“Intento seguir mi vida sin ella. Es difícil no tenerla conmigo. Pero… solo toca seguir, por ella.”
-Tocan la puerta- ¡Paris! Apúrate que tenemos que ir a la escuela.- dijo una voz algo mandona. Así que me paré y fui corriendo a abrir a puerta.
-Ámbar. Genial, estaba olvidando que hoy es nuestro último primer día de cla…
-Oh, dios. Pero ya, ¡rápido! Cámbiate que por ti vamos a llegar tarde- dijo ella, corriendo hasta mi cuarto.
-¡Hey! Espérame.-le dije, corriendo atrás de ella como un pollito buscando a su mamá gallina.
Así que me apuré, me puse el uniforme y corrí a la cocina a buscar una manzana para llevármela. Felizmente llegamos a tiempo, así que nos sentamos primeras.
-Buenos días alumnos- dijo el profesor.
-Buenos días profesor Hernández- dijimos todos a viva voz, emocionados por nuestro último año.
-Bien jóvenes. Veamos- dio una mirada general a toda el aula- Oh, tenemos un nuevo compañero en esta clase. Pase adelante jovencito, para que se presente con todos.- dijo.
Vi una sombra gigante que pasaba rápidamente, era ese nuevo chico en mi clase. Era increíblemente alto.
-Hola a todos. Mi nombre es Sebástian Mancini, y… bueno, vengo de una gran familia italiana y hace unos años vine a vivir aquí a Lima por el trabajo de mis padres. Espero llevarme molto bene con todos- dijo con el acento italiano.
Esa forma de hablar, esos cabellos rubios brillantes que ligeramente chocaban con su frente y hacían que él se lo arreglara, su piel de un tono rosáceo… creo que fue amor a primera vista. Cuando regresaba para su sitio, cruzamos miradas, y esos ojos verdes como las esmeraldas brillaban cuando el sol se posaba en ellos. Esa sonrisa tan perfecta, con dientes increíblemente blancos. De tanto mirarlo sentí como se me subía la presión.
-Tsh, Paris- dijo una voz susurrando- estás roja bebé.
-Genial- dije poniéndome las palmas de las manos en la cara.
-Oh vaya.- dijo Ámbar- no me digas que te gusta el italiano.
-¡Ámbar!, shh cállate, no digas eso- le dije tapándole la boca con mi mano, pero fue veloz y se zafó rápidamente.
-Está bien, está bien- dijo con un tono picaresco.
Y sonó el timbre del recreo. Ámbar se paró tan rápido que boto mis lapiceros al piso, pero “no se dio cuenta” así que yo tuve que recogerlos. “Genial. Gracias Ámbar”… Y volví a ver esa sombra gigante acercándose a mí.
-Te ayudo- dijo esa voz tan varonil, agachándose para recoger mis lapiceros.
-G-gracias, que amable- le dije, tomando mis lapiceros y poniéndolos en la cartuchera.
-Mucho gusto, soy Sebástian- dijo él.
-Soy Paris- le dije algo avergonzada por lo de los lapiceros.
Y nos saludamos estrechando manos. Me di cuenta que nunca quería soltar aquella mano.