Misterio en la mansión Santana

José Eduardo

Al amanecer, salimos de la casa en compañía de los agentes. Una patrulla y una ambulancia llegaron en nuestra ayuda. Otros dos agentes entraron y allí, en medio de todo aquel desolado panorama, pudimos ver a los Santana llegar a la casa.

La señora Liria insistía en que no lo lastimaran, pero el señor Heriberto se quedó en silencio cubriendo su rostro con sus manos. Jamás lo había visto de ese modo.

Ambos estaban aterrados y sus rostros demostraban sentimiento de culpa tal vez al no decirnos la verdad y que, ahora, por causa de su negligencia, dos de nosotros habían dejado este mundo en dolorosas circunstancias.

De un momento a otro, en su afán por no dejarse atrapar, vimos al tipo de la cara pálida saltar desde la ventana ubicada en el punto más alto de la mansión. Me causó terror y curiosidad su comportamiento y allí, por primera vez escuchamos su nombre.

—¡Adolfo! —gritó la señora Liria aterrada.

Ahí nos dimos cuenta de que el hombre de la cara pálida que nos estuvo atormentando hasta hacernos llegar al borde de la locura, era el niño de los retratos familiares, propietario de aquellos juguetes abandonados, habitante de aquel enorme pasillo detrás de las paredes de la mansión.

Adolfo, el hombre de la cara pálida, era el hijo de los Santana quien padecía una enfermedad mental y que sus padres por vergüenza, decidieron ocultar durante muchos años.

Ahora todo tenía sentido, ahora sabíamos por qué nunca dijeron nada y convivieron con él por tanto tiempo sin temor alguno.

Recuerdo que en ese momento la prensa llegó y transmitió en vivo y en directo lo que había ocurrido en aquella casa.

—Supongo que Marlene está viendo esto ahora mismo —le dije a mis compañeros.

—Y los familiares de Martina y Omar. —dijo Vanessa sollozando con los ojos llenos de lágrimas.

Me sentí tan mal al sospechar de mis compañeros en un principio, hablo de Leonel y Junior por ser extraños. Pero, me sentí peor cuando sospechamos los unos de los otros.

Meses después nos enteramos que los Santana respondieron ante la ley por su negligencia tanto con nosotros como con su propio hijo. Los familiares de los fallecidos recibieron una alta suma de dinero como indemnización, pero todos sabemos que una jugosa cantidad de números en una cuenta bancaria, un cheque o lo que sea, nunca iba a remediar el dolor de esas familias, ni mucho menos iba a reemplazar el amor de sus seres queridos o traerlos de vuelta a la vida.

Traumados por tan terrible experiencia, poco a poco fuimos renunciando y cada quien siguió su vida por aparte. Lo último que supe es que Marlene dio a luz a un saludable varón a quien llamó Rafael.

Maldición, si tan solo nos hubieran dicho la verdad desde un principio, toda esta nefasta tragedia se habría evitado. Pero, ¿qué íbamos a saber nosotros? ¿Cómo íbamos a saber de aquello que nuestros jefes ocultaron de la sociedad por vergüenza?

Aunque, ahora las cosas eran peores para ellos por mentir y vivir de las apariencias por casi una década. Me dio ganas de vomitar cuando me enteré que Adolfo tenía tan solo veintiséis años cuando todo pasó, lo que quiere decir que padeció aquel encierro desde que era un adolescente.

No siento compasión por él, no podría perdonarle lo que hizo. Deseo de todo corazón que se pudra en el infierno, él y sus padres. Pues, fueron ellos los únicos responsables de la muerte de nuestros compañeros.

¿Qué más puedo decir? Pudo ser Marlene y su inocente niño, pude ser yo, pudo ser cualquiera de nosotros además de los compañeros fallecidos. Solo sé que me alegra que ese hijo de perra ya esté muerto y ardiendo en el infierno. Y no, no me importa si estaba loco.




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