Misterio en la mansión Santana

Leonel

Ya no había ningún escondite en aquella maldita casa. Lo único que debíamos hacer era saltar el muro que rodeaba la mansión y correr hacia donde fuera bajo la oscuridad y la tormenta.

José Eduardo, Vanessa, Analía, Junior y yo ya estábamos al borde de la locura cuando decidimos aventurarnos hacia el exterior de la casa y refugiarnos. Pero, ¡Vaya suerte la nuestra! Un auto rojo salía cuando Jose Eduardo estaba arriba a punto de saltar mientras los demás lo esperábamos del otro lado.

—Rápido, ahí viene ese hijo de perra. —nos hizo saber.

José Eduardo saltó y dobló el tobillo derecho. Analía y yo cargamos a nuestro compañero y corrimos hacia el Este en donde sin darnos cuenta nos internamos en un pequeño bosque de pinos y roble.

Resbalábamos, estábamos agotados y sin voz de tanto pedir ayuda en las casas vecinas sin obtener respuesta alguna. Nos iba tomar horas enteras en regresar a la ciudad, ya que, en auto eras más o menos cuarenta minutos.

En ese momento, tuvimos ventaja pues, el asesino no podía salir de la casa debido a que el portón no abría por la falta de electricidad.

—Rápido, tenemos tiempo —dije.

Con el dolor de nuestras almas, tuvimos que abandonar los cuerpos de nuestros compañeros en aquella casa. Ya no había nada que hacer, pero aún así, no dejaba de matarnos la tristeza por lo sucedido.

La noche era bastante oscura, nadie nos ayudó aquella vez. De pronto, como castigo del diablo, el fuerte aguacero que caía se hacía cada vez más fuerte y los rayos se manifestaban en el cielo con mayor intensidad.

—Debemos continuar, no podemos dejar que nos vea. —dije.

Seguimos a paso firme, empapados y muertos de frío. Casi no veíamos nada por la oscuridad y la lluvia. Los únicos segundos de luz que teníamos eran las ráfagas de los temibles rayos en el cielo.

El bosque parecía cobrar vida, los pinos parecían monstruos flacos y altos.

—Creo que aquí podemos descansar. —comentó Junior —Parece que estamos en un lugar seguro.

Desde allí podíamos ver la carretera que conducía hacia el vecindario de los Santana. Varios autos iban y venían, pero ninguno era aquel auto rojo no pasaba.

—El infeliz sigue en la casa. —comentó Analía.

De pronto, aquel auto iba a paso lento como si nos estuviera buscando.

—Quietos, aquí es imposible que nos vea. —dije.

—Sigamos caminando hacia el interior del bosque. No es seguro ir por la carretera. —sugirió José Eduardo mientras se daba un ligero masaje en el pie lastimado.

La lluvia no parecía dar tregua, los rayos no cesaban y eso era algo que nos podía perjudicar teniendo en cuenta de que la luz era bastante fuerte como para que aquel lunático nos viera en medio de la nada.

Para nuestro infortunio, un rayo cayó sobre un árbol de roble causandonos miedo. El infeliz frenó en seco y logró vernos por la luz de las llamas.

—¡Corran! —alerté —nos vio.

Nos internamos aún más en el bosque. No podíamos separarnos ya que era peor. Aquel misterioso sujeto estaba tan loco que giró intempestivamente sin importar si venía otro auto y se internó de golpe en el bosque a toda velocidad.

El infeliz se fue derecho en su desespero por querer alcanzarnos y de pronto, un estruendo rompió el silencio en aquel lugar. Vidrios rotos, un árbol caído y un conductor con problemas psiquiátricos perdido en la oscuridad.

—Salgamos de aquí —comentó Vanessa.

Aquel auto explotó a medida que nos alejábamos hacia la carretera con la esperanza de encontrar a un buen samaritano que nos condujera lejos de allí. Pero, nadie pasaba y debíamos seguir huyendo.

—Tal vez si regresamos y aseguramos todo, ese infeliz no sea capaz de entrar y hacernos daño. —sugirió Anaalía —¿Creen que sea buena idea?

Tal vez fue por la agonía, pero acordamos que era lo mejor. Así que volvimos a la mansión de los Santana. Hartos de todo, deseábamos con fervor que saliera el sol y largarnos de allí, ya que con la lluvia nos era imposible escapar fácilmente.

Con la determinación de volver, seguimos caminando sin parar. Estábamos muertos de cansancio y miedo, pero no íbamos a dejarnos vencer por aquel sujeto y sus malditas intenciones.

La lluvia parecía apaciguarse un poco, llegamos a la mansión, saltamos el muro aunque un poco más lento debido al pie de Jose Eduardo que aun seguía un poco lastimado.

Entramos a la casa, nos encargamos de cerrar todo incluyendo el ventanal roto de la cocina el cual aseguramos con madera y algunos muebles viejos. Levantamos los cuerpos sin vida de nuestros compañeros y los dejamos a un lado de la cocina cubriéndolos con sábanas blancas.

Fue entonces cuando reparamos el circuito eléctrico y por sugerencia de Vanessa, Junior y yo colocamos un cable que conducía electricidad hacia el portón del exterior con la esperanza de causarle una mortal descarga a ese malnacido lunático.




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