Cuando Stephanie pidió estar sola, Alexa y Steve decidieron que era momento de marcharse. Entendían perfectamente la demencia infame que bullía en el pecho de su querida amiga, pero por más que lo desearan, no podrían hacer nada para ayudarla, pues aquella decisión era algo que solamente Stephanie podía determinar.
—Alexa —Steve se giró hacia ella—, iré a visitar a Niar para saber cómo sigue el golpe de su cabeza. ¿Quieres que le diga algo?
—Dile que se tome un té de árnica. Eso le aliviará el dolor.
—¿Te veo más tarde?
—Tranquilo, yo estoy bien.
—No lo pareces.
—Pero intentaré estarlo. Dile a Niar que se mejore pronto, que la pandilla lo necesita.
La muchacha siguió su camino. Llegó a su casa y escaló por una ingeniosa escalera de madera que ella misma había confeccionado, hasta el alfeizar de su ventana. Pero en cuanto logró poner un pie dentro de su habitación, una voz ronca rugió detrás de ella.
—No viniste a dormir anoche.
—Papá.
—No creas que no me di cuenta cómo te escabullías por esa escalera tuya. Podrías lastimarte.
—La probé con el peso de tres hombres.
—Tus amigos no pesan mucho que digamos.
Ella escondió una sonrisa.
—¿Puedo preguntar a donde fuiste anoche? —su padre se le quedó mirando. Un tierno gesto enmarcó su blanco rostro con centenares de pecas marrones.
—Stephanie me llamó. Al parecer tenía problemas con Danisha sobre qué vestido utilizar.
—¿Y para eso te robaste todo el ajo de la casa y la reserva de agua bendita que tu madre guardaba como herencia de tu abuela?—el hombre se acomodó los abundantes rizos de cabello que le picoteaban la nariz cada vez que se le venían sobre el rostro.
—Rituales.
—Como sea —suspiró—. Te he dejado algunos libros que encontré en un baúl que guardaba tu abuela.
—¿Tan rápido ya nos estamos deshaciendo de sus cosas?
—Alexa. Sabes que a tu madre…
—¿Y qué tiene que me robara el agua bendita? Mamá de todas formas la iba a tirar. Ella decía que la abuela era rara porque practicaba el neopaganismo. No me sorprende que ella falleciera hace dos semanas y su cuarto ya esté prácticamente vacío.
—Sabes que a tu madre le da miedo esas cosas de brujería que mi mamá practicaba.
—A mamá le da miedo toda la magia; sea oscura o blanca.
—Basta. No seguiré discutiendo contigo. Te he dejado esos libros, pero si no los quieres, los pondré en la basura.
Alexa se resignó. Aceptó quedarse con los libros, esperó a que su padre saliera de su habitación, e inmediatamente se quitó la gabardina para lanzarse a su cama y comenzar a leer.
La nana, como Alexa solía llamar a su querida abuela, fue quien, en vida, le inculcó toda clase de religiones a la joven muchacha. Nana era una mujer sumamente inteligente, y toda esa inteligencia y sabiduría la empleó en los cimientos del dogma a la que pertenecía. La religión Wicca que se desprendía del neopaganismo. Los wiccanos creían que el espíritu del todo era el artífice principal de todo lo que nos rodea; las semillas, el agua, las plantas, la tierra, el viento, el fuego y cada una de las criaturas que conforman la vida. Esto significa que los seres humanos debíamos considerar todo lo que existe y lo que nos rodea como una divinidad y tratarlo con veneración, respeto y agradecimiento. Es por eso que la joven Alexa se interesaba principalmente por todas las plantas medicinales que estaban a su alcance, y el por qué las utilizaba para sanar cualquier daño que agrietase la tranquilidad de la existencia misma.
Tras el fallecimiento de su abuela, Alexa por fin había aceptado su naturaleza. Ella era una wicca, y su padre también, solo que este último tristemente se resistía a aceptar la realidad de su vida. Alexa estaba contenta, sumamente feliz al saber que podía disponer de la magia blanca y oscura a su antojo, al saber que era una hacedora y sanadora en cualquier circunstancia, que podía aprender encantamientos y hechizos no solo de vida, sino también de muerte. Y aunque su sobrenombre de bruja era cruelmente perseguido por la sociedad, ella prefería denominarse como una wicca antes de hacerse llamar hechicera.
Su abuela había sido perseguida, desterrada de las colonias británicas en donde nació, sin embargo el destino la había llevado a Quitakram, en donde tiempo después sentaría cabeza en Balefia, un pequeño pueblo en el que bien podría destapar sus más grandes habilidades neopaganas y ser libre.
La muchacha cerró el libro, miró la cubierta y pensó en Scott, y en la forma tan aterradora en la que él la había llamado cuando se quejó de su aroma.
—Estúpida, no tienes ni la mitad del poder que yo tengo.
Scott era un vampiro, claro estaba, pero qué poder tan grande debería correr en él para amenazarla de aquella manera, y ¿por qué ella tampoco soportaba su olor? A Stephanie la habían mordido, sin embargo, ella no apestaba ni de lejos lo que él sí.
Alexa necesitaba respuestas. Y lo peor es que las necesitaba de la boca de él.
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Editado: 07.05.2024