Alguien llamó a la puerta de la habitación. Cuando la abrí me llevé una gran sorpresa al ver allí a Mylor, tan elegante como siempre, vestido con su larga casaca color burdeos y con la melena blanca recogida a la perfección en una cola alta. Me fijé en que llevaba un libro en sus manos.
_Hola _dije con una sonrisa.
A pesar de que él también me sonrió no vi la calidez que Balde o Ivar tenían.
_Venía a traerte el libro en el que todo el que llega debe escribir.
_Vaya, nadie me informó de esto _dije mientras lo cogía _, pero gracias por haberlo traído.
Mylor asintió.
_Por cierto, Ivar te busca_ dijo antes de marcharse.
_Ah, voy.
Las indicaciones me llevaron hasta los establos de los grifos. Allí encontré a Ivar preparando al suyo. Levantó la cabeza, me miró y me sonrió.
_Llegas un poco tarde.
Yo Le sonreí también.
_Lo siento.
Me acerqué a la cuadra en la que estaba Duna. La saqué y comencé a prepararla. Ivar se acercó a mí.
_¿Estás preparado?
_Ya lo creo.
_Pues vamos.
Ivar se acercó a una palanca y tiro de ella; al instante, una gran compuerta se abrió dejando entrar la fría brisa de la mañana. Ivar se subió a Sythion y yo a Duna.
_Agárrate fuerte_ dijo Ivar mientras bajaba la visera de cuero que le protegía la cara.
Después avanzaron hacia la compuerta para luego dejarse caer, aunque pronto ascendieron a una velocidad de vértigo. Palmee el cuello de Duna.
_Vamos _ le dije.
Y con un grito ensordecedor se lanzó tras los otros dos. Me costó un poco acostumbrarme a aquella sensación pero pronto tomé el control de la situación, más todavía cuando Ivar apareció a mi lado con su grifo.
_¿Cómo lo llevas? _preguntó.
_Mejor que al principio.
El elfo se rió. Ambos comenzamos a hacer piruetas en el aire, me sentía tan libre... De repente una gran sombra se cernió sobre nosotros impidiendo el paso a la luz del sol. Miré hacia arriba sorprendido para encontrarme con la enorme cabeza de un dragón. No pude contener un grito ahogado que, al parecer la criatura oyó pues comenzó a reírse. Desde lo alto del dragón pude oír una voz femenina que indicaba al dragón que fuera más rápido.
Cuando nos hubo pasado Ivar se puso en pie sobre su grifo.
_Si no presumes no te quedas a gusto _dijo a pleno pulmón con una sonrisa. Desde el dragón Tarwe le mandó un beso a modo de despedida.
Yo me quedé observándola, sin duda era la mujer que deseaba.
Aterrizamos en la ladera de la montaña en la cual estaba incrustado el palacio. Ivar me miró con una sonrisa abierta que dejaba al descubierto unos colmillos demasiado largos y afilados para tratarse de un elfo, sinceramente, no era aquella la imagen que tenía de ellos. Desde el principio, Ivar me había parecido una criatura muy exótica, tan extraño que lo hacía un ser llamativo, ahora me lo parecía mucho más.
_Bueno, ha sido divertido ¿no? _dijo rompiendo el silencio.
_Sí, esto hay que repetirlo.
Él se rió.
_Descuida.
Me agarré más a largo riendas de mi montura.
_Está mañana Mylor me ha traído un libro, me ha dicho que en el debo escribir mi historia.
_¡Ah! Sí. Todos hemos escrito en él. Pones un poco de tu vida antes de llegar aquí y que te parece este lugar, cosas de esas, no es obligatorio, si no quieres... No pongas nada.
_No, si la idea me gusta, además, si habéis escrito todos... No voy a ser el único que se niega.
Ivar me sonrió.
_¿Son privadas?
_¿El qué?
_Las historias.
_Ah, no, no creo, la mía al menos no, aquí hay confianza, ¿por qué, tienes curiosidad?
_Un poco sí.
Ivar miró hacia abajo.
_Mejor bajamos, tengo que recoger a Orion y Hamlet de la academia de lucha.
_Vaya, con lo bien que lo estaba pasando.
_Puedes escribir sobre esto.
_Tal vez lo haga.
Una vez que dejamos los grifos, fui a escribir mi historia, tenía tanto que poner en mi mente.
Llegué a la habitación, vacía en aquel momento y comencé a escribir. He de admitir que no fui sincero del todo, pero si iba a poder leerla cualquiera, tampoco quería serlo demasiado, no sé si Ivar habría aprobado mis sentimientos hacia su mujer.
También leí algunas historias, todas tenían algo en común, que nadie había querido a sus protagonistas y se habían sentido solos, muy solos. De todas ellas, la más triste era la de Ivar, aún hoy recuerdo cada palabra de ella y lo injusta que me pareció la vida en aquel momento.
_¿Por qué? _preguntó el médico.
_¿Por qué qué?
_¿Por qué te pareció tan triste?
_Porque pienso que Ivar no lo merecía.
_A ver, continúa. Cuéntame su historia, como lo hiciste con Balder.