Capítulo uno
Actualidad...
¡Carajo!
Mis ojos arden, mis oídos pitan y mi cuerpo se siente tan cansado.
No sé en donde estoy, ni en donde me encuentro.
¿Qué es este lugar?
—¡Auch! —miro mi mano y tengo incrustada un objeto filoso y picudo. Duele tanto.
Paredes blancas, ventanas abiertas dejando ver la luz del día, las sábanas blancas destellan contra las paredes, el mármol del suelo se ve tan pulcro. ¿Dónde estoy?
La puerta rechina cuando intentan abrirla, mi corazón late desbocado. Recuesto mi espalda en la cabecera, con mi cuerpo tenso.
— Hola, querida. —una anciana, a la cuál le cálculo unos cincuenta años, entra vestida de blanco— Mi nombre es Nancy Hill, vengo a tomar tus signos vitales.
La anciana se acerca a la cama, su figura marca que no está tan desgastada como debería.
—D-disculpe… —comienza a mover una pequeña bolsa transparente con el mismo color del líquido, sostenida de una base hecha por tubos— Podría decirme, ¿cómo es que llegué hasta aquí?
La señora deja de hacer lo que estaba haciendo y se me queda viendo, sus cejas se arrugan.
—¿Qué es lo que recuerda, señorita?
¿Podría decirle…? No, no debo de confiar en nadie.
—No recuerdo nada…
—¿Su nombre?
—Tampoco. —miento. Sólo espero que no se de cuenta De que la estoy engañando, soy demasiado obvia.
~*~
En el instante que la mujer dejó de tocar los instrumentos de la máquina, se fue haciéndome saber que en un momento traería comida.
Observo la ventana, los árboles con las hojas más verdes que nunca he visto, se menean al compás del viento. Las nubes son tan blancas que contrastan con el cielo azulado. Es tan bonito estar aquí, es como otro planeta.
Una vez más, la puerta rechina y un señor con barba, y cabello tan negro como la noche, entra al cuarto. Viste prendas azules fuertes, que tal parece que la tela es tan gruesa que protege al que lo usa.
—Buenos días. —mi voz se niega a responder su saludo. No quiero pensar en que es una persona mala, no todas las personas en este mundo son malas, también existe gente buena, ¿no? — Soy el sheriff Norton, ¿recuerdas cómo llegaste aquí?
Y aquí vienen las preguntas, debes pensar con la cabeza fría.
En vez de responder con mi garganta, lo hago con acciones, niego. No puedo hablar, mi tartamudeo no me lo permitiría.
—Bien. Te contaré como te encontramos, o mejor dicho encontraron. —Con paso despreocupado, camina hacia una silla que se encontraba al fondo del cuarto. Carga la silla con una mano, mientras que la otra sostiene una tabla con hojas blancas con escritos— Un grupo de pescadores, en sus barcos, encontraron a una mujer que flotaba a lo lejos, con sólo un jirón de tela cubriendo su cuerpo. —el señor de ojos cafés me mira profundamente— No respirabas… lo que me hace pensar, ¿cómo fue que estas viva ahora si hasta yo verifiqué que no movias no un solo músculo para inhalar?
—No... lo sé.
—Dígame, ¿qué es lo que recuerda? ¿Su nombre? ¿Familia? O lo más importante, ¿qué era lo que hacía en el agua con su cuerpo inerte?
—No recuerdo nada. —Aprieto mis labios, como si eso bastara para no abrir mi boca.
—¿Su nombre? —Niego— ¿Familia? —mi silencio parece darle la respuesta a su pregunta— Entonces, ¿cómo llegó ahí?
—N-no lo sé…
El oficial no está conforme con mis respuestas, sus ojos se achican y sus espesas cejas se fruncen. No me cree, lo sé por sus facciones.
Lamentablemente para él, no diré la verdad, no ahora.
—¿Sabes que si no te localizamos irás a un orfanato, verdad?
¿Orfanato? ¿Qué es eso?
Mi cara se contrae, el policía al ver mi reacción se adelanta a explicarme. —Un orfanato es el lugar en donde los menores de edad van cuando no son localizados por el gobierno o, en pocas palabras, no tienen familia.
Trago en seco cuando me doy cuenta que no hay más que hacer, tendré que ir a ese lugar. Todo para pasar desapercibida.
~*~
Al parecer la enfermera me mintió, no me dieron de comer. Por lo que, encuentro con mi estómago sin un bocado y puesta una ropa que me dieron en el hospital en donde me queda como 2 tallas más grande. Sin embargo, no me quejo, prefiero esto a que estar con los pedazos de ropa que tenía.
Tan rápido como pudieron, me sacaron del lugar en donde estaba. Tal parece que me encontraba perfectamente como para estar ahí. Al salir una camioneta, con dos personas igual de vestidas que el oficial, de color azul con insignias que no entendía, estaba parqueada en el pavimento. Abrieron la puerta y me dejaron pasar.
En todo el recorrido -estaba sentada en la ventana- observaba las construcciones que tenían, miles de personas transitando de un lugar a otro como si estuvieran apurados. Él claxon de los autos incesante te aturdía los oídos, y el calor era insoportable -cosa que en donde vivía no era así-.
Vivía. Aquel lugar en el que no podré volver en mucho tiempo.
La caja de metal se detiene lentamente, las personas salen y tienen la amabilidad de abrirme la puerta. Al parecer hay gente amable aquí.