Las dos puertas, que eran cuidadas por cuatro centinelas de un porte formidable, se abrieron ante sus ojos cediéndoles el paso y dejándoles ver unos pasillos familiarmente reconocidos, pero cambiados casi en su totalidad.
—La última vez que entré aquí, el aroma a verbena casi acaba conmigo —Steve pareció tener un recuerdo en voz alta.
—Si no fuera por el lugar en el que se ubican, podría jurar que estos no son los calabozos —comentó Danisha, lo que indudablemente se ganaría unas desconcertantes miradas de Derek y Edwin.
—Tú y Steve vivieron aquí los últimos ocho años, ¿cómo demonios no sabían de este lugar?
—Perdón pero a nosotros nos negaban el acceso. Siempre que pregunté por qué no podía bajar aquí, Kerry me respondía que estaban en mantenimiento.
—Y a mí Kharo me decía que los pasillos seguían infestados de verbena, y que era peligroso que yo bajara.
—Dani… —Kerry intentó tomarla del brazo.
—Suéltame. Han tenido el cuerpo de mi amigo encerrado en este sitio desde hace casi una década. ¿Qué se supone que han hecho con Niar todo este tiempo?
—Sé que están molestos —Kharo no logró sostenerle la mirada a su pareja—, pero deben entender que le debemos lealtad a nuestro Mandato. Y el mantener ese secreto, forma parte de esa lealtad.
—¿Sí? —Steve se cruzó de brazos—. Te recuerdo que nosotros también tenemos una Mandata a la que también le debemos lealtad, y no creo que Stephanie haya estado tan de acuerdo con todo esto.
—No se preocupen, muchachos —Alexa le lanzó una mirada bestial al quinto Mandato—. Scott nos dará esas respuestas que muchas veces intentamos encontrar.
Scott no tendría intenciones de responder, y no porque no pudiera hacerlo, sino porque algo en aquella mirada vacía de Alexa, le indicaba que si ella escuchaba algo que no le agradara, el castillo volaría en pedazos y ni el poder de Stephanie podría salvarlos.
Un par de puertas más se abrieron y entonces, en los espacios que antes habían sido utilizados como celdas, ahora había una especie de cortinas doradas y platinas que albergaban varios archiveros y muebles repletos de libros que parecían ser muy antiguos.
—¿Qué demonios es este lugar, Scott? —Stephanie se paró a su lado.
El vampiro suspiró.
—Después de que el ataque de Selem se efectuara en el castillo, recibimos muchos daños materiales y pérdidas de muchos libros y documentos importantes que detallaban nuestra historia.
—Las pinturas desaparecieron, ¿verdad?
—Muchas de ellas se quemaron.
—Recuerdo que mientras estaba luchando contra Selem, los libreros salieron volando, las gavetas se quemaron, y los pasillos…
—No hace falta que rememores toda la destrucción.
»Lo que tenemos aquí es una especie de laboratorio. Yo no quería que toda esa información se siguiera perdiendo, así que comencé algunas expediciones para recrear los hechos y recopilar algunas monturas de idiomas diferentes.
—¿No se supone que el Aterkano es su idioma natal?
—Así es. Carpathia llegó a esta tierra hablando un extraño idioma que consiguió aprender en su estadía con los griegos, pero, he ahí el problema. Hace algunos años, encontramos algunos grimorios y trozos de roca con un idioma muy diferente al nuestro, o a cualquiera que ustedes los gernardos suelen utilizar.
—¿Y ya saben qué dice?
—Una parte sí, y créeme que su traducción es lo más horrible que he leído.
—Bien, hemos llegado. Aquí está lo que ustedes desean ver —Kharo se detuvo frente a la destellante belleza de una puerta doble de vidrio esmerilado y oro blanco.
Un segundo más tarde, Scott se giró y encaró totalmente a Alexa.
—Abriré esa puerta, pero quiero tu palabra de que veas lo que veas, no te vas a alterar. Porque si lo haces, estas paredes colapsarán y salir nos llevará mucho tiempo.
La wicca levantó su mano.
—Intentaré controlarme, siempre y cuando tú no me mientas en nada.
El gélido viento de aquella habitación corrió, primero por los pies de Stephanie y después subió hasta su rostro. Y cuando la puerta doble se abrió por completo, todos, incluido Alejandro, se llevaron las manos a la boca, y solo Alexa dejó caer dos únicas lágrimas.
En el interior de aquella amplia habitación de vigas encrucijadas y paredes de roca sólida, se podían distinguir al menos dos hornos de ladrillo, uno más grande que el otro; varios contenedores de vidrio, medidores, matrices y termómetros, diferentes huesos, cabezas cercenadas de animales y tubos transparentes de lo que a simple vista parecía ser sangre. Y al centro, apresado en la superficie plana de una gran roca larguirucha que sostenía su peso, y encapsulado debajo de un grueso cristal transparente, se hallaba el cuerpo, en un muy buen estado, del amado dúrkel que todavía seguía conservando su antigua edad de hace ocho años.
—¿Qué le han estado haciendo? —Alexa apartó los cuerpos que se interponían en su camino y recargó sus blancas manos sobre el cristal que parecía estar temblando.
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Editado: 07.05.2024