Tuvieron que rodear el bosque para encontrar otro camino por el cual entrar ya que el principal por alguna extraña razón había sido bloqueado por dos de sus soldados. Con cada minuto que pasaba, Antoinette sabía que su destino se acercaba, pronto se iría de Austria, no volvería a pisar su suelo en un buen tiempo sino no es que nunca regresaba. Sería ahora dueña de toda Francia, sería la esposa de su rey, y le daría herederos al trono. Cerró los ojos tratando de calmarse, eso era lo que tanto había deseado, enorgullecería a su madre, así como sus hermanas mayores también lo habían hecho, haría que la viera por primera vez. Se volverían a reencontrar cuando se celebrará su boda en Versalles, y después de un buen tiempo en la coronación. Había algo dentro de ella, que se moría de miedo, que no quería irse, quería quedarse, pero no tenía nada en Viena que la esperará. Tal vez en Francia podría hacer una nueva vida, podría hacer amigas, formar una familia, tener un esposo que la amará. Pero sabía dentro de ella que eso no sucedería. Las francesas la mirarían con odio y repudio, deseaban el lugar que ella había tomado, era una extranjera para sus ojos, sería difícil al principio, pero después se adaptaría.
Observó por la ventana viendo el sol que comenzaba a esconderse poco a poco, pronto oscurecería y sentía que con eso se oscurecería su vida. Escuchaba de fondo a sus damas halagarla porque tendría una vida de ensueño, le prepararía los más costosos vestidos y usarías las joyas más preciosas. Sintió como su corazón se aceleraba, no, no lo deseaba, quería volver a Viena, no quería ir a Francia y dejar toda su vida atrás, aunque no hubiera una vida que valiera la pena regresar. Su madre la entendería, después de todo es su hija, no la echaría, se enojaría por romper su compromiso con Francia, pero después la aceptaría. Claro que sí, no la desheredaría, todo estaría bien. Escucho como un guardia anunciaba que faltaba poco para llegar, todas esas emociones que sentía acumulada explotaron.
—Alto —susurro conmocionada—. Alto…
Observó como nadie a su alrededor la escuchaba, apenas había pronunciado un susurro audible, sintió como la desesperación la embargaba.
—Alto —pronuncio con más determinación, sintió la mirada de sus damas recaer sobre ella, los guardias aun no la escuchaban—. ¡ALTO! ¡ALTO!
Se aseguro de gritar lo suficientemente fuerte para que el chofer la escuchará parando el carruaje de golpe. Sus damas se miraron entre ellas como si creyera que algo dentro de ella se había roto, eso solo la hizo enojar.
—Largo —les ordeno seria, estas la miraron conmocionadas—. ¿No me escucharon? LARGUENSE DEL CARRUAJE.
Las damas asustadas por sus gritos se bajaron inmediatamente del carruaje corriendo hacia los guardias. Antoinette se encontraba cuestionándose todo, ¿acaso era este su sueño? ¿en verdad ella quería irse? ¿quería casarse con un completo desconocido? Sintió como su corazón latía aceleradamente, sentía como su respiración se agitaba, sentía una fuerte opresión de su pecho, ¿ella quería eso? ¿era su sueño o el de alguien más? No estaba lista, no quería irse, quería escapar de todos, no quería ir a Francia, no lo deseaba. Sentía que el corset al que estaba acostumbrada a usar todos los días, comenzaba a apretarle más de costumbre, sentía que no podía respirar, sentía que se estaba ahogando con el mismo aire. Entonces escucho una voz que la logro sacar de aquella marea que inundaba sus pensamientos.
—Su alteza real —menciono Adrien, golpeando la ventanilla—. ¿Se encuentra bien?
Siempre se había sentido sola en aquel palacio frío, las niñas nobles solo querían ser su amiga por ser la hija de la emperatriz, no por ser solo Antoinette, quienes la rodeaban solo la deseaban o querían por eso, no por lo que realmente era, excepto una persona. Una persona que había conocido en el jardín imperial, un chico que la había mirado con altanería era el mismo chico que ahora la miraba con preocupación con su par de ojos verde oliva. No respondió debido a la sorprendida que estaba.
—¿Puedo pasar?
Antoinette asintió con el rostro sin mencionar palabra alguna.
—Si me permite alteza —menciono educadamente, mientras le hacía una reverencia.
Entro al carruaje sentándose enfrente de ella, Antoinette lo observó fijamente sin importarle si su mirada lo incomodaba, Adrien Lefort era la única persona que sentía que tenía una amistad genuina y sincera.
—¿Hay algo malo que le ocurra? —preguntó preocupado.
—Yo… —respondió sin saber que decir—. Creo que estoy enferma…
—¿Se siente mal alteza? —preguntó angustiado—. ¿Tiene fiebre? ¿Le duele la cabeza? ¿se siente mal del estómago? Ordenaré ahora mismo que le traigan un doctor…
—¿En medio de la nada? —inquirió sonriente.
—Pronto llegaremos al campamento, no se preocupe —la calmo—. Mandaré a uno de mis hombres más veloces para que llegue antes y avise que su alteza esta enferma y que traigan a un doctor…
Adrien estaba listo para moverse, cuando la mano enguatada de Antoinette lo paro, aquella pequeña acción, hizo que Adrien se quedará paralizado, esta solo le sonrió gentilmente.
—No es esa clase de enfermedad —le aclaró—. Es otra diferente… no quiero ir al campamento.
Adrien la miro confundida intentando entenderla, no podía culparlo, ni siquiera ella misma se entendía, no podía esperar que alguien más lo hiciera.
Editado: 21.06.2024