve a cambiarte ―digo mostrando mi firmeza.
Al hacerlo mi cara queda cerca de la suya.
―Como quieras, pero ya volveremos ―repone, y antes de que pueda esquivarlo, se inclina y me da un besito.
Allan hace que casi hiperventile; pero me sacudo con rapidez y busco que ponerme. Esta vez opto por ponerme un vestido ajustado, pero con mangas. Suspiro al ver el bolso, pero es que no pude dejarlo después de la broma de Suzanne cuando cité a Allan para hablar del trato. Y pensar que usamos uno de esos.
¡Cielos!
Me apresuro en terminar de arreglarme y cuando ya lo estoy me dirijo a la sala a esperarlo. La puerta está abierta, por lo que desde donde estoy puedo mirar como camina descalzo y con la toalla en la cadera buscando sus cosas.
Me voy hacia la ventana cuando parece notarme. Me abrazo a mí misma observando la vista panorámica de afuera que es muy bonita. Cuando se construyó el hotel se buscó que en las noches diera a las parejas una vista que relajara y distrajera. En lo personal solo me distrae porque mi cabeza es un hervidero de sucios pensamientos ocasionados por Allan y ahora sí, con mucho fundamento.
Me vuelvo cuando le siento entrar a la sala y caminar hacia mí. Va de chaqueta, camisa y pantalones que le ajustan muy bien a sus largas piernas.
―¿Qué hay de tu cabello? ―pregunto por qué parece que solo se lo ha secado con la toalla y luego se ha pasado los dedos.
―¿Quieres arreglarlo? ―pregunta inclinándose hacia adelante donde le cae todo en la frente.
―No eres un niño ―digo yendo a agarrar mi cartera.
Allan se peina con los dedos echando su melena hacia atrás como imaginé, teniendo ese estilo desprolijo y rebelde pero muy llamativo, y de seguido viene conmigo hasta la puerta.
―¿Nos vamos? ―pregunta con su característico humor.
Le doy la espalda y abro la puerta dirigiéndome rápido hasta el ascensor. Esta vez está solo cuando sube a nuestro piso. Él entra detrás de mí y nos colocamos el uno al extremo del otro.
―¿Qué? ―pregunto cuando se queda mirándome por bastante tiempo.
La verdad es que después de eso, su mirada me pone a mil. Me hace sudar como estúpida y querer cambiar de opinión y volver dentro de la habitación para seguir haciendo lo que hicimos desde la tarde hasta que oscureció.
¡Qué cuernos!
Jamás pensé que pudiera desear eso hasta volverme loca.
«¡Basta!», me digo cuando el ascensor llega a la recepción y nos encontramos con toda la gente que deambula por allí. Es imposible que no llamemos la atención, en especial el de las mujeres por parte de él que voltean a mirarlo.
Arrugo la cara, quiero pensar que no tiene nada de especial, pero Allan es simplemente muy llamativo, sobre todo con lo alto y fornido que es y su cara de chico lindo, rebelde. Es una característica que conserva desde que era niño. No es algo que tenga que admitir porque él por sí solo se considera lindo. Inclusive, cuando nos hicimos grandes, me dio impresión de que yo dejé de crecer y él pareció estirarse cada vez más hasta sobrepasarme.
Cuando caminaba con Albert se sentía bien, pero con él era diferente, y ya desde ese momento muchas chicas lo buscaban. Sabía que nunca debía interesarme en él, pero solía molestarme que otras chicas le buscaran. Entendí la razón por la que empezó a odiarme, pero, aun así, no quería que se alejara, y un día solo se fue y yo decidí olvidarlo y hasta odiarlo un poco.
―Por aquí ―dice tomando mi mano, sacándome de esos pensamientos.
Para mi sorpresa me lleva de forma galante hasta la mesa donde nos vamos a sentar. Estamos casi en el centro, por lo que nos convertimos en foco de miradas y cuchicheos. La mesera que nos atiende no hace más que sonreír cuando se dirige a él. El lugar no está mal, y los lugares sofisticados son lo mío y me encantan, pero estoy sintiendo que preferiría que solo fuéramos los dos y nadie más nos mirara.