Fue una bendición que Charlotte todavía siguiera existiendo. Pues aunque ahora Edwin tenía el dinero suficiente como para costearse un mejor auto, el hombre decidió que era mejor invertir en su vieja camioneta y remodelarla, a cambiar todos esos recuerdos que seguía conservando en ella.
Balefia había cambiado solo un poco; algunos comercios habían cerrado y algunas casas habían sido derrumbadas para construir otras nuevas, pero de ahí en fuera, las calles seguían iguales, las farolas también y los arcaicos muros de piedra que daban forma al instituto central en donde ellos se formaron.
—Está un poco polvorienta porque no suelo venir muy seguido, pero al menos tendrán una cama en dónde dormir y una regadera decente. Derek, Edwin, Alexa, si quieren comer algo, creo que hay algunas sopas congeladas en la nevera —Danisha abrió las puertas de su viejo departamento.
—Tus fotografías siguen aquí —Stephanie señaló los marcos de las paredes, aquellos mismos en los que Danisha había sido inmortalizada después de ganar varios certámenes de belleza.
—Nunca quise quitarlos, sobre todo después de nuestra pelea en el bosque de Norland. ¿La recuerdas?
—¿Cómo olvidarla? Ese día mi mejor amiga volvió a nacer.
—¡Oigan! —Edwin habló desde la cocina—. Prepararé algo para cenar. ¿Sobra preguntar si ustedes apetecen un bocadillo?
—Te recuerdo que somos vampiros, y que nuestro alimento se encuentra en Vermont.
—En ese caso, Alexa, Derek y yo cenaremos en la mesa del pórtico.
—Tengan cuidado. El cielo está nublado y pronto comenzará a llover.
—Cómo extrañé Balefia —Alexa sonrió.
Las horas pasaron y los chicos se reunieron en el jardín para contemplar los rayos y truenos que comenzaban a formarse en el cielo. Mientras tanto, Stephanie salió a la terraza para sentir el fuerte viento que le recordaba el lugar que durante muchos años se volvió su fortaleza y hogar.
—Hay días en los que no te comprendo —lamentablemente su noche fue arruinada cuando el carácter avinagrado de Alejandro lo inundó todo.
—¿Vienes a pelear?
—Vengo a tratar de encontrar a la mujer de la que me enamoré.
—Sigue aquí presente, Alejandro, pero tú no puedes verla porque tu propio egoísmo no te lo permite.
—¿Mi egoísmo? Pedirte que no vinieras a un lugar que puede acabar contigo no es egoísmo.
—Soy la cuarta Mandata, y eso me da el derecho de luchar por mi pueblo.
—¿Cuarta Mandata? ¿Quién ha estado los últimos ocho años al frente del palacio?
—¿Qué te pasa? ¿Por qué tienes ese odio hacia Scott?
—Porque no quiero que por él te destruyas tú.
—Alejandro, has vivido debajo del fantasma de Scott desde que abandoné Mortum…
—No he vivido bajo el fantasma de nadie —la interrumpió.
Abajo, desde el jardín, Alexa, Steve, Derek, Edwin y Danisha contemplaban la discusión.
—¿Que no has vivido bajo su fantasma? ¡Por favor! Si hueles a un vampiro cerca de nuestra casa, dices que es Scott. Si ves un murciélago volando en el cielo, dices que es Scott. Si salgo con alguien, dices que he salido con Scott. Y ahora que he decidido venir al palacio, dices que lo he hecho por Scott. No sabes otro nombre más que el de Scott.
—Qué extraño que solo te mencionaron a Scott y tú regresas corriendo.
—Sácate esa absurda idea de la cabeza, o regrésate a casa.
—¿Sabes qué? Sí, me regresaré, pero no te esperaré como tú lo aseguraste. ¿Estás dispuesta a dejarme ir sin más, sin pelear?
—No te voy a rogar si eso es lo que esperas.
—Entonces, mañana cuando te des cuenta, yo ya no estaré aquí.
—No harías eso, Alejandro.
—Pruébame.
—Deberíamos hacer algo —Derek le susurró a Danisha.
—La está manipulando —Steve lo vio con odio.
—No nos meteremos —finalizó Dani—. Hace muchos años le dije que esto no terminaría bien, y aun así decidió convertirlo.
—Está enamorada.
—Hay alguien que también está enamorado de ella, y aun así la dejó libre para que ella fuera feliz, tomara sus decisiones e hiciera su vida como ella lo deseara.
—¿Te refieres a Scott?
Pero Danisha ya no respondió la pregunta de Alexa.
La mañana se llegó fría y brumosa como solían ser las mañanas en Balefia. Un palpitar estremecedor le sacudió el pecho a Stephanie, pero cuando vio a Alejandro, sentado en uno de los sofás de la casa, aquella preocupación se desvaneció por completo.
—No fuiste a cazar al bosque con nosotros —la chica se sentó en el reposabrazos y se recargó sobre el cuerpo de él.
—No tenía apetito.
—Cariño, ¿sigues molesto por la discusión de anoche?
—Algo.
—Alejandro, no me gusta que te comportes así. Me haces sentir que dudas del enorme amor que yo te tengo, y discúlpame, pero no es justo. Nunca te he dado motivos para dudar —se abrazó a sus hombros.
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Editado: 07.05.2024