El cazador se quedó perplejo ante semejante descubrimiento. Hace muchos años y mientras Magnus le estaba enseñando a capturar peces almedos en una de las goletas del palacio, el vampiro recordó haberse fijado en el horizonte del Oeste.
—¿Es hacia allá que se encuentran las demás tierras? —preguntó.
Magnus se levantó, dejó a un lado las redes de pesca y se frotó sus hombros desnudos. Hacía un calor endemoniado, y aunque esto no representaba ninguna sensación o incomodidad para el vampiro, cuando Hécate pasaba tiempo en las goletas le gustaba ir parcialmente descubierto.
—Así es. Primero está Alta Marea y después El Pico de la Mira Negra.
—¿Y después?
—Mmmm, no lo sabemos.
—¿Este mundo no es redondo?
—Tampoco lo sabemos. Nadie ha viajado más allá de nuestras tierras para descubrir otras islas o saber si viven otros seres, y aquellos que suelen internarse en los mares del Oeste, a veces no suelen regresar.
—¿Por qué?
—Las corrientes son muy traicioneras y casi siempre consiguen volcar y destruir los barcos. Existe una ley que todas las naciones están obligadas a seguir.
—¿Cuál es?
—Si algún barco tiene planeado internarse hacia ese lado de nuestro mundo debe tener como mínimo un estandarte con el símbolo de los Mares del Oeste, así los tripulantes sabrán tomar su decisión sin engaños.
—¿Bruce? —Samira se paró de puntitas—. ¿Me estás escuchando?
—Vamos afuera —el Cazador se apartó de golpe, pues el físico de la joven no estaba en las mejores condiciones como para verle de cerca—, tienes que comer algo. De lo contrario tu cuerpo se disecará y terminaré colocándote como adorno del barco.
—¿Ya te han dicho lo cruel que eres?
—Linda Samira —el vampiro se dio la vuelta y le palmeó un par de veces la cabeza—. Soy un soldado de guerra. ¡Por supuesto que soy cruel!
—A mí me gusta ver cuando te molestas.
Bruce le gruñó.
—Vamos ya, que tienes que buscar tus propias algas de arrecife.
—¿Cómo así? ¿Yo me meteré al océano?
—No creo que las algas crezcan en tierra, ¿o sí?
—Ah… Pero no sé qué criaturas puede haber en estos mares.
—Tranquila bruja del mar, te cuidaré la aleta si es eso lo que te preocupa.
El viento los recibió con una agradable brisa. Las manos de Samira no dejaban de temblarle, y entre más se acercaban al océano, el aroma salado le recordaba a las Kilfadas. Qué pena que algo tan hermoso como el mar ahora le resultara aterrador y horrible.
—No creo que sea buena idea… ¿Qué estás haciendo? —las mejillas de la muchacha se le pusieron rojas.
—No me voy a meter con ropa. A diferencia de las sirenas, a los vampiros no nos gusta estar mojados. Tú si quieres sumérgete con tu vestido puesto, pero yo no.
Bruce era alto, extremadamente alto, de un cuerpo musculoso y bien definido, de hombros anchos y piel blanca como la arena de aquella playa. El vampiro no se quitó toda la ropa, pues finalmente decidió que se zambulliría utilizando solo sus pantalones, porque tampoco era un descarado que se desnudaría frente a una joven princesa.
—Ven aquí. ¿O planeas quedarte ahí estática?
—Eh…
—¡Ven, Samira! —tomó la primera ola y después regresó a la superficie—. No te pasará nada si yo me quedo cerca.
La muchacha vio la ropa de él apoyada en las rocas, y junto a ella descansaba el letal látigo con el que la había golpeado y capturado. ¿Lo volvería a utilizar si lo molestaba? ¿La golpearía otra vez? Afortunadamente todos sus malos pensamientos desaparecieron cuando lo vio volver a la superficie y retirarse el cabello negro que se le pegaba a la cara. Las mejillas de Samira volvieron a encenderse y entonces una sensación extraña y diferente recorrió todo su cuerpo.
—Si nos encontramos con alguna criatura peligrosa…
—Te defenderé sin importar lo que me cueste. Ven ya.
La sirena se acercó a la costa cuando la marea regresó al océano, se levantó su bonito vestido aperlado y entonces brincó al agua. En el interior todo relucía como cristal, tan transparente y hermoso que parecía haber sido sacado de un cuento. Sus piernas desprendieron un hermoso brillo que acarició el suelo marino y el rostro de Bruce, y de inmediato su aleta renació tan grande y poderosa que ella se pudo mover con extrema facilidad.
Samira le sonrió al Cazador, ella era una sirena y por lo tanto no tenía ni una sola dificultad para respirar bajo el agua. Bruce era un vampiro, y si respirar no era indispensable para él, le resultaba incómodo cuando las burbujas se le metían en la boca o en la nariz.
Los dos nadaron durante varias horas. Samira recogía algunas ostras y corales comestibles, pero cuando vio las algas que tanto le gustaban, la joven enloqueció por completo. Nadó hasta ellas, cortó un puñado y se las entregó a Bruce junto con lo demás. Finalmente pudieron subir a la superficie.
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Editado: 07.05.2024