Leí la carta más de doscientas veces. Antes de dormir, mientras estaba recostada, en cada instante de silencio. Era como si esas palabras fueran la llave que me devolvía al mundo real; de repente, ya no estaba siendo arrastrada por un océano profundo. Simplemente, estaba en mi habitación, tendida como siempre. Podía oír, sentir, y ver de nuevo. Demian me había enviado una parte de sí mismo para ayudarme a continuar.
Tres días después de recibir la carta, medité sobre mi situación y el tiempo que había estado viviendo como un cuerpo sin vida, un lastre para mis hermanas. En aquella carta, Demian me mostraba cuán especial era para él. Debía ver algo en mí que yo no podía percibir. En ese momento, la única opinión que aceptaba y valoraba sobre mí misma era la suya; ni siquiera la mía tenía tanto peso.
No quería volver al hospital, pero tampoco quería decepcionar el recuerdo de Demian, desperdiciando el potencial que él veía en mí.
Decidí hablar con mis hermanas sobre lo que quería hacer con mi vida. Compartí las promesas que había hecho a Demian y cómo, les gustara o no, él siempre había sido mi mayor impulso. Mientras les contaba lo que sentía y el valor que tenía para mí, Rachel me interrumpió y, con firmeza, me dijo que lo que fuera que me empujara a salir de la cama, lo tomara. No le importaba si era una promesa, un pedazo de papel, o un anillo de compromiso; lo único que me pidió era que no acabara como papá y que regresara al mundo real.
Me levanté, preparé un café, hice una coleta alta y salí al mundo exterior de nuevo. Mi primera parada fue la doctora Julie, quien me recibió con tanto entusiasmo que casi me hace llorar. Le hablé sobre mis planes, la promesa, la carta; dejé salir todo de mí. Al final, ella tomó mis manos y, casi como una madre, me adoptó nuevamente como su estudiante.
—Bienvenida de nuevo al mundo real Daena.
—Solo espero, que este mundo… no me trate tan mal de nuevo.
Después de eso, cada día me convertí en una sombra detrás de ella, siguiendo sus pasos hasta llegar a su casa. Allí, una horda de libros me devoraba viva. El tiempo pasaba casi tan rápido como cuando estaba atrapada en el limbo de la tristeza, pero ahora mi mente estaba tan enfocada en las clases que apenas tenía espacio para recordar mi propia tragedia. Casi no había tiempo, excepto al final de cada clase, cuando regresaba sola a casa, cruzando las mismas calles que antes recorría junto a él, solo para encontrarme con reclamos y un peso adicional de responsabilidades sobre mis hombros al llegar a casa.
Los meses volaron y, al llegar el primer aniversario, en mi nueva credencial ya no decía veinticuatro años, sino veinticinco. Lía continuó sus estudios en la primaria, y Rachel y yo tuvimos que intervenir en varias ocasiones para defender a mi hermana de los comentarios hirientes de otros niños, provocados por nuestra situación económica y los chismes que escuchaban de sus madres.
Después de que la doctora Julie—quien se había convertido en la directora del centro médico—y sus colegas me enseñaran todo lo que necesitaba saber, me sentía realizada, pero también sentía que había envejecido diez años en un solo día. Hice todos mis exámenes nuevamente e incluso recibí halagos de los que habían sido mis profesores años atras.
—Tengo una sorpresa para ti —comentó Julie mientras leía un libro—. Como sabes, Cubic está lleno y no creo que el dinero alcance para tu familia en este momento. Así que mira esto. —Sacó una hoja y la deslizó en mi escritorio. Mis vellos se erizaron al instante.
Vacante disponible: Residente de Cardiología 1. New York Medical Hospital, Aspirante: Daena Song. Referente: Juliet Anderson / Cubic Center Hospital.
—¿Qué te parece? —preguntó, sonriendo.
No quiero, no quiero ir a Nueva York, pensé.
—¿El sueldo es mejor? —pregunté en voz baja.
—Mucho mejor. Pagarán sus deudas en menos de dos años, te lo aseguro.
—Entonces acepto.
Realicé los exámenes finales en noviembre y obtuve calificaciones por encima de la media. Para la antigua yo, eso habría sido un gran logro, pero para la nueva yo, era solo un recordatorio de que tenía que esforzarme aún más; mi puntaje aún no era perfecto.
Al salir del recinto, mis ojos se posaron en las cintas y moños negros que adornaban la foto de Demian, junto a la de otros graduados con honores: “Para nuestro querido y mayor estudiante, te recordamos con amor y orgullo”.
Un año había pasado desde su partida.
El 1 de diciembre, se publicaron los resultados de los titulados en especialidad, y me encontré cara a cara con el director de la universidad. Esta vez, era un encuentro que había logrado por mí misma, sin ayuda externa, y para una especialización en cardiología para insuficiencia cardiaca. Después de eso, llego el año nuevo y también mi cumpleaños el cual pase sola, deseando que las horas transcurrieran tan rápido como lo hacían en los días de estudio. Era el segundo cumpleaños que pasaba sin él.
—Atención, atención —anunció la pelirroja Julie, captando la atención de graduados y colegas—. Sé que hoy estamos celebrando nuestra titulación y no tengo intención de acabar con la fiesta. —Miró su vaso de cerveza y centró su mirada en mí—. Pero quiero tomar un momento para distinguir a una alumna que ha demostrado que, a pesar de todo lo pronosticado, es posible alcanzar todas las metas y promesas que uno se proponga.
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Editado: 24.09.2024