1
Natalia se encontraba acostada boca abajo en su cama, sosteniendo un lápiz con su mano derecha y escribiendo en la hoja de una libreta.
“Silbido. Tres silbidos, silbido largo. Dos silbidos seguidos. Silbido largo. Silbido y silbido largo.”
“Silbido. Silbido largo”
“Silbido, silbido largo y dos silbidos seguidos. Tres silbidos largos seguidos. Tres silbidos”
“Silbido…
En su cabeza no dejaba de sonar ese silbato, aunque solo lo escuchó una vez.
Al terminar de escribir, el silbato que escuchaba en su cabeza se detuvo. Arrancó la hoja y observó lo que había escrito. Recordaba el sonido de cada tanto a la perfección, pero no sabía el porqué, ya que ella no tenía tan buena memoria.
Dobló la hoja y la guardó debajo de su almohada, donde también tenía la lata de atún del otro día.
Tomó la lata de atún, se sentó en posición sukasana sobre la cama, apoyó los codos sobre las piernas y pasaba de mano en mano la lata.
En su mente recordaba todo lo que le habían dicho las personas del pueblo.
<<El terremoto de 1964, las extrañas muertes y el incendio que le siguieron minutos después.
La foto que encontró en el escritorio del presidente municipal debía ser de 1965, cuando empezaron a trabajar en la mina.
El extraño suceso de 1984, lo descrito por Romeo y Eufemio. Como una vieja hacienda se convirtió en hospital y el cierre inesperado de este, solo quedando tres pacientes sanos.>>
Después de esto, las preguntas llegaron de golpe.
<< ¿Qué habría podido provocar un encendió de esa magnitud?
¿Por qué el presidente municipal tendría una vieja foto de esa mina? ¿y qué pasó con esa mina?
Lo de Romeo y Eufemio tenían conexión, pero ¿será que el calor puede provocar algo así?
Había escuchado sobre algunos efectos que producía el calor como la deshidratación, fatiga e insomnio, pero ¿delirio? ¿delirio en masas?
Y de las únicas personas que “sanaron”
¿Qué se sabes de ellos? ¿Dónde están ahora? La única que quedaba era esa señora Andrea, pero… parece que sigue afectada… >>
Faltaban piezas para poder hilar todo lo que ocurría en Monte Cristo, eso era obvio. Algunos sucesos perdían conexión de golpe.
—¿Natalia? —preguntó una dulce voz desde afuera de la habitación.
Natalia volteó y vio que era su abuela, la lata había terminado en su mano izquierda. Sin apartarle la vista a su abuela metió ambas manos en su chamarra de mezclilla.
—¿Sí? —preguntó Natalia.
—Quisiera que me hicieras un favor —dijo Doña Emilia aproximándose a ella.
—Sí, por supuesto, dime —exclamó Natalia con amabilidad.
—Quiero que entregues esta carta en la casona holandesa —dijo Doña Emilia con calma entregándole la carta.
Natalia no comprendía bien ese favor, ya que tenía entendido de que la señora de la casa holandesa y ella eran amigas. Sabía que se veían en secreto, aunque tenía un tiempo que ya no lo hacía, pero se limitó a asentir con la cabeza.
Tomó la carta con la mano derecha.
—Pero…quiero que lo hagas sin que nadie se dé cuenta —dijo pausadamente—. Nadie —volvió a decir mientras le giñaba el ojo izquierdo.
Natalia lo entendió.
2
Sabía que ella estaba ahí. Lo sabía perfectamente, ya que la señora Andrea despedía un olor a medicamento bastante fuerte.
Natalia se encontraba de cuclillas detrás de un árbol a unos metros de la casa holandesa, lejos de la vista que podía ofrecer la ventana donde se ocultaba la señora.
Si se acercaba, la señora actuaría como en los días anteriores o podría hacer algo peor.
Natalia inhaló profundo. Debía ser paciente, eso se lo había enseñado su abuelo.
<<La gente se distrae con facilidad Natalia, recuérdalo>>
Un maullido hizo que volteara hacia su izquierda. Un gato blanco estaba rozando su pierna izquierda con su pelaje.
Editado: 03.07.2018