Samira abrió los ojos. El golpe de poder fue tan fuerte que la sirena se puso de pie y comenzó a correr hasta llegar a la costa y tenderse de rodillas en la orilla del mar. Bruce se fue tras ella, preocupado y totalmente sorprendido.
Hacía más de dos meses que ambos habían vuelto a la costa, pues como era de esperarse, la sirena necesitaba alimentarse y necesitaba que su piel se cubriera con agua salada para seguir con vida. Ahora ellos dos yacían tendidos en la hierba seca del bosque, escondidos detrás de dos inmensos árboles que apenas y dejaban colar la brillante luz de la luna.
—¡Samira! ¿Qué tienes, qué te pasa?
La muchacha estaba llorando, tenía las manos hundidas en el agua y su vestido comenzaba a mojarse.
—¿Samira?
—Está muerto —susurró.
—¿Quién?
—Mi padre… Mi padre está muerto.
—Eso significa que… ¿la guerra ha terminado?
—Eso significa que… —el mar comenzó a agitarse— Soy la reina de Alta marea. ¡Soy la reina!
La tranquilidad del agua se convirtió en olas cada vez más fuertes y agresivas. Todo a su alrededor se movió y de pronto el océano se agitó en un increíble remolino que brilló en la oscuridad y se elevó en el cielo como fuegos artificiales. Aquel día fue la primera vez que la Reina de Alta Marea pudo tener control de su verdadero poder.
—¡Soy libre! ¡Bruce, soy libre! —gritó y una amplia sonrisa se formó en sus labios. Sus lágrimas desaparecieron y las olas se dejaron caer mojándola a ella y sanando sus heridas.
Bruce se acercó a ella y depositó un beso en su frente.
—Lo eres, cariño, por fin lo eres.
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Editado: 07.05.2024