Porque jamás me dejaré caer por él. Todos los días de mi vida rezo porque a mí hija le vaya bien, se que todo mi pasado algún día lo sabrá Viridiana, temo por lo que piense pero será un método de prevención para que la historia no se repita. El teléfono suena, Francisco y yo estamos demasiado ocupados, Viridiana salta a contestar.
—¿Amima?— pregunta con entusiasmo.
—Llama más seguido que no sé nada de ti, además que este encierro es injustificado— responde con altanería
—¿En serio?, necesito estar ahí— escucho que habla con alegría.
—Mira, te dejo porque aquí no me quitan la mirada de encima y parece que en esta casa no hay privacidad— contesta con algo de enojo y cuelga la llamada enseguida.
—¿Quién era hija?— pregunto con amabilidad.
—¡Carajo que te importa!— responde grosera Viridiana.
Ante tal respuesta Francisco se levanta de la silla y le da una cachetada a Viridiana.
—¡NO LE VUELVAS HABLAR ASÍ A TÚ MADRE! ¿ENTENDISTE?— grita enfadado Francisco señalándola con el dedo.
Viridiana sobándose la mejilla adolorida le responde:
—¡SUFICIENTE! ¿Por qué me tratan así?— sollozando con coraje.
—Tenemos que hablar sobre tu comportamiento y sobre todo de mi pasado— hablo pasivamente.
—No me importa nada que tenga que ver contigo, solo quiero privacidad, que me dejen vivir mi vida así como ustedes la vivieron, ¿No logran comprender eso?— contesta llorando.
—Precisamente porque allá afuera no sabes sobre el peligro de la gente, eres muy ingenua para saber quién tiene malas intenciones— le respondo amablemente.
—Si lo que tratas de decir es que soy una imbécil, no mamá, ya no soy una niña.— afirma Viridiana.
—Eres nuestra hija y te vamos a querer a pesar de todo— comenta tranquilo Francisco.
—Tienes que saber algo hija— hablo con gran sentimentalismo.
—¿Qué?, ¡Ya hablen!— desesperada por saber.
—Fran-rancisco n-no es t-tu pad-dre— afirmo con mucho nerviosismo.
Viridiana al escuchar las palabras que salieron de mi boca se queda pensativa.
—¿Qué?— extraña con muchas dudas, comienza a mirar la nada, en lo que yo me acerco para abrazarla, ella me evita.
—¡Aléjate de mí!— apartándose de mi lado.
—Viri...— apenas habla Francisco, ésta la interrumpe.
—¡Tú no me hables!— señalándolo con mirada de odio.
Viridiana corre a la puerta y se va de la casa, yo me levanto lo más rápido que puedo para perseguirla pero Francisco me toma del brazo para que la deje.
—¡Es mi hija!, ¡No puedo dejarla sola!— le digo con temor.
—También es la mía, pero el exceso de amor ahoga a la otra persona cuando está mal— responde triste Francisco.
—Aún me acuerdo cuando la cargué en mi brazos, recordé a mi hija cuando la ví nacer— habla nostálgico él.
—Nunca creí que algo así me pasaría— respondo decepcionada de mi misma.
—Hasta en las mejores familias pasa— habla mientras me da un abrazo y los dos nos tumbamos al suelo.
—Me muero si algo malo le pasa nuestra Viridiana; Francisco— lloro diciéndole eso.
—No pasa nada mi vida, no pasa nada— habla en voz baja.
Mientras Viridiana anda en la calle a media noche, empieza a llover, ella va caminando, llorando sin destino alguno, mojándose y exponiéndose al peligro cuando se encuentra con Benito.
—¿Qué haces a estas horas bajo la lluvia?— pregunta el amigo que recién conoció en la fiesta.
—Descubrí que el hombre que creía que era mi padre no lo es.— responde triste Viridiana.
—Vamos a mi casa, te vas a enfermar— propone el dichoso 'Amima'.
—¡Viridiana!— grito enfadada
—¿Mamá?— sorprendida Viridiana.
—¡Aléjate de ese hombre!— exigiéndole enojada mientras que por dentro siento un temor.
—Rosaura— susurra con lentitud Benito.
—Él es mi amigo así que lo respetas— ofendida impone Viridiana.
—¡Y yo soy tú madre, así que hazme caso!— le comento enojada.
Estamos bajo la lluvia con una tensión negativa.
—¿Por qué no dejas que se junte conmigo?— pregunta Benito.
—¡Déjanos en paz!— grito con coraje.
Él solo me quedaba mirando a los ojos con mucho odio, sabía que si mi hija no estuviera, hubiera aprovechado la oportunidad para matarme.
—Vete a casa Viridiana— le hablo.
—No mamá— objeta.
—¡Que te vayas a casa!— le exijo.
Ella se va a casa y me quedo en medio de la calle bajo la lluvia fuerte con Benito.
—¿Hasta cuándo?— pregunto con cansancio.
—Hasta que te mueras queridita— se lanza hacia mí, con sus manos toscas busca mi cuello para comenzar estrangularme, yo trato de quitarme sus manos de encima pero su fuerza no se compara a la mía, con gran odio comienza ahorcarme.
—¡AHORA SÍ MALDITA, LLEGÓ TU HORA!— habla con tanto odio que en sus ojos se denota...