El viejo Romeo limpiaba el piso de su barbería con una escoba, acababa de cortarle el cabello a una persona y este había tenido una melena bastante abundante, pero no era algo que el viejo Romeo no pudiera arreglar.
Había vivido tanto tiempo en el pueblo que conocía a todo el mundo, niños, adultos y ancianos, los conocía tan bien, que, de solo entrar y verlos, sabría que corte querrían.
Al terminar, recargó el palo de la escoba sobre su hombro derecho y volteó a ver su local. Habían pasado 40 años desde que abrió. Él tenía 60 años, lo cuales disfrutó como ningún otro, pero que pronto, tendría que cerrar, quizá irse del pueblo, ya que no tenía nada más que ese viejo local.
Una lagrima se deslizó por su mejilla, al sentir el fresco que este producía sobre su piel, la limpio rápidamente con su mano derecha.
Momentos después, entró por la puerta que estaba al fondo de la habitación.
La campana de la entrada hizo un tintineo.
—¿Quién es? —gritó desde la otra habitación, pero nadie respondió.
—¿Quién es? —volvió a gritar, pero seguían sin responderle.
Romeo lanzó un suspiro y salió de la habitación un poco disgustado.
—¿Qué quién es? —gritó al salir, pero lo que vio lo dejó sorprendido.
—Oh, eres tú Natalia —dijo tranquilamente—. Hoy no te toca cortarte el cabello ¿qué te trae por aquí? —preguntó.
—Vengo a hacerle unas preguntas —exclamó Natalia con una pequeña sonrisa.
—Oh, ¿es alguna tarea de la escuela? —preguntó Romeo con curiosidad.
—No, no voy a la escuela. Mis abuelos me educan en casa —exclamó mientras veía algunas fotos que estaban en las paredes.
El viejo barbero la miró fijamente unos segundos.
—Bueno, ¿qué quieres saber? —preguntó.
—Algunas cosas sobre el pueblo —respondió Natalia con tranquilidad—. Para ser más específica —continúo hablando con tono más sombrío—. ¿Puede hablarme sobre lo sucedido aquí en 1984?
El barbero no daba crédito a lo que escuchaba, algo pasó por su cabeza como una bala, algo que lo hizo temblar.
—N…no se dé…—tartamudeó el hombre.
—Oh sí, sí lo sabe —exclamó—. Usted conoce a mucha gente en este pueblo y ha vivido lo suficiente para saber que ha pasado aquí desde entonces, y la verdad, doy gracias porque usted haya nacido en el tiempo correcto, ahora dígame, ¿qué pasó en 1984? —dijo con voz imponente.
El hombre no dejaba de temblar, en cualquier momento iba a orinarse en los pantalones, lo cual sería más vergonzoso que ser interrogado por una niña de catorce años.
—¿Y bien? —volvió a preguntar Natalia.
El barbero suspiró resignado, momentos después comenzó a hablar.
—E…está bien, te diré lo que sé, pero prométeme que te iras de mi tienda en cuanto termine ¿sí?
Natalia sacó una libreta y un lapicero de su chamarra de mezclilla con entusiasmo.
El barbero la observó un momento, después, comenzó a hablar.
En ese entonces yo tenía 39 años, ya tenía mi barbería, estaba feliz, estaba casado tenía un hijo de 6 años.
El pueblo había pasado por muchas catástrofes, según me había contado mi padre, pero no esperé vivir una en carne propia.
Un día, de la nada, los niños comenzaron a enfermar. Pero no te imagines que era como la tos o la fiebre, era algo peor, algo que ninguna persona conocía.
—¿Y qué era? —preguntó Natalia.
A la fecha, aún no se sabe. Los niños simplemente empezaban a delirar, decían ver cosas, cosas que no existían, pero el asunto no acabo ahí, mi esposa y yo tuvimos que ver como nuestro hijo era consumido por esa enfermedad.
Pasaron los días, luego los meses, las cosas sólo empeoraban, al punto de que tuvimos que atar a nuestro hijo a una silla, porque me…atacó.
El barbero se bajó el cuello del lado derecho de la camisa y le mostró a la chica la cicatriz de un rasguño.
Editado: 03.07.2018