Escuchar a Martina gritar sobremanera aquella noche me causó escalofríos. Teníamos que hallar el modo de salir de allí, era evidente que no se trataba de fantasmas ni esas historias fantasiosas que inventaban nuestros padres para asustarnos y nosotros portarnos bien.
Sin duda estábamos ante la presencia de un ser humano, un ser humano con malas intenciones. ¿Era un asesino? ¿Un maniático sexual en busca de su próxima presa en casa de los Santana? ¿Un ladrón en su intento por ahuyentarnos, y así lograr su propósito de robar los objetos de valor al interior de la mansión? Bueno, con el correr del tiempo conoceríamos la respuesta, solo que de la peor manera posible.
Martina seguía asustada, así que, Marlene y yo fuimos hasta la cocina y preparamos un té para calmar sus nervios. Recuerdo que, Marlene me comentó que había escuchado pasos provenientes desde el interior de las paredes poco antes de que Martina nos despertara con sus gritos.
—Tenemos que estar atentos, puede que ese sujeto esté escabulléndose entre las paredes y espiándonos en cualquier momento —me dijo muy asustada.
—Deberías hablar con tu esposo para que venga a buscarte, si algo pasa, por tí y el bebé estarán a salvo. —comenté demostrando por ella y la inocente criatura que estaba formando en su vientre.
A lo que me respondió —Créeme, Junior, lo he pensado varias veces. Es más, creo que deberíamos salir de aquí o al menos dormir juntos en un lugar seguro para protegernos entre todos de ese sujeto.
—No creo que sea bena idea —le hice saber mientras servía el té para Martina en aquella taza de porcelana roja escarlata que tenía impresa una S mayúscula de color dorado —lo mejor es que nos larguemos de aquí. Si es un ladrón me da igual que les robe a los Santana, nuestras vidas valen más que cualquier objeto de este lugar.
Marlene guardó silencio, pero lo interpreté como un sí o al menos creí que me daba la razón. Yo no dije nada erróneo y ni mucho menos fuera de lo común.
—Deberías decirle a tu esposo que te saque de aquí, de verdad —insistí —tú debes estar en casa descansando en lugar de estar aquí expuesta a algo que no conocemos y que nos vigila desde la oscuridad.
Habiendo terminado de servir el té, me acerqué a Marlene para brindarle un poco mientras la tasa de Martina humeaba por el calor de la bebida.
—Después de tí —dije.
Ambos salimos hacia la terraza en donde los demás estaban y le entregué la tasa de té a Martina. La noche era bastante helada, pero debíamos soportar las bajas temperaturas mientras nos llenábamos de valor para entrar de nuevo en la casa.
Estando allí afuera tuve un mal presentimiento. No se si estaba siendo supersticioso, pero, la idea de que alguien viviera tanto tiempo detrás de los muros de la mansión comenzaba a sonar un poco descabellada.
Le entregué a Martina y me quedé allí afuera con ellos.
Nadie deseaba entrar, así que decidimos recibir la mañana en la puerta principal. Desde ese día comenzaron a manifestarse más ruidos por toda la casa, pero lo peor llegó nuevamente en la noche.
Estábamos dispuestos a dormir, eran más o menos las once y veinte. Terminábamos de ver una película de acción cuando de pronto un fuerte golpe en la cocina captó nuestra atención. Asustados sobremanera, nos levantamos y corrimos hacia aquel rincón de la casa y vimos cómo todo estaba hecho un desastre.
—¿Qué putas pasó aquí? —preguntó José Eduardo mientras miraba anonadado aquel desorden.
—En definitiva es un ladrón —habló Omar caminando con lentitud en medio de las cosas en el piso.
Todo, absolutamente todo era un caos; jarrones y vasos rotos, los cuchillos estaban regados por todas partes y cuando comenzamos a ordenar y recoger las cosas, Omar alertó que hacía falta un cuchillo.
—¡Maldición! —dije —ahora debemos estar aún más precavidos.
—Tenemos que llamar a la policía —sugirió Vanessa muerta de nervios.
—O buscar por nuestra propia cuenta por toda la casa a ver quién es el maldito loco que nos acecha. —manifestó José Eduardo explotando de la ira.
La verdad, me dio mucho miedo verlo de ese modo, era como si algo lo hubiese poseído en ese momento.
—Calma, José, que no vale la pena enojarse sabiendo que tenemos a ese lunático espiándonos desde las paredes de la casa —le dije.
—Hagamos algo, busquemos en el sótano a ver si encontramos pistas. —intervino Leonel.
Todos estuvimos de acuerdo y comenzamos a buscar en el sótano mientras las mujeres permanecían en la casa revisando en busca de otro indicio.
Esa noche no dormimos, ni sentimos deseos de hacerlo. El suspenso nos mataba y queríamos resolver aquello cuanto antes posible. A pesar de todos nuestros esfuerzos, no valió la pena. Al día siguiente vivimos una escena de terror que no nos dejaría vivir tranquilos mientras nuestros jefes disfrutaban de sus vacaciones quién sabe en dónde.