Desde siempre, Danisha se había caracterizado por ser la vampira más valiente, aguerrida y soberbia de todo el grupo de los siete, muy por encima incluso de Stephanie. Pero aquel día, la Vampiresa de París sintió un encarnado miedo que descendió por su garganta y se acentuó en su estómago como la peor de las sensaciones.
Las tres brujas los condujeron al interior de una cueva, una elegante y curiosa cueva que para nada tenía que ver con lo que ellos habían imaginado. Ni siquiera Scott. Las paredes estaban construidas de roca sólida, adornadas con docenas de antorchas que proyectaban una suave luz marrón a lo largo de los pasillos, lo bastantes oscuros para ocultar alguna trampa mortal. Había cortinas rojas de ceda, pequeños muebles rústicos de madera, un candelabro de cristal y una enorme silla de rey, labrada con las tres combinaciones del oro y vidrio esmerilado, sobre un piso de baldosas rojas y oscuras. Todos entendieron que, más que cueva, parecía la viva apariencia de un imponente castillo medieval.
—Señor, hemos capturado intrusos —una de las brujas habló. Y como hasta ese momento las tres habían utilizado sus capuchas oscuras para cubrirse la mitad de sus rostros y solo dejar sus sonrisas al descubierto, ninguno de ellos supo quién había pregonado aquellas palabras.
El silencio fue profanado por el sonido seco de un par de zapatos que se acercaban. Todos permanecieron callados, y solamente alcanzaron a escuchar los inquietantes latidos de los corazones de Derek, Edwin y Alexa.
—¿Tendré con qué divertirme este día? —un impresionante hombre emergió de las sombras.
Aquella figura se trataba de un elegante vampiro vestido con las más finas prendas oscuras. Tenía la piel blanca y reluciente como los alabastros. De estatura muy alta. Corpulento. De mandíbula cincelada. Mirada sardónica. Cabello fino y oscuro como el ébano. Ojos depredadores, amarillos como el oro. Una edad aproximada a la de Scott y una gallardía que cualquier hombre en el planeta anhelaría poseer.
Scott gesticuló su nombre.
—No puede ser. Juré que esta aprehensión sería entretenida, pero nunca imaginé cuánto —el hombre avanzó hacia ellos con una cruel sonrisa y su mirada puesta en el Mandato de la sexta tierra. Caminaba tranquilo y orgulloso cuando de repente—: ¡Auch! ¡Au, au! ¡Me duele, me duele! —sin tener ningún aparente motivo, la criatura se llevó las manos a su ojo derecho. Se lo frotó un par de veces y después apretó sus dientes viendo furioso al grupo de prisioneros que yacían en su vestíbulo.
—¿Qué pasó? —Alexa tenía una expresión de miedo—. Se supone que mi hechizo lo debía haber sometido en el suelo, justo como pasó con Stephanie.
Niar levantó su mirada hacia él, pero ni siquiera la Cornelia pudo medir su nivel de poder. ¿Por qué? Nadie lo sabía.
—¡Maldita wicca, me has picado un ojo! —le rugió.
Alexa se puso pálida. En su vida, solo había existido un vampiro capaz de reconocer su naturaleza desde el primer momento de conocerla. Y ese había sido Scott.
—Aaah, ya veo. Intentaste lanzarme un hechizo de retención. Déjame explicarte. Tú lo hiciste así —levantó uno de sus dedos—. Cuando en realidad se hace así —y al levantar ambas manos, los siete, sin excepción alguna, cayeron de bruces contra el suelo, quejándose de inmediato por el fuerte golpe mientras Edwin intentaba esconder las pocas lágrimas que se le salieron—. ¿A qué has venido, Scott? ¿Y cuál es la intención de profanar mi isla con gente desconocida?
—Tengo que hablar contigo.
—Mmmm, ¿y si me niego?
—Dimitrio… —el Mandato intentó levantarse, pero no pudo— El palacio está en peligro.
—¿El palacio? ¿Y a mí qué me importa el palacio?
—Mucho. Has pasado la mayor parte de tu vida en él.
—Mi vida. ¡Ja! Decidme una verdadera razón para que yo pueda considerar a Mortum mi hogar.
—Supongo que han de existir muchas.
—¿Por ejemplo? —enarcó una ceja.
—Dije que supongo. No que las sé.
—No has dejado de ser un aborrecible imbécil.
—El peligro que se rige sobre la sexta tierra es verdadero, Dimitrio, y hay una videncia que te involucra en él. Es esa visión el único motivo por el que yo esté aquí.
—¿La videncia de ese dúrkel? —lo señaló y a Niar se le cayó el alma a los pies—. Ninguno de ustedes aquí presentes intentéis ocultarme lo que son, porque yo lo sé. Una wicca, tres vampiros, un dúrkel, dos humanos y la corona de este absurdo grupo. El Mandato. Larga vida al rey, o al menos la que le queda.
—¡Es en serio, Dimitrio!
—¿Quién te dijo que estoy mintiendo?
—¿Por qué nunca escapaste de aquí si no hay ni un solo guardia del castillo custodiándote? —Alexa alzó su voz.
—¿Que por qué no escapé? Es una historia… un tanto complicada. Te la contaré —y entonces, con un simple movimiento de su mano, el hechizo desapareció, permitiéndole a todos ponerse de pie mientras él se recostaba despreocupadamente en la suavidad de su trono—. ¿Alguien gusta café o té? Lamento no poder ofrecerles una copa de sangre fresca, pero como verán, no hay mucho qué cazar por aquí. Pero sí hay un campo de café allá atrás.
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Editado: 07.05.2024