CAPITULO X
Han pasado poco más de quinientos años desde que los Arcángeles decidieron entrar en los confines de la tierra y como era de esperarse para ellos solo transcurrió un año dentro de ese lugar. Ni siquiera estaban enterados de todo lo que estaba aconteciendo fuera, ellos solo habían estado entrenando y recuperándose de sus heridas.
Al poco tiempo salieron a buscar a quienes formarían parte de su grupo y estando fuera notaron muchos cambios, el planeta parecía secarse y el olor a muerte cubría el aire. Estaba muy distinto a como lo dejaron y no solo eso sino que también sentían múltiples presencias fuertes dispersas por todas partes. Confundidos por la situación decidieron ir a ver a Agatha para que les explique que estaba sucediendo.
Mientras tanto, los vigilantes que dominaban la superficie, habían formado un ejército de “caminantes nocturnos”. Asael había descubierto que con su sangre era capaz de convertir a humanos normales en sus sirvientes, brindándoles longevidad y fuerza, éstos necesitaban de la sangre de otros humanos para sobrevivir por lo que se convirtieron en sus cazadores. Dotados de fuerza, velocidad y otras cualidades, hacían que estos caminantes de la noche sean casi inmortales. No obstante tenían un gran punto débil y este era nada menos que el mismo sol, con esta desventaja se veían obligados a solo andar en la noche. El pecado que éste vigilante había cometido contra la vida seguro sería imperdonable.
Agatha envió mensajeros a muchos de los clanes de gigantes para advertirles sobre el poderoso enemigo que ella había enfrentado, cual prodigio llevaba por nombre Marte y que existía la posibilidad de que haya otros por lo que debían estar alertas.
Heraldo, quien era el hermano menor de Agatha, lideraba gran parte de los gigantes que habitaban en el extremo noreste. Y estaba enterado sobre la posición exacta donde moraban muchos de los mestizos, por lo que decidió atacar por sorpresa ignorando que en ese lugar no solo habitaban estos prodigios sino también quienes los comandaban, estos eran Asael y Matrael los vigilantes.
Con un grupo de casi doscientos valientes, Heraldo inició una emboscada frontal contra la guarida de estos poderosos enemigos. La batalla solo duró dos días, hubo mucha sangre derramada y muchas víctimas mortales. Heraldo, siendo el único sobreviviente, quedó a merced de Asael, que sin piedad lo mató y luego envió sus partes por todos los clanes de gigantes durante la noche para que sepan que su Rey había caído y un mensaje que decía – “Únanse o mueran…” Realmente la tierra estaba bajo la ley del más fuerte.
Cuando llegó la noticia de la muerte de su hermano, Agatha quebró en llanto y fue grande su dolor y tristeza, su corazón se llenó de ira y odio por lo que decidió ir en busca de venganza sin siquiera medir las consecuencias que esta decisión le traería no solo a ella sino también a su pueblo. Uno de sus consejeros le dijo que si ella llegaba a morir todo terminaría para los gigantes, sería el fin de su raza.
Pero la joven estaba ciega por la ira y al tomar sus armas, se alistaba a partir pero en ese justo momento los tres Arcángeles llegaron.
Al verlos, sus lágrimas brotaron nuevamente, cual niña cuando ve a su madre después de mucho tiempo.
Uriel se apuró a socorrer a su mejor amiga, que a pesar de su tamaño, su corazón era frágil.
Cuando las aguas se calmaron, Agatha les contó todo, sobre el fallecimiento de sus padres, la aparición de los humanos, los nocturnos, los prodigios, el asesinato de su hermano y los dioses de la guerra y todo el daño que habían causado hasta ahora. Uriel y los otros no entendían como pudo pasar tan rápido el tiempo fuera de su hogar por lo que decidieron adaptar sus horarios a los de la tierra para que no vuelva a sucederles algo así. Y con sospechas de que los Arcanianos estaban en el planeta, Rafael decidió salir a observar el mundo para corroborar que tan grave estaba. Mientras volaba por un desierto y caía la noche, pudo ver a un hombre solitario que venía en pos de la ciudad de los gigantes, así que decidió observarlo y en ese momento a lo lejos, unos extraños humanos venían en dirección del viajero a una gran velocidad, esto llamó mucho la atención del Arcángel y pensó que tal vez, estos eran los nocturnos que se alimentaban de sangre humana por lo que el solitario caminante corría peligro. Rafael no dudó en descender a intervenir ya que él podía ver en la profunda oscuridad al igual que los peligrosos atacantes. El joven y asustado viajero no podía ver nada de lo que sucedía y solo se quedó parado escuchando los gritos de estos, que sonaban como bestias salvajes, mientras Rafael acababa con ellos.
- ¿Quién anda ahí? – Preguntaba con temor el solitario hombre
- No temas humano, no te haré daño – Respondió Rafael y luego le preguntó - ¿Qué haces solo por estos lugares? ¿Acaso no sabes sobre el peligro que esconden estos desiertos?–
Escuchando la extraña voz que salía de la oscuridad, el joven le dijo – Lo sé, pero sin embargo la situación de este mundo ha empeorado y para proteger a los míos me veo en la necesidad de ir en busca de ayuda al pueblo de los gigantes, pues he escuchado que su líder es muy fuerte y ella puede protegernos–
- Tal vez no lo sepas, pero últimamente los humanos y gigantes están en guerra y aun así ¿tú te arriesgas a ir? – Inquirió Rafael probando su corazón
- También lo he sabido, pero los humanos no solo están en guerra con Agatha y su pueblo, sino también con ellos mismos… Me avergüenza saber todo el daño que nuestra especie le ha hecho a este planeta, pero he de apelar a su buen corazón y el que un extraño al que no puedo ver me haya salvado esta noche, me confirma que voy en el camino correcto – Respondió con sinceridad el Joven
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Editado: 28.09.2020