Allan
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Encárgate de recibir a la nueva ama de llaves. La señora Eugenia Martens llega a las ocho.
Supongo que con esa nota que dejó pegada en la puerta demuestra lo ansiosa que Louisiana estaba por volver a su vida de ejecutiva rígida y de élite. Quisiera pensar que haberla pillado espiándome mientras hablaba con Rebeca prueba algo, pero con ella nunca se sabe, sin embargo, creo que se me fue la mano mencionando a Rebeca con cariño. No era mi intención, pero a veces en realidad quiero que ella le importe un poco mi vida.
A veces es como si hubiera evolucionado a una mujer más independiente, no obstante, parece que sigue cargando las mañas del pasado. Quizás esa es la razón por la que cuando conocí a Becka tuve la visión de que había un panorama muy diferente para mí en el amor.
Porque si algo logró fue sacarme de mi ostracismo y devolverme la ilusión de que no todo en esta vida estaba fríamente calculado para mí, y romper el lazo con la familia, de la manera más desafiante que se me pudo ocurrir me ayudó mucho con ello.
Si nunca me hubiera ido de casa y volado lejos, creo que seguiría en las mismas, y a lo mejor estaría peor. Eso sí, jamás siendo un subordinado, pero sin la posibilidad de soltar la carga que significa ser un Woods.
Es una de las tantas razones por las que mi padre me odia, y creo que la más fuerte es porque le dije que sería el segundo Tobias Walter, la oveja negra del pasado. Justo cuando la cafetera termina de hacer el café, suena el timbre. Voy hasta la puerta y más puntual que un reloj allí está la señora Martens. Ella me mira haciendo una mueca de sombría sonrisa con su boca. Observo que trae una maleta. Solo espero que no piense que va a quedarse, pero siendo su madre quien la recomendó, no lo dudo.
¡Qué cuernos!
―Buenos días, señor Woods.
―Buenos días, señora…
―Eugenia Martens ―completa con mucha sorba y como si se lo hubiera sugerido.
―Martens ―corroboro sonriendo de malagana―, ya veo que trae demasiado demasiados objetos de trabajo allí, y no creo que sea necesario.
Bien, indaguemos que se trae.
―No son objetos de trabajo, la señorita Peters me dijo que iba a quedarme para que todo marchara con orden y pulcritud, y es por eso por lo que he traído mi equipaje.
―¿Para una semana?
―Para todo el mes ―responde agreste.
¡Qué rayos!
Debí aceptar la propuesta de mi madre, ella sabía que mi ya oficial detestable suegra, Sonia Peters, va a seguir vigilándonos. Si ese es el caso, por mi parte, haré que tenga información de sobra y que no pueda traducir.
―Vaya, ¿eso le dijo mi mujer? ―digo obviando de momento que no la llamó por mi apellido como corresponde, pero lo detesto tanto que me da igual.
―Así es, la señora…
―Woods ―completo yo ahora.
Es que no he podido evitarlo porque quería bajarle un tono a su cara de arrogancia, y solo porque viene respaldada por la bruja de Sonia. Y es que esa mujer nunca me cayó bien, porque siempre ha tratado de mostrarse como una madre políticamente correcta.
Las personas así no son genuinas, solo fingen ser originales, pero en el fondo son bastante falsas porque actúan de acuerdo con sus propios beneficios. Diría que es igual a mi padre, sin embargo, tengo que admitir que no porque el viejo Roland Woods sí tiene sus principios bien arraigados, y los Peters solo han sido el bastión que necesitaban para salir de la decadencia que causó Tobias.
Conociendo a tío Amadeus, algo me dice que eso está por volver a ocurrir. Dejo de pensar en ello y me vuelvo otra vez hacia la adusta mujer.
―Ella mencionó que estaba de acuerdo, sin embargo, puede decirme si hay algún inconveniente para que no pueda cumplir con mi labor encomendada.
Ya quisiera decirle que sí, pero de momento llevemos la fiesta en paz
―Ninguna, y si mi adorable Luisi le dio esa orden, adelante. La casa es toda suya ―digo abriéndole la puerta de par en par.
Ella levanta su mentón y su nariz respingada con orgullo atravesando la puerta.
―Gracias por su gentileza, señor Woods ―dice dirigiéndose a una de las habitaciones del primer piso.
―Supongo que sabe dónde instalarse.
―La señora Woods, ya me dio indicaciones, así que no se preocupe. Sé a donde ir y cuáles serán mis obligaciones.
―Me alegra saber que no tengo que decirle nada ―comento.
Y es más que obvio que en la visita de Sonia y mi madre a la casa para adecuar todo, ella la trajo para que supiera que tenía que hacer, por lo que no fue Luisi, sino su madre. Lo sé todo por mi madre, quien a pesar de su reconcomio conmigo por haberme ido de casa, todavía tiene palabras de aliento para mí.
Mi padre es otro cuento, sobre todo porque le dejé en claro otra vez que no haría lo que él quería. Así que lo que le dije a Luisi es cierto. “Nuestras conversaciones son lo de siempre”. Sin embargo, ya no soy el único que no sigue sus órdenes y lo que hizo Albert, más que decepcionado, lo tienen furioso.