—¡Traición! —gritó Aníbal, y el golpe de su mano se escuchó por todo el pasillo del bunker.
—Es que no hay otra forma para llamar a esto. El soldado Bruce ha escapado y se ha llevado consigo a la Princesa de Alta Marea. Es que aquí señores, la pregunta más importante de todas es: ¿por qué se la ha llevado? ¿Qué intenciones tiene al avisarle al Mandato y después escapar con ella?
—Por una traición —reiteró Aníbal—. El tener a esa sirena en nuestras manos habría puesto un pronto final a la guerra, pero el Cazador prefirió hurtarla y llevársela consigo. Quién sabe para qué, o tal vez se la ha llevado para venderla a los esclavistas y cazadores gernardos.
Magnus estaba apartado de todos ellos. Sentado en una silla a la esquina de la habitación, sostenía entre sus manos la carta que Aníbal le había entregado mientras repasaba la auténtica letra de su mejor amigo.
Quince minutos después de que Bruce y Samira escaparan, Aníbal y Dorante llegaron encontrándose con una escena lamentable y un grupo de soldados enfurecidos que ladraban insultos al Cazador de las Altas Mareas, el cual ya se había alejado con el barco. Aníbal sintió que el cielo se le venía encima. Él lo sabía, sabía que alguien le había advertido a Bruce que iban detrás de él para matarlo. ¿Qué diría el Mandato? ¿Lo ejecutaría? Bien es sabido por muchos que Hécate Magnus le tiene un particular cariño y aprecio a Bruce, por lo que, indudablemente, lo pondría al borde de un juicio de muerte. Pensó rápido, orquestó otro plan y, acordándose de la carta que tenía en su poder, decidió regresar al bunker y gritar a los cuatro vientos que Bruce había escapado y que se había llevado consigo a la princesa de Alta Marea. Cuando los generales de cada división le exigieron pruebas de su alta acusación, este les entregó la carta.
—Mandato. ¿Usted qué opina de todo esto? —preguntó uno de sus generales.
—Y sea justo en sus palabras —le rugió Aníbal—. Porque entendemos su postura si se atreve a defender al Cazador de las Altas Mareas, pero también es justo que entienda los alcances que este secuestro podría tener. Cuando las sirenas reclamen a su princesa, ¿qué diremos nosotros? ¿De dónde vamos a sacarla?
—¡Silencio! Ya ha dicho lo suficiente, soldado. Hécate, dinos lo que estés pensando.
Magnus entornó su atención hacia ellos.
—No tengo ni idea de qué responder. Esto es una sorpresa tanto para ustedes como para mí.
—¿Estarías dispuesto a levantar un acta de arresto por alta traición?
—Por supuesto que no.
—¡¿Lo ven?! —Aníbal lo señaló con el dedo—. Lo defiende a pesar de la estupidez tan grande que acaba de cometer. Nosotros como soldados que desean preservar el bienestar de Mortum debemos buscarlo y darle caza con la muerte.
Magnus se levantó y con un impresionante rugido hizo retumbar las paredes y los suelos del bunker. Observó a Aníbal con sus depredadores ojos rojos, y su mirada abominable y cruel hizo que el soldado terminara regresando al asiento de su silla. Que le quedara claro quién seguía siendo el rey.
—Si Bruce se ha llevado a la princesa, sus razones habría tenido. De lo contrario nunca me hubiera enviado este aviso. La orden será la siguiente, y apuntadla bien, porque si violan alguno de los límites que estoy a punto de dictar, serán castigados con la muerte —su mirada recayó en Aníbal—. Los de la alta división seguid en sus puestos, y los demás soldados dar rienda a la búsqueda de mi mercenario, pero no tienen permiso de atacarlo con algo que ponga en riesgo su integridad. Capturadlo y traerlo aquí inmediatamente.
—¿Y si opone resistencia? —preguntó Aníbal.
—Se supone que son soldados bien entrenados. He de suponer que un simple, Cazador, no representará ningún riesgo para aquel que intente detenerlo.
—Por supuesto que no.
—Entonces ir y recordad mis palabras.
Después de haber dado su orden, Magnus salió del bunker. Necesitaba que el viento gélido le recorriera la cara, y aunque se lo ensuciara de pólvora, a él no iba a importarle. Se sentía desesperado, tenso y preocupado. No sabía qué es lo que realmente le había pasado por la cabeza a Bruce como para cometer semejante acto, pero tampoco lo cuestionaría o condenaría. El Mandato tenía una enorme confianza en su soldado, y no pensaba tirarla por la borda solo por lo que pudiera decir y gritar un vampiro de colmillos largos y lengua suelta.
Hécate se paró frente a un par de frondosos árboles que formaban parte de las montañas, se frotó el hueso de su nariz y miró al cielo hasta que una voz, demasiado familiar, lo sacó de sus pensamientos.
—¿Qué te sucede?
El vampiro se dio la vuelta y una amplia sonrisa se formó en su rostro. Porque no importaba las circunstancias, los problemas que lo rodearan o cuán mal se sintiera, ver a Dimitrio siempre lo pondría feliz.
—Estoy desesperado —confesó.
—¿Por Bruce?
—¿Cómo… cómo sabes eso?
—Están diciendo que es un traidor.
—No lo es.
—Quizá no. Tú lo conoces mejor que yo y todos aquí presentes. Quizá tengas razón y habrá tenido sus razones para hacer lo que hizo, pues al fin de cuentas, está entrenado por ti.
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Editado: 07.05.2024