La noche caía lentamente y a pesar de que dos agentes de policía se quedaron para acompañarnos, no me sentía segura. Me sentí observada en todo momento y Vanessa tenía la misma sensación.
Hubo un momento en que la música volvió a sonar como si aquel ciclo de la noche anterior estuviera por reiniciar. Esta vez sonada Tiptoe through the tulips de Tiny Tim.
—¿Qué carajos es eso? —preguntó uno de los policías, el agente Ramirez.
Una vez más, la electricidad se cortó y la mansión quedó bajo aquella terrorífica oscuridad como ya era de costumbre.
—Así comienza —respondí —luego viene tras nosotros y mata al primero que alcance.
—No se preocupen, no dejaremos que eso pase —dijo el otro policía, el agente Durán y nos pidió que nos quedáramos con ellos sin importar lo que pasara.
Así fue, nos quedamos con los agentes mientras ellos hacían la ronda revisando la casa con nuestra ayuda.
Armados y con linternas, los policías buscaban el origen de los golpes que de vez en cuando se escuchaban.
—¿Saben si hay un sótano aquí? —cuestionó el agente Durán.
—El único sótano del que tenemos conocimiento está acondicionado como una pequeña sala de cine. —dijo José Eduardo.
—Esperen —intervino Leonel —¿Recuerdan la primera noche?
—¿Qué pasó? —preguntó el agente Ramirez.
—Había un hombre en mi habitación —respondió Vanessa.
Ambos agentes se miraron y pidieron que los lleváramos a lo que en el principio fue la habitación de Vanessa.
Estando allí, los Agentes investigaron y descubrieron un pasadizo secreto detrás del guardarropas. El agente Duran fue el primero en entrar seguido de Leonel, después entré yo, detrás de mí entró Vanessa, más atrás Junior seguido de Jose Eduardo y por último el agente Ramirez.
—¡Vaya sorpresa! —dije —los Santana nunca han estado solos según parece.
Del otro lado había una especie de pasillo que al parecer recorría toda la mansión desde el interior de las paredes.
—Ahora comprendo cómo podía encontrarnos tan fácil —habló Leo.
Allí había de todo; sillas, juguetes viejos de toda clase, retratos familiares de los Santana y muchas cosas más.
Algo captó la atención de todos, los juguetes y los retratos. Sin darnos cuenta, habíamos descubierto el secreto que los Santana habían guardado durante muchos años.
Los agentes siguieron inspeccionando el lugar, mientras mis compañeros y yo nos quedamos analizando lo que veíamos a nuestro alrededor antes de decir lo que cada uno sospechaba.
Confieso que se me puso la piel de gallina, mi mente por un instante se desprendió de mi cuerpo y un escalofrío recorrió mi espalda haciéndome sentir mucho más nerviosa de lo que ya estaba.
De pronto, los agentes gritaron.
—¡Oiga, deténgase!
Ambos corrieron por el pasillo detrás de quien nos estuvo observando y mortificando durante las últimas noches. El tipo de la cara pálida estaba allí y los agentes lo vieron.
Afortunadamente los agentes se quedaron con nosotros, porque de lo contrario, nos habían culpado de asesinato al no hallar a nadie más en la casa.
Todos corrimos detrás de los agentes mientras que ellos, en su desespero por atrapar al individuo, hicieron un par disparos con tal de intimidarlo, pero nada de eso funcionó.
El de la cara pálida logró perderse de la vista de los agentes, pero me sentí aliviada al saber que al menos con ayuda de los agentes, podíamos salir vivos de esa casa y, quizás, atrapar a ese maldito hombre endemoniado con sed de sangre.
Al salir de allí, los agentes llamaron a la estación para reportar lo que vieron y así los Santana estuvieran enterados de la situación, aún cuando, todos allí ignorábamos que ellos sabían de la existencia de aquel hombre y que tenía relación con el oscuro secreto que pronto saldría a la luz.