Mon petit amour

"Chéri, je suis désolé"

El adolescente de cristalinos ojos grises se hallaba en el aeropuerto, con un bolso sobre sus hombros y la meta de visitar la tumba de su madre.

Fue algo muy interesante para Antoine porque era la primera vez que se dirigía a algún lugar tan grande como ese completamente solo.

El vuelo fue tranquilo, pero mientras más se acercaba la hora de llegar, Antoine se ponía más nervioso.

Volver a Paris significaba un gran riesgo, pero valía la pena.

El volver a estar en terrenos parisinos le traía muchos recuerdos que creía perdidos, muchas esperanzas...

Pero el jóven sabía muy bien que había dejado su corazón en la capital británica, con una madre inexpresiva y un par de notas que destrozarían cualquier amor.

Sí, era verdad que aquellas notas con mensajes indebidos destrozarían cualquier relación, debido a agentes que las personas no podían controlar, como los celos o la desconfianza.

Pero el amor que compartían aquellos dos era todo menos débil.

Aquel amor era la experiencia, la razón y la magia de la vida, aquella que muy pocos logran encontrar.

Sin embargo, Antoine no podía evitar el sentirse nervioso o asustado por dejar a la dueña de su corazón en otro lugar, tan lejos de él.

Pero a pesar de la lejanía que separaba sus almas, Antoine aun podía sentir su mano o vislumbrar su sonrisa.

Porque ese era el poder del amor, el poder conectarte con otro ser humano sin importar lo lejos que estés de él. El poder que en ese momento gobernaba sobre el corazón de Antoine.

Durante el vuelo, Antoine pensó en su hermana, aquella jovencita de soñadores ojos grises y largo cabello rubio. Pensó en qué diría cuando despertara y no lo encontrara allí.

Recordó aquella noche oscura, donde sus únicas palabras fueron:

Quédate aquí, iré a buscar ayuda.

Recordó que se escondió en el armario, con la esperanza de que los disparos y los desgarradores gritos de Amelié fueran sólo un sueño, un mal sueño, en donde su vida se caía a pedazos.

Recordó también los ojos maliciosos de un hombre corpulento, de ojos oscuros. Aquel que abrió la puerta del armario para luego crear las cicatrices que ahora Antoine tenía en su piel.

Recordó sus gritos, recordó cómo se aferraba a un tenue aliento de vida, que se iba desvaneciendo poco a poco.

Rememoró las luces de una patrulla de policía, que llegó con el objetivo de atrapar a aquel grupo de hombres que huyeron a penas tuvieron la oportunidad.

Era sólo un niño en aquel entonces, aquel que había perdido su inocencia, la cual se perdió en los caminos de su memoria para ser reemplazada por todos esos recuerdos llenos de dolor y agonía.

En un destello de conciencia, recordó también la carta que le había dado a Lorraine, esa que ella aun no había leído.

Y cómo esperaba que no lo hiciera.

Porque la cosa era, que Antoine Bonheur estaba profundamente enamorado de aquella muchacha. Y su amor no era como esos sentimientos pasajeros que todos hemos experimentado alguna vez.

No, eso no. Era algo más fuerte, algo que su corazón no podía controlar...

Así que, el que ella leyera la carta supondría que se enteraría de cosas que Antoine no estaba listo para contar, o simplemente porque esa carta era...Diferente a todas las demás.

Contenía sus más profundos ahnelos, junto con unas palabras cargadas de emociones inciertas, agridulces.

Sus ojos se llenaron de luz, chocando contra el ventanal del avión.

Una leve sonrisa apareció en su rostro cuando la aeronave tocó el pavimento, anunciando que había llegado de nuevo a la ciudad del amor, aquella que siempre está dispuesta a ofrecerte buena  música o un poco de poesía.

Antoine había llevado consigo un simple bolso, (si lo miraras de lejos pensarías que se trataba del bolso escolar) ya que sólo pretendía hacer una cosa, que había estado añorando desde que tenía uso de razón.

Se dirigió al cementerio que había cerca de La Rue Rouge, donde descansaba el cuerpo de Amelié.

Cuando era pequeño no se le tenía permitido visitarlo ya que su hermana alegaba que era demasiado jóven para lidiar con el impacto de aquello.

Era eso o Lou sólo quería evitar que Antoine la viera llorando.

En el camino, el chico de ojos grises compró un ramo de rosas blancas, que solían ser las favoritas de su madre.

Por ello se había sorprendido tanto cuando vió que Lorraine tenía esas mismas rosas en su jardín.

Antoine pensó y se entristeció por un momento ya que comprendió lo importante que era para él un simple aroma, una palabra, un recuerdo.

Porque sólo el aroma de las rosas lo transportaba a los momentos llenos de risas, de amor maternal.

Aquellos momentos en los que su progenitora llegaba a casa con un ramo de rosas blancas y una malteada de vainilla en su mano.

Aquellos días, que eran tan distantes pero se sentían tan recientes, aquel amor de madre que aun seguía tatuado en su pecho, como el primer día.




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