Lily.
La última persona que esperaba encontrar al otro lado de la puerta es Mauro, y sin embargo, aquí está, mirándome como solo él puede hacerlo.
―¿Y bien? ―inquiere―. ¿Me vas a invitar a entrar o no?
―¿Acaso tengo elección? ―replico, pero me hago a un lado.
Él examina con detenimiento la estancia, limpia y tan ordenada que pareciera que nadie vive aquí.
―Encantador ―comenta.
―Tanto como tú ―alego, con sequedad.
Se pasea, con una expresión extraña grabada en su rostro.
Me dirijo a mi dormitorio, sin importarme si me sigue o no.
Lo hace.
Me subo a la cama y me siento cruzando las piernas. Mauro no hace ningún comentario al ver las prendas de Oliver cuidadosamente dobladas sobre mi cómoda, pero no se me dificulta leer sus pensamientos en su cara.
―¿Así que ahora administras un hotel? ―pregunta, acercándose y sentándose a mi lado.
―El trabajo no ha resultado tan lucrativo como creí en un principio ―replico―. Me gustan los planes de repuesto.
―Lo sé ―él dice.
Está anormalmente tranquilo, para ser él.
―¿Qué quieres, Mau?
Él suspira, apretando la quijada y mirándome de reojo―. Solo saber si estás bien.
Alzo una ceja, escéptica―. ¿Por qué no lo estaría?
Sus ojos cálidos se tornan duros―. No lo sé, quizá porque tú y Nicole no están hablando ni viéndose desde hace un par de semanas.
Una punzada de dolor se clava en mi corazón.
―Ah ―suspiro―. Así que ya has venido a exigir mi actuación para arreglar las cosas.
Él no me responde, solo me mira con furia contenida.
―Verás, esta vez no pienso mover un solo dedo ―anuncio―. No hasta que Nicole abra los malditos ojos que se niega a usar. Y el cerebro, de paso.
Yo nunca hablé de mi hermana así. Jamás.
Y por eso Mauro sabe que no estoy jugando―. ¿Qué sucedió? ―cuestiona, frunciendo el ceño.
―Vas a tener que preguntárselo a ella ―respondo.
―Te lo estoy preguntando a ti.
Hago un gesto vago con la mano―. No empieces ―advierto―. No estoy de humor para pelear.
Para nada, de hecho.
―Estoy preocupado ―murmura.
Lo observo, admirando su perfil masculino. Recuerdo su toque, firme y cálido.
―¿Y?
―¡No entiendo cómo puedes estar tan tranquila! ―finalmente explota, elevando la voz y poniéndose de pie de un salto―. Ella está sufriendo, Lily.
Me rio―. Y yo la estoy pasando de perlas, ¿verdad? ―inquiero.
La quijada le tiembla, pero veo cómo lucha por recuperar el control. Respira profundamente, hincándose frente a mí. Pone sus manos encima de las mías y da un respingo.
―Estás helada ―dice.
Tal vez es la dulzura en su gesto, o su toque familiar, pero me encuentro sintiendo pena por él.
―La protegería de lo que sea, y de quien sea. Lo sabes, ¿no?
Mauro asiente, con sus ojos fijos en los míos.
―Pero no puedo protegerla de sí misma ―digo―. Se niega a escuchar, y no pienso fingir ceguera en esto. No voy a malditamente aceptarlo. Si ella se quiere hundir, yo no voy a quedarme a observarla.
Viví años con la violencia, la miseria fue mi compañera no deseada, como una gripe que se negó a dejarme sola y tranquila. Infectándome y matándome poco a poco.
De ninguna manera voy a aprobar que mi hermana se esté metiendo en esto por su propia voluntad. Ella vio lo que la violencia me hizo a mí, vio todo lo que destruyó en mi vida, y si aun así se hace la loca y lo acepta, entonces no es mejor de lo que Sofía fue en su tiempo.
―¿De qué estás hablando? ―Mauro pregunta, su frente se frunce profundamente con preocupación.
―Ya jodí mi vida lo suficiente ―murmuro―. Es hora de que ella se levante sola.
Mauro debe ver mi resolución, y mi absoluta falta de empatía. Recupera su expresión seria y vuelve a sentarse a mi lado.
―Bien ―dice―. Ya que te niegas a hablar de tu hermana, ¿vamos a discutir lo que sucedió entre nosotros?