El local estaba vacío, como era de costumbre, a esa hora Efrén limpiaba con un paño la barra de madera.
En ese momento, Natalia entró en la cafetería, esta vez con más seguridad.
—¿Qué vienes a hacer aquí niña? ¿vienes a increparme otra vez? ¿a intentar hacerme llorar? —la interrogó con ira.
Natalia se quedó callada mirando hacia abajo y con el cabello tapándole parte de la cara.
—¿Entonces? —volvió a preguntar.
Pasaron unos segundos cuando Natalia habló.
—¿Ya terminó? —preguntó.
Efrén la observó mientras inhalaba y exhalaba entre dientes.
—Ya —dijo después de unos segundos—. Siéntate —agregó.
Natalia se acercó a una de las bancas que estaban cerca de la barra.
—¿Quieres algo de tomar o comer? —preguntó Efrén.
—Un frappe de moka por favor —dijo Natalia con amabilidad.
—Mierda, ¿Por qué lo jóvenes no piden un café normal? —dijo exaltado—. Nah qué más da —agregó con pereza.
Efrén sacó la licuadora y la puso en la barra. La conectó a un enchufe que se encontraba de su lado, depositó en el recipiente café, leche y cuatro cubos de hielo. Luego encendió la máquina, la cual, segundos después, hizo un rechinido mientras trituraba los cubos de hielo.
Cuando se detuvo, sirvió el líquido en un vaso mediano y, para terminar, agregó crema batida y jarabe de chocolate.
Cuando se lo sirvió, Natalia empezó a beberlo con un popote.
—Lamento lo de hace rato —dijo con pena—. Yo estaba…
—Molesto —interrumpió Natalia.
—Sí. Verás, no es muy común que la gente haga esas preguntas y menos alguien de tu edad.
—Sí, fue mi culpa. No sabía cómo se lo tomaría y cuando lo vi dudando pues…
—Te molestaste y lo presionaste, eres igual a tu abuelo —exclamó Efrén.
*Espero no haya sido un cumplido* pensó.
—Cuando me llamó, estaba asustado.
Natalia guardó silencio.
—Luego se fue del pueblo —agregó con algo de dureza.
Natalia se quedó paralizada por un momento.
—Lo siento —dijo al fin.
—No te disculpes. Era mi amigo, pero era un cobarde y para ser franco, tenía motivos muy grandes para serlo. Él quiso salir del pueblo, lo decía todo el tiempo, así que supongo que fue lo mejor.
—¿A qué se refiere? —preguntó Natalia con intriga.
—No solo perdió a su hijo ese año. Meses después de lo que ocurrió con su hijo, su esposa murió por la depresión. El tipo ya no tenía nada y rara vez hablaba de ese tema con alguien, así como todos los del pueblo.
—No entendí eso ultimo —dijo Natalia con franqueza.
Efrén suspiró.
—Te voy a contar algo. Yo tenía veinte años cuando en 1964 ocurrió algo… inexplicable.
Eran las 12 del medio día. yo trabajaba en la cafetería, pero no importaba si estaba adentro o afuera, hacia un calor de los mil demonios. La gente pensó que no se podía poner peor, pero se equivocaron.
Minutos después de las 12, la tierra empezó a temblar.
Había sentido la tierra sacudirse en varias ocasiones, pero te puedo asegurar, ninguna como en esa ocasión. Era como si el suelo, no, el planeta mismo sintiera miedo, sonará tonto, pero así era.
Tardó varios minutos, la gente gritaba por todos lados, yo pensé que moriría si no salía a tiempo de casa.
Cuando salí a la calle, el temblor se detuvo.
Te puedo asegurar que ese día hubo más cosas inexplicables de las que me han ocurrido en la vida.
La primera, no hubo daños materiales. Así como lo oyes, ninguna estructura y te puedo asegurar, ningún plato de perengana que viviera en el pueblo sufrió daño alguno.
La segunda, momentos después del temblor, mucha gente cayó al suelo.
Editado: 03.07.2018