UN MES DESPÚES
Estaba amaneciendo y pronto comenzaría el bullicio del palacio. Los asistentes se pondrían en marcha para limpiar, sacudir y reacomodar los muebles; los visitantes estarían cerca, siempre con una petición escrita y en la mano para el rey; los guardias comenzarían a rondar y dar mantenimiento a los caballos; y los rayos del sol iluminarían el vidrio esmerilado de los enormes ventanales. Todos estarían buscando que el castillo tuviese un aire distinto y acogedor. En ese momento Märah estaba regresando. La joven caminaba felizmente entre los pasillos cargando una bonita canasta rebosante de narcisos que había recogido en el camino, cuando de pronto, tuvo la pésima mala suerte de encontrarse con una hermosa y sensual mujer de labios rojos, mirada retadora y de curvas atemorizantes. Una de aquellas mujeres que no por usar un vestido de falda larga y mangas hasta los codos, escondería su perfecto y seductor cuerpo.
—¡Anetta! —exclamó la desconocida, esbozando una sonrisa que tenía toda la intención de causarle daño—. ¡Qué suerte la mía poder encontrarme contigo!
Märah le sonrió educadamente.
—Disculpa mi insolencia, pero no te reconozco.
—Seguramente no. Pero vamos querida, quién en este reino no conocería a la importante Anetta Roximén. Se rumora por todo el reino que tú eres la favorita de nuestro querido Mandato. Aunque… —la vampira bajó la voz— no tan favorita puesto que aún no te ha llevado a su cama.
—¡Qué atrevimiento! ¿Por qué querría pasar por la cama de mi rey?
—Entonces es verdad que no serás la consorte.
—¿Consorte yo? Te equivocas. El soberano de Mortum no se elige ni por herencia ni por nupcias.
—Mmmm, entonces también es cierto que eres un adorno más.
—¡¿Un qué?!
—Sé realista, Anetta, si Magnus te tiene viviendo en este castillo, sin ser su futura esposa ni su amante, entonces ¿para qué te conserva? Eres un adorno y nada más.
—Vete del castillo, ahora.
La mujer soltó una enorme carcajada, aunque no tan fuerte pues nadie más que ellas dos pudieron oírla.
—¿Hacia dónde crees que me dirigía? Estar encerrada toda la noche con Hécate Magnus me ha dejado exhausta. Con su permiso, señorita florero.
Märah se mordió el labio, su coraje comenzaba a escalar y no pensaba quedarse con él.
—Al menos puedo decir que vivo bajo el mismo techo que nuestro rey sin la necesidad de calentar sus sábanas.
—Oh, créeme que es mejor ser su amante. Servirle para algo más que no sea adornar su castillo, pero eso es decisión de cada una. Buen día, Anetta, sabrás de mi siguiente visita a tu amado rey cuando veas un listón rojo en la puerta del castillo.
Märah subió a su habitación, cerró la puerta de golpe y se arrojó a la suave comodidad de su diván. Estaba molesta y ya había comenzado a destrozar algunos de los narcisos con sus manos, cuando sin querer, reparó en la propia habitación. Observó los lujosos cuadros de paisajes que se hallaban colgados de las paredes, los finos tapetes, las finas porcelanas y las cortinas de seda, pensó en las palabras de aquella mujer y entonces se sintió miserable. ¿Cuántos años había vivido en aquel castillo, gozando y haciéndose de riquezas que ella no merecía? No hacía nada para ganárselas, y esto, de verdad que la hizo ver su estadía en Mortum de una manera muy diferente.
Esperó a que las horas pasaran, esperó a escuchar más voces, y cuando lo creyó conveniente, cogió su canasta de narcisos y se dirigió a la habitación de Magnus.
***
—Qué atrevimiento. Esto es un insulto —refunfuñaba el Mandato. Bruce estaba con él y le había entregado un pergamino en el que, el rey de Alta Marea le pedía permiso para abordar su tierra y tener una conversación—. Después de cómo me insultó frente a las otras naciones, ¿espera que lo reciba en mi palacio como si nada?
—Tal vez sea para pedirte una disculpa.
—Seré todo lo que quieras, Bruce, pero estúpido no soy, y este hombre lo que está buscando es escarbar hasta encontrar una guerra.
—¿Por qué lo crees así?
—¿Necesitas más información que la junta pasada? Estaba tratando de crear un consejo, con los seis reyes, para él colocarse a la cabeza de todos. Básicamente nos iba a usar como peones mientras él gobernaba las seis tierras.
—¿Qué peligros hay si no aceptas su petición?
—Muchos.
—¿Crees que venga a atacarnos?
—No lo creo. Si piensa dar su golpe, no lo dará de esta manera. Lo dará cuando estemos desprevenidos.
—¿Entonces lo vas a aceptar?
Magnus se dejó caer en su diván, apoyó su mejilla derecha sobre sus nudillos y volvió a contemplar el pergamino.
—Eso haré. Aquí dice que vendrá con su hija, así que dudo que cometa alguna estupidez, a no ser que desee que Alta Marea se quede sin rey y sin heredera.
—¿Su hija? ¿La mocosa esa?
—No la subestimes, Bruce. A simple vista parece una niña, pero su forma de hablar es la de un adulto.
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Editado: 07.05.2024