CAPITULO 1
— ¿Dónde estás Gabriel? ¡Ya está la comida! — llamó con fuerza Aminara, quien había preparado un delicioso plato de comida para su hijo. Mientras preparaba la mesa murmuraba — Otra vez se fue este niño. Seguro que está donde le prohibí que fuera. ¿Qué voy a hacer con él? -
Gabriel estaba en la línea que dividía el final del terreno de su casa con el ancho y grande campo obstruido por un valle profundo y amplio, el cual su madre le había advertido que no fuera sin embargo soñaba con conocerlo y con saber que había más allá.
Estaba acostumbrado a pararse todos los días a la misma hora a observar, como si buscara la manera imposible de cruzar, con alguna especie de estrategia inteligente o tal vez la estupidez de niño impetuoso.
— ¿Cuántas veces te he dicho que no estés aquí solo hijo? Hay muchos peligros para un niño de tu edad -
—Mamá algún día voy a cruzar ese valle y vas a ver que nada puede dañarme. Sé que lograré conocer lo que hay fuera de los límites de la ciudad.
Era tan fuerte la convicción de Gabriel que hacía que ella reflexionara en su interior, como sabiendo que lo que su hijo decía era verdad y preguntándose cómo podía parar los sueños de un niño de ocho años.
—Está bien hijo, pero lo que me interesa que cruces ahora es la comida que te preparé -
—Te quiero mamá.
—Yo te quiero más hijo y quiero que te pongas a estudiar luego de comer.
—Sí mamá y luego quiero que me cuentes más historias de nuestro planeta y de los secretos del castillo. Sueño con entrar y conocerlo.
—Ay este niño lo quiere conocer todo… Me va a volver loca.
Y así fue pasando el tiempo para Aminara y su amado hijo.
A medida que el niño iba creciendo sus habilidades naturales también iban evolucionando, tanto que su madre sentía que no podía controlarlo y que seguramente en algún momento la gente del pueblo se daría cuenta de que no era normal.
A los doce años Gabriel comenzó a experimentar el despertar de cierta fuerza extraña y a la vez emocionante en su cuerpo. Entonces cuanto más la descubría, más quería ponerla a prueba.
—Mamá, mamá ¡ven rápido!
Aminara dejó lo que estaba haciendo con urgencia y fue apresurada a verlo al amplio jardín que tenían detrás de su casa.
— ¿Qué sucede, Gabriel?, ¿estás bien? —gritó asustada.
Cuando llegó hasta él quedó atónita por lo que estaba viendo y todo su cuerpo se paralizó. Con voz sorprendida y temblorosa dijo:
—Hijo pero… ¿qué estás haciendo? —preguntó al ver que el niño estaba levantando una roca gigante solo con sus manos.
—Mira mamá la fuerza que tengo. Ni siquiera me siento cansado y eso no es lo único que puedo hacer, también puedo dar grandes saltos hasta el cielo y correr muy rápido, mira… Gabriel le mostró a su madre sus fascinantes habilidades.
—Mami ¿todos los niños de mi edad pueden hacer esto que hago yo?
Entonces sin poder quitar el asombro de su cara Aminara con un tono de seriedad le dijo:
—Vamos, deja eso y metámonos a la casa. Tenemos que hablar.
—Sí mamá —respondió como pensando que había hecho algo malo.
Ya en la casa le fijó la mirada y le habló:
—Hijo escúchame bien, nunca pero nunca le digas a nadie lo que puedes hacer, debes mantenerlo en secreto porque pueden asustarse. No lo entenderían y podría causar gran alboroto en la ciudad ¿entendiste? — Al ver que no respondía le volvió a preguntar pero con firmeza — ¿me has entendido? ¡Contesta! ¡Oh no! ¿No me digas que ya se lo has dicho a alguien? — le preguntó agarrándose la cabeza.
—Lo siento mamá es que…
— ¿A quién se lo dijiste? ¡Dímelo ya!
—Estoy tratando de decírtelo pero no me dejas — respondió Gabriel.
— ¡Habla! — insistió su madre.
—Yo estaba en la escuela cuando en la hora del descanso me llamó la atención una niña muy extraña que estaba sola y alejada de los demás. Sostenía en su mano una piedra. Me acerqué y le pregunté qué hacía. Sin darse la vuelta me dijo que no hacía nada. Yo le pregunté su nombre y me respondió con otra pregunta: « ¿Tú crees que nuestro mundo esté solo en el universo?». Yo le respondí que no lo creía pero no había manera de saberlo. También le dije mi nombre pero ella solo me dijo: «Te felicito. Ahora déjame sola». Entonces inconscientemente levanté una roca un poco más grande del suelo y le dije que daría lo que fuera por descubrirlo y sin darme cuenta de mi fuerza la aplasté y me fui pero en eso que me iba me gritó su nombre…
-¡Uriel! Así es como me llamo- - Y fue ahí cuando nos hicimos amigos, luego me pidió que le mostrara mi fuerza otra vez, así que lo hice.
—Hijo entiendo que te haya dado pena esa niña pero ¿por qué lo hiciste? ¿no ves que puede contárselo a alguien y que eso nos traería problemas? Quiero que te alejes de ella y si te pregunta algo dile que no puedes verla más y que estás enfermo.
—Pero mamá no puedo decirle eso… Tú me has enseñado a no mentir. Además no puedo decírselo porque ya la invité a que viniera hoy. Bueno en realidad ella se invitó sola pero yo acepté-
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Editado: 03.09.2020