Lily.
Contemplar a Clarissa cuando ella mira a sus hijos después de tanto tiempo se siente como si un rayo me partiera. No es dolor, ni angustia, ni pena. Es más bien… ternura. Una ternura sobrecogedora que me hace querer doblarme sobre mí misma.
Sospecho que Clara, quien se encuentra a mi lado, se siente de la misma manera.
Los niños se pusieron su ropa favorita para la visita de hoy. María, una playera de un rosa pálido con una muñeca sonriente plantada en el centro del pecho, unos pantaloncillos cortos de un azul profundo y sus tenis de Barbie rosas y con luces a los lados. Benjamín viste una playera de mangas largas, roja y con las letras Good Luck en la parte superior, unos shorts azules y converse blancos perfectamente atados.
Clarissa está enfundada en su mono naranja de siempre, lleva el cabello amarrado en una coleta alta y pulcra, y aunque no estoy tan cerca, creo que hay un poco de maquillaje sobre su rostro.
Los niños se quedan quietos, viéndola a unos cuantos pasos de distancia. Están tomados de las manos.
Clarissa se hinca, sin acercase más. Los observa atentamente, como si no pudiera creer que esto no es un sueño, que no está dormida y que no despertará sobresaltada en su celda.
Su gesto se descompone, y las lágrimas empiezan a escurrirle por las mejillas.
―Hola ―dice, con una voz frágil―.Tal vez… ―un sollozo interrumpe sus palabras―. Tal vez no se acuerden de mí, yo…
Es entonces cuando María y Benjamín se lanzan hacia ella. La rodean con sus brazos cortos y delgados, y Clarissa hace lo mismo. Puedo darme cuenta de que se abrazan con fuerza, como si quisieran fundirse para nunca más separarse.
No estoy muy segura de cuánto tiempo permanecen en esa posición, pero cuando se separan parece que han pasado años, siglos.
Clarissa llora y ríe, todo al mismo tiempo, y es su dicha la que me hace darme cuenta de que estoy llorando también.
―Mami ―María pasa su dorso pequeño y moreno por el rostro de su madre, limpiándole las lágrimas que no tardan en ser reemplazadas por otras―. ¿Por qué lloras?
Clarissa le sonríe con amor―. Es que estoy muy feliz, cariño ―se vuelve a reír y suelta un suspiro que parece haber estado atrapado en su pecho por años―. Tan feliz.
Benjamín no habla, pero de improvisto se vuelve a lanzar a sus brazos. María le imita sin considerarlo.
Clarissa los estrecha contra sí, y antes de hundir su rostro en los hombros de sus hijos, me mira y musita algo con sus labios.
El corazón me da un vuelco, emocionado.
Gracias.
***
Nicole.
Hace más de una semana que no veo a Lily.
Ella no está evitándome, me responde si le llamo, y habla con una normalidad que me hace sentirme profundamente avergonzada, pero no he tenido el valor para ir a visitarla, y ella tampoco me lo ha pedido.
Tengo a una familia a la que adoro con mi alma, a papá, la tía Helen, Nat y los chicos, Julia, Daniel y Fer, pero Lily parece estar aparte todo el tiempo, en una burbuja que solamente tiene acceso para mí.
Quisiera que las cosas fuesen diferentes, que el pasado se quedara allí y que viviéramos cada día sin odio ni tristeza.
Sé que es la esperanza de una ilusa, pero en mi corazón, sé que podría hacerse realidad.
Perdonar a mi padre para mí fue fácil, como parpadear, y a veces olvido que mi hermana es muy diferente en ese aspecto. Tanto como lo son el agua del fuego.
Es horrible darme cuenta de la forma en la que he estado presionándola, incluso después de todo lo que hizo por mí. Todo lo que sacrificó.
Mauro tiene razón.
Yo no tengo ningún derecho en exigirle nada concerniente a papá.
Ninguno.
***
―¿Qué pasa, Nic? ―Fernando pregunta apartando los ojos de la pantalla.
Lo miro, elevando mis ojos y percibiendo el bonito contorno de su barbilla. Estoy recostada sobre el sillón, con la cabeza recargada en sus piernas cómodas y calientes.
―¿Nicole? ―pregunta al no obtener respuesta.
―Nada ―digo―. Estoy tan cansada.
Él arruga la frente en un gesto preocupado―. ¿Otra vez tienes problemas para dormir?
Asiento.
Es verdad. Hace mucho tiempo que las pesadillas no regresaban, pero recientemente han tenido una presencia constante en mis noches. Veo la sangre, todas esas gotas viniendo hacia mí y salpicándome la cara. El temblor de mis manos. Los ojos de mi hermana, contemplándome, aterrados. Despierto con la desesperación desgarrándome el pecho.