La gente volvió a llenar el quiosco, las emociones estaban divididas entre felicidad y angustia, pero algo era cierto, de no funcionar, la gente no podría ser controlada con tanta eficacia como las veces anteriores. Eso tenía preocupado al presidente municipal y a Natalia, quien se encontraba oculta en la sombra de uno de los edificios frente al quiosco.
Al mirar al lugar donde había estado el puente, pudo ver como una densa niebla empezaba a cubrir la mitad del rio.
A las 5:58pm, el presidente municipal tomó el micrófono.
—Señoras y señores —exclamó con algo de nerviosismo—. Sé que esta semana ha sido muy dura para todos, pero he de informarles que el puente, con la ayuda de todos, ha sido terminado satisfactoriamente —exclamó con más fuerza.
La gente empezó a aplaudir con entusiasmo.
—Coloca el puente —le gritó a un tipo que se encontraba en una grúa.
La grúa empezó a moverse cargando el puente. Eran planchas soldadas una a una y en los lados laterales estaban soldadas las vigas.
La grúa sobrepuso el puente de emergencia sobre los dos extremos del puente que seguían en pie. Cuando estuvo colocado, dos hombres se apresuraron a fijar con enormes clavos de acero las vigas al concreto del viejo puente.
El silencio reinó del pueblo por unos segundos. De pronto, el hombre levantó el dedo pulgar de la mano izquierda hacia al presidente municipal.
—¡Ya quedó! —exclamó con alegría.
La gente gritó de gusto. Algunos aplaudieron mientras que otros abrasaban a la persona que tenían al lado.
Natalia sonreía con alivio.
—Bueno, supongo que esto ya se acabó —dijo en voz baja.
Natalia vio hacia abajo moviendo los ojos de izquierda a derecha y encontró al chico de los lentes y a su amigo.
Los chicos iban a cruzar la calle cuando pasaron al lado de un hombre y este volteó a verlos.
Natalia lo miró fijamente unos segundos y lo reconoció, era el tipo extraño que se retiró antes de la explosión y que estuvo ayudando en la reconstrucción del puente.
Un grupo de personas empezó a correr desesperadamente hacia el puente, gritando algo inentendible.
—¿Qué mierda está pasando? —preguntó el presidente municipal.
Natalia levantó la vista, observó como corría la gente hacia el puente y, a un lado de ellos, sin que nadie se diera cuenta, estaba entrando al parque la señora Andrea.
Natalia quedó perpleja.
El grupo de gente llegó a la mitad del puente cuando de pronto, este explotó en una enorme bola de fuego, haciendo volar pedazos de gente en llamas y metal caliente.
Los fragmentos llegaron hasta algunos de los pobladores. El primero en morir fue el tipo de la grúa, que recibió un fragmento enorme de metal que atravesó el retrovisor y lo partió a la mitad, otros fragmentos cayeron sobre gente que empezó a incendiarse o eran asesinados por los fragmentos de metal.
Natalia miraba atónita en todas direcciones, viendo la sangre en el pavimento y como la gente gritaba y se empujaba.
—Ese era todo el material que quedaba.
—Vamos a morir.
—No tenemos comida —gritaba la gente asustada.
—Debo avisarle al abuelo —dijo en voz baja.
Natalia dio unos pasos a su derecha cuando una voz empezó a hablar por el micrófono.
—La culpa de todo… — exclamó una voz ronca en el micrófono, pero no era el presidente municipal.
El sonido de aquel extraño silbato volvió a sonar.
La gente empezó a reunirse en el quisco
—Es de los desconocidos. Desde que llegaron, han pasado estas cosas horribles —gritó con más fuerza.
La gente empezó a asentir con la cabeza.
—Es cierto.
La gente había rodeado el quiosco.
—Desde que ellos llegaron, solo han ocurrido desgracias al pueblo.
—¡Hay que matarlos!
—¡Si! —gritaron todos los reunidos.
—¿Dónde están? —preguntó la voz del micrófono.
Natalia observó detenidamente el quiosco. En medio, vio la silueta de alguien pequeña, con un chal negro y arrugas en la cara, era… la señora Andrea.
Editado: 03.07.2018