¡Diantres! Me pregunto por qué acepté hacerlo, en serio que no sé cocinar, y lo cierto es que nunca he tenido la necesidad de hacerlo. Sé que la señora Woods suele preparar platos especiales y no tengo idea si es porque lo estudió o algo, pero no es usual en mi familia que lo sepamos, ya que mamá jamás ha cocinado nada para nosotros. Sé que Alaska también lo hace, y me ha dicho que algunas veces hace algún platillo especial para Arnie; pero jamás me ha mencionado que la haya obligado.
Pero Allan, es Allan, y siempre va en la contra de todo; sin embargo, lo he aceptado porque me puede la curiosidad. No es la primera vez que lo pregunto, pero siempre terminamos en el punto de que no nos importa. Sin embargo, ahora sucede que sí y si tengo que averiguarlo de esta forma, supongo que lo intentaré.
Además, sé cómo se ordenan los menús en los restaurantes del hotel que manejo, así que seguro puedo hacer algo para dejarle boquiabierto.
―Vaya, creí que te habías arrepentido ―Allan dice cuando me ve entrar en la amplia cocina.
Obvio lo hace con sarcasmo para molestarme.
―Solo estaba poniéndome más cómoda para hacer la cena ―replico señalándole el vestido que me he puesto.
Es informal en color verde, bosque y largo, de talle ancho hasta las rodillas, como un camisón para estar cómoda en casa. Allan me mira de arriba abajo, apreciándome al completo, haciéndome erizar la nuca. A veces tengo la impresión de que le encanta ver a través de la ropa. Luego va hasta la isla y se sienta muy orondo en el banco apoyando sus codos sobre el mármol.
―Vale, ahora dime con que me vas a deleitar.
―¿Espero que sea broma?
―No, y seguro que miraste alguna receta en internet mientras estabas arriba tomándote tu tiempo ―responde haciendo que resople porque no hice eso, ni se me ocurrió.
Tampoco soy de buscar soluciones en la internet, de ahí que no me guste andar averiguando lo que hace la gente en sus redes sociales como lo hace Suzanne, que se divierte perdiendo el tiempo mirando a veces cosas bastante tontas que solo terminan embobándola y haciéndola perder un valioso tiempo que podría dedicar a otra actividad.
Suspiro con fuerza antes de hablar.
―¡Por supuesto que no!
―¿Entonces vas a descrestarme con una receta propia?
―Sabes que no hay tal cosa.
―Pero nunca es tarde para aprender mi adorable Luisi.
―Gracioso, pero ya sabes que nada me queda grande ―advierto agarrando uno de los delantales colgados en el perchero de la pared.
―Lo sé ―afirma con vehemencia, tanto que parece uno de sus chistes―, la Luisi que conozco nunca se da por vencida ―agrega haciendo que trague con fuerza.
―¡Ya lo verás! ―exclamo retadora después de terminar de anudar los lazos a mi espalda.
De inmediato voy hasta la nevera y la abro de par en par. Es enorme y tiene de todo; sin embargo, no fue llena para que yo cocinara sino para que lo hiciera la persona que nos ayudará con los quehaceres de la casa. Me empino para revisar la parte de arriba donde están las carnes y empiezo a leer las etiquetas.
No tengo idea de qué clase de cortes son, pero saco dos que dicen carne y pollo, y se las enseño. Él abre sus manos mirándome interrogante.
―Creo que este es pollo y la otra carne, ¿Cuál prefieres? ―Allan no responde, y se ríe negando con su cabeza. Arrugo la cara con aburrimiento―. ¿Vas a decidir o no? ―pregunto irascible mientras él se lo toma con demasiada diversión, y costa mía.
―Ese ―responde señalando la que tengo en la mano derecha, que es carne de pollo.
―¡Bien!
Dejo el pollo sobre la encimera y devuelvo la carne al congelador. Luego que vuelvo por ella está como una roca. Supongo que debe estarlo porque mamá me dijo que hace dos días ordenó que llenaran la nevera y la despensa. Lo dejo allí de momento y voy por las verduras, haciendo memoria de lo que a veces comemos cuando hemos ido a cenar a su casa.
―Está congelado ―menciona.
―Lo sé ―contesto buscando vegetales para la ensalada.
―¿No me has preguntado qué quiero comer?
―¡Escogiste el pollo! ―replico―, ¿no debería empezar a hacer mis preguntas, ya que estoy complaciendo tu capricho?
―Sí, pero no la preparación, así que no me siento complacido ―arguye con gesto ladino haciendo que chasquee la lengua.
Por lo que termino de sacar todo lo que creo que utilizaré; pero después de acabar y observar lo que he puesto sobre el mesón, no tengo ni idea de que empezar a hacer primero. Miro a Allan y no para de aguantar sus ganas de reírse de mí.
―¡Empezaré! ―exclamo agarrando un cuchillo del porta cuchillos de la encimera, aunque no sé qué es lo que haré.
Tomo el pollo e intento cortarlo, pero está demasiado congelado.
―Ay Luisi, de verdad que no tienes ni idea de cocinar.
―Si lo dices para burlarte, creo que es algo que ya sabías.
―Sí, y lo último que quiero es que te cortes un dedo ―aduce poniéndose en pie del banco.