21 de septiembre
CHARLOTTE
Hoy me desperté mucho antes de lo que me hubiera gustado. El ruido del despertador, ese molesto sonido de la alarma, resonó en mi habitación y me obligó a abrir los ojos a las 5:30 a.m. Me revolví en la cama, buscando un motivo para quedarme un poco más entre las sábanas. Había pasado una noche bastante agitada, entre los pensamientos sobre la escuela y todo lo que estaba pasando en mi vida. Pero, no había tiempo para dormir más. Hoy tenía que ser puntual, especialmente porque había faltado ayer y no quería que la maestra se molestara conmigo otra vez.
Me levanté rápidamente, sin mucho ánimo, pero con la sensación de que el tiempo no me iba a perdonar si me quedaba dormida. Corrí al baño, me cambié, me arreglé como pude, y en menos de media hora ya estaba lista. Salí de mi casa y me dirigí a la escuela. Aunque no tenía muchas ganas de enfrentar el día, sabía que debía hacerlo. Además, tenía que ver a mis amigos y asegurarme de que Thomas estuviera bien. A veces, entre todo el caos de la escuela y los problemas personales, era fácil olvidar lo que realmente importaba. Pero hoy, mi mente estaba enfocada en mi amigo, y nada más.
Cuando llegué al colegio, ya era casi hora de que comenzara la clase. Me dirigí hacia mi salón de siempre y, al entrar, noté que no había muchos lugares libres. La mayoría de los chicos ya estaban sentados, esperando que comenzara la lección. Me senté en una butaca vacía que estaba al fondo, justo junto a la ventana, lo que me permitió observar a mis compañeros. Pero algo no andaba bien. Empecé a sentirme extraña, como si el aire fuera más pesado de lo habitual. Un mareo comenzó a apoderarse de mí, pero traté de no prestarle atención. A veces, el estrés y la falta de descanso jugaban en mi contra, así que traté de ignorarlo.
Miré hacia adelante y observé a la maestra. Ella comenzó a escribir en el pizarrón, pero, sinceramente, no podía concentrarme en lo que estaba haciendo. Mi mente divagaba entre mis pensamientos cuando, de repente, la puerta se abrió y dos figuras entraron al salón. Todos los ojos se dirigieron hacia ellos, y no pude evitar fijarme también.
Era una chica y un chico. A primera vista, eran muy atractivos. Ella tenía el cabello largo, oscuro y bien cuidado, y una sonrisa que, a pesar de ser sutil, iluminaba su rostro. Él, por su parte, tenía una presencia imponente. No era solo su apariencia lo que captaba la atención, sino también la forma en que se movía, seguro de sí mismo, como si estuviera acostumbrado a ser observado.
La maestra los miró con sorpresa. Sabíamos que los nuevos estudiantes debían presentarse al principio, pero algo en la manera en que entraron llamó la atención de todos. La maestra no tardó en hablar.
—¿Ustedes quiénes son? —preguntó, con un tono ligeramente molesto. Sabía que no le gustaba que interrumpieran su clase.
El chico, con una sonrisa en su rostro, dio un paso adelante.
—Muy buenos días, profesora —dijo con una voz clara y educada—. Somos ambos nuevos y venimos de intercambio. Lamento mucho interrumpir su clase, pero ¿nos permite pasar? Estábamos hablando con el rector acerca de nuestra estancia en esta institución.
Me quedé atónita. Nunca había escuchado a un chico hablar así. Su tono era tan amable, tan respetuoso, que me hizo sentir algo incómoda. Los demás también parecían sorprendidos, pues era raro encontrar a alguien tan educado y seguro en una situación como esa.
La maestra, claramente impactada por la actitud del chico, asintió con la cabeza y les hizo una señal para que se sentaran.
—Está bien, pasen ambos —dijo, un poco desconcertada—. Pero antes, preséntense ante la clase.
La chica fue la primera en hablar. Con una voz suave, pero firme, se presentó.
—Bueno, mi nombre es Samanta Sherlia y es un gusto estudiar con todos ustedes —dijo, mirando a cada uno de los alumnos.
—Y yo soy Dylan Leyva —añadió el chico—. Somos medios hermanos.
Ambos se sentaron, y la maestra continuó con la clase, aunque no pudo evitar mirarlos de vez en cuando, como si estuviera tratando de entender qué era lo que había ocurrido. Por mi parte, no podía dejar de pensar en ellos. Samanta y Dylan. Eran tan diferentes a los chicos que solían entrar a la escuela, tan... sofisticados. Algo en su presencia me inquietaba, aunque no sabía por qué.
Pasaron los minutos, pero mi mente seguía en ellos. Al final de la clase, la maestra pidió que los nuevos se quedaran un momento. Yo, sin embargo, me levanté rápidamente. No quería estar allí cuando empezaran a hablar de algo tan aburrido como el nivel académico.
Miré alrededor y noté que ya solo quedaban dos lugares libres. Uno estaba al lado de Samanta y el otro en el rincón, cerca de la ventana. Decidí moverme al rincón para poder estar sola. Samanta se sentó en el lugar que yo había dejado, y así terminó la clase.
Cuando finalmente salió el timbre, recogí mis cosas y me dirigí hacia la salida. El clima afuera era frío y lluvioso, algo que no me esperaba. No había traído suéter, y el viento calaba hasta los huesos. Me enfadé conmigo misma por no haberme preparado mejor, pero no había mucho que pudiera hacer ahora. Solo esperaba que la lluvia no empeorara.
Decidí buscar a Alicia, mi mejor amiga. Estaba preocupada por Thomas y quería saber cómo se encontraba. Lo había estado pensando todo el día, pero no había tenido oportunidad de hablar con ella.
La encontré hablando con un chico del otro lado de la cancha. Alicia era bastante extrovertida, así que no me sorprendió verla conversando con alguien. Yo no quería mojarme, así que traté de caminar alrededor de la cancha para llegar a ella sin empaparme. Pero no me di cuenta de que alguien se encontraba en mi camino, y choqué de lleno con esa persona.
—Perdón —fue lo único que logré decir, algo avergonzada por el accidente.
—No, perdóname a mí —respondió la voz de aquel chico. Miré hacia arriba y, para mi sorpresa, era Dylan, el chico nuevo de la clase.
Editado: 01.02.2025