Capítulo 4
Lily.
Nosotros nunca comemos juntos.
Si acaso, solo mi hermana y yo, pero que Roberto se siente a acompañarnos es casi tan extraño como si mi padre estuviera de regreso.
Sumándolo a la incómoda presencia de Fernando y su madre la cosa es seriamente espantosa.
Cuando llegué del trabajo esta tarde la mesa ya estaba puesta, Roberto en unas pintas casuales y Natalia, la mamá de Fernando, sentada a su lado en una plática fluida.
Son amigos desde hace años. O al menos eso creo.
Estoy segura de lo que Natalia haría si supiera como es en realidad Roberto. En especial por Nicole.
Sé que ella y su familia no dejarían que Roberto se le acercara si supieran el monstruo que es. Aunque claro, la cosa cambia conmigo.
Yo nunca les he importado demasiado.
—¿Sigues saliendo con la chica del café? —Natalia le pregunta a Roberto con curiosidad.
Él le sonríe. Realmente le sonríe, y es deslumbrante—. Lo hago —se acomoda las mangas de su camisa azul—. Es linda.
Debe serlo.
—Así que es serio, ¿eh? —Natalia eleva las cejas con incredulidad—. Por fin una chica que llena tus expectativas.
Roberto sonríe de nuevo, pero también hay tristeza en sus ojos.
Interesante.
—Vamos paso a paso —él dice.
Natalia sigue hostigándolo para sacarle más información. A la mitad ya he dejado de poner atención.
En todo el tiempo que llevamos viviendo con Roberto nunca le hemos conocido una novia. A veces lleva a algunas chicas a casa, pero en la mañana ya han desaparecido. Así que no es que tenga una relación particularmente larga.
La una única relación estable que le importa es la que tiene con el alcohol.
Y la ira, claro.
Fernando y Nicole están sentados juntos, hablando en voz tan baja que no puedo escucharlos.
El muchacho se parece a Mauro, casi tanto que de tener la misma edad podrían ser gemelos. Los mismos ojos marrones y expresivos, la misma cara alargada. Ambos tienen el cabello negro y quebrado. Fernando todavía no es tan alto, pero seguro que cuando crezca tendrá la misma complexión atlética que su hermano.
Es extraño, que ellos sean tan parecidos, y que mi hermana y yo no tengamos nada que ver la una con la otra. A excepción de los ojos, de un café tan claro que parecen amarillos.
En mi hermana lucen preciosos, contrastan con su piel clara y su cabello negro y rizado.
Pero en mi son completamente salvajes. Tengo la piel igual de clara que la de Nicole, pero está salpicada de pecas en las mejillas y en la nariz sin ninguna elegancia. Mi cabello del color del caramelo líquido y rizado no me ayuda en lo absoluto. Luzco como si en cualquier momento fuera a atacar a alguien a la yugular. No es que sea poco agraciada, pero en comparación a mi hermana que tiene un aura elegante y sofisticada, yo parezco un animal feroz e incontrolable.
Quizá lo sea, pero no es bueno que cualquiera pueda verlo con echarme un vistazo.
—Los chicos quieren celebrarlo —Natalia me hace volver a su conversación—. Son los primeros de la familia que salen de aquí.
Y qué logro. Pachuca es una ciudad cómoda en la que se puede vivir bien si se es constante y comprometido, pero también está estancada.
La mayoría de gente que vive aquí nunca se va, pasa su vida entera entre cerros y en comunicación constante con la Ciudad de México y otros estados. Ni siquiera una parte pequeña de la población sale del país.
Así que los gemelos por fin hayan decidido dar ese paso es muy bueno. No tengo idea de a donde vayan a irse, pero si es mejor que aquí, entonces es una buena decisión.
—¿Se irán de fiesta? —Roberto pregunta.
—Qué va —Natalia responde—. Como si fuera a dejarlos.
Natalia bromea, porque los gemelos ya tienen casi veinticuatro años y no hay nada que ella pueda hacer para frenarlos en lo que quieren. Ambos ya han terminado la escuela, y ahora lo único que quieren es salir de aquí.
No los culpo en lo absoluto.
—Tom y yo haremos una pequeña fiesta —Natalia explica—. Sólo para los más cercanos, ya sabes.
—Ya lo imaginaba —Roberto dice.
—Por lo cual —ella continúa—. Ustedes también están invitados.