—Moon, ven aquí— me llamó mi madre.
Ella estaba sentada en el césped del jardín, en éste habían muchas margaritas. Era un día soleado y en el cielo no habían nubes.
Me acerqué a mi madre y me senté frente a ella. Ella me sonrió. Arrancó una margarita y la giró entre sus dedos.
—¿Quieres que te cuente tu historia favorita?— preguntó.
Asentí con la cabeza. Puso la margarita que había arrancado en mis manos. Era bonita, sus pétalos relucían en la luz del sol, y el centro amarillo destacaba mucho.
Había una vez una hermosa margarita que vivía con sus padres, ella era especial porque era diferente a los demás...
—¡Como yo!— dije con entusiasmo.
—Sí, Moon, como tú— afirmó mi madre riendo, luego continuó:
Sus padres la querían mucho y siempre le decían que ser diferente no era malo sino al contrario.
La margarita ayudaba a muchas personas y nunca pedía nada a cambio. Su corazón siempre estaba feliz.
Un día, la margarita conoció a una hermosa rosa blanca y de inmediato sintió que algo se le revolvía en el estómago; eran mariposas.
Decidió no decirle nada a la rosa porque ella pensaba que si él se enteraba de lo que ella podía hacer nunca la querría.
Así que lo guardó como su secreto.
Después de unos años, se casaron y tuvieron a una linda niña.
El problema surgió cuando el esposo de la margarita se enteró de que ella era diferente, se enojó y la abandonó.
La margarita lloró sentada en su cama con su bebé en brazos.
La rosa blanca regresó, pero no para disculparse con la margarita.
Una noche aprovechó que la margarita dormía y entró a su habitación. Agarró a su bebé y se la robó.
A la mañana siguiente, la margarita se despertó y se asustó cuando no lo más preciado que tenía; su bebé.
Llamó a su familia, y la empezaron a buscar, pero no tuvieron éxito.
La margarita lloraba día y noche, no comía, pedía gritos que le devolvieran a su bebé... Pero nunca se lo devolvieron.
La margarita enloqueció y su padres la internaron en un psiquiátrico con la esperanza de que recuperara la cordura.
El tiempo pasó, la margarita no daba señales de recuperación. Su bebé nunca la encontraron.
Todo el tiempo caían lágrimas silenciosas de dolor por sus mejillas.
La margarita no aguantó más tiempo y sus ojos se cerraron para siempre.
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Editado: 30.05.2018