—No voy a volver a verte dentro de muchos años.
Su sonrisa se había borrado por completo al escuchar las primeras palabras que le había dicho desde que llego, no podía creerlo, cayo a su asiento sin poder procesar sus palabras. Tenía solo 12 años, no había tenido amigos o amigas, ya que no le gustaba saber que solo la utilizaban para sus propios beneficios, pero con él, todo era diferente, sentía que era sincero con su amistad desde que se habían visto por primera vez en aquel jardín. Habían mantenido su amistad en secreto, sabían que tanto a sus padres no les gustaría, pero no podían evitar verse a escondidas. Se habían conocido cuando tenía 10 años y ella 7 años.
—¿Por qué debes de irte? —preguntó sorprendida.
Las veces en que Adrien venía a visitarla era en su propia habitación, escalaba las enredaderas de la pared hasta llegar a su ventana donde tocaba tres veces seguidas, sabía que se trataba de él, corría emocionada abrirle dejando a un lado sus estudios solo para que le contará las historias que traía desde el exterior. Era un alivio tenerlo de amigo y era algo reconfortante. Desde que sus hermanas habían fallecido, nada había sido igual en el castillo.
—Es hora de que me enliste en la guardia imperial —relato serio—. Para poder llegar a ser su caballero.
—Pero tu padre… —inquirió confundida—. Pensé que él…
Adrien solo sonrió mientras despeinaba su cabello.
—No puedo depender solo del apellido de mi padre —respondió amable—. Debo hacer mi propio camino, no le daré la satisfacción de saber que todos sus logros se deben a él, serán por mi propia cuenta, serán solo míos.
—¿No será difícil?
—Pero será mío alteza —contestó sonriente—. Así podré estar a su lado.
Antoinette le miro seria.
—¿Qué ha pasado con su padre? —inquirió curiosa—. Siempre trata de evitar hablar de él —le miro dudosa—. Escuche que tiene…
—No escuches los chismes de los sirvientes —la regaño—. Eso no lo haría una señorita de su nobleza, recuérdelo.
—Siempre trata de evitar hablar de su padre, ¿Qué le hizo…?
—No vengo hablar de mi familia alteza —le recordó—. Debo de marcharme en este instante, el coronel me está esperando, solo alcanzo a despedirme de usted.
—No te vayas… —le pidió—. Yo puedo hacerte mi guardia, no necesitas…
—El camino correcto no siempre es el más fácil —murmuro amable, mientras le sonreía—. Por eso pocos lo hacen.
—¿Volverás a verme?
—Eso puedo asegurárselo alteza —le prometió, mientras le hacía una reverencia mirándola profundamente a sus ojos—. Cuando nos volvamos a ver, seré su guardia personal, yo mismo la escoltaré a su viaje a Francia, la veré cumplir sus más profundos sueños.
—¿Lo prometes? —dijo asustada—. ¿No me abandonarás?
—Lo prometo alteza, nunca la abandonaré.
Y con aquella promesa, Adrien se marcho hace tres años de su vida, no lo había vuelto a ver hasta aquella mañana en la que debía de marcharse a Francia, el no se había olvidado de ella, pero Antoinette en cambio se había olvidado de aquella promesa.
El sol apenas comenzaba a filtrarse a través de las ventanas polvorientas de la granja cuando Antoinette se despertó. La luz dorada iluminaba las partículas de polvo que flotaban en el aire, creando un ambiente casi etéreo. Sin embargo, la sensación de paz no alcanzaba a esta. Al despertar lo primero que pudo observar fueron unos ojos verdes olivas que comenzaba a recordar con mayor frecuencia. Al verla pudo ver su mirada se relajó, pudo suspirar aliviado, mientras se sentaba a su lado. Antoinette lo primero que observo fue que se encontraban en una pequeña habitación de madera, los rayos del sol podía filtrarse por la única ventana que daba al exterior. Las mantas ásperas rozaban su piel, recordándole cuán lejos estaba de la comodidad de los palacios de Viena y Versalles.
Miró alrededor de la pequeña habitación de la granja, con sus paredes de madera tosca y el techo bajo. El contraste con sus aposentos reales era desolador. La cama era incomoda, sentía que todo su cuerpo le dolía, pero no sabía si se debía la incomodidad a la que ha estado expuesto o por el arduo ejercicio que tuvo que hacer o una combinación de ambas cosas. En otro momento se hubiera quejado por la cama, pero ya había dormido en pasto, en un molino viejo, esto sin duda era una gran mejora. Solo en la habitación había la cama vieja en la que se encontraba acostado y un pequeño guardarropa de madera que estaba roto.
—¿Dónde…?
No hizo falta que le respondiera, los recuerdos de la anterior noche volvieron como un tornado a su mente haciéndola recordar todo con frio detalle, su cabeza comenzó a dolerle al instante.
—Volviste —murmuro somnolienta—. Cumpliste tu promesa…
—¿Antoinette? —preguntó angustiado—. ¿Te sientes bien? Le he preguntado a los señores Noirot sobre un médico cercano…
—No, no, estoy bien —le aseguro, le miro arrepentida—. Cuando tenía doce años me hiciste una promesa, me dijiste que volverías para convertirte en un guardia y llevarme a Francia —suspiro irónica—. Yo lo olvide, pero tu… cumpliste lo que me habías prometido hace tiempo…
Editado: 21.06.2024