My Medical Romance

008-W

—¿Qué tal si desisto y regreso?

—Dime que no lo harás, ¿de que nos serviría tenerte aquí?

Comencé a sollozar.

—No puedo Rachel...

—Lia está mal y lo sabes, no puedes hacernos esto. Ella te necesita, no puedes ser egoísta de nuevo.

Un año después.

—¡Ey, despierta! ¡Se te va a hacer tarde! —gritó la pelirroja mientras me golpeaba la cabeza con una almohada.

—Recuérdame por qué tengo que trabajar —respondí, aún medio dormida.

—Porque en esta sociedad capitalista necesitamos dinero para sobrevivir —replicó, con un tono de exasperación.

Me desperté de golpe, como un resorte. Tomé mis gafas y enfoqué el reloj de la mesita: eran las 7:30 de la mañana. Tenía que llegar a la primera reunión temprano.

—¿¡Por qué no me despertaste, Hanna!? —grité, sacudiendo las sábanas que me atrapaban.

—No sabía que era tu despertador personal —dijo, con desgano—. Además, ¡pasé más de media hora tratando de levantarte! Se supone que hoy es el día más importante de tu vida, no el mío. —Miraba sus uñas como si fueran más interesantes que yo.

—¡Dejen de hablar! —interrumpió Jackie desde la litera de arriba, lanzando una almohada directamente a mi cara antes de volver a dormir.

—Creo que necesitas apurarte y cepillarte el nido de pájaros —susurró Hanna, con una sonrisa traviesa.

Ambas corrimos al baño, despertando a los demás médicos que aún estaban en el mundo de los sueños. Hanna, experta en peinados y moda, era la indicada para el rescate.

—Cámbiate mientras preparo mi mezcla especial para el cabello —dijo, sacando una colección de botellas de colores que haría sonrojar a cualquier arcoíris.

—¿Crees que mi cabello tenga solución? —pregunté, dudando.

—Claro que no, pero no te preocupes, también traje una afeitadora. ¡Te haré un corte estilo Aang! —rió, mientras yo la miraba con horror.

Salí del vestidor con mi camisa blanca y pantalón de vestir mientras Hanna se desvivía entre sus potingues.

—Quédate quieta mientras aplico esto. Tienes que enjuagarlo ¡ya! ¿De acuerdo?

Cinco minutos después, mi cabello estaba cubierto con una mezcla viscosa de color verde mientras me ponía los zapatos.

—¡No puedo creerlo! —bufó Hanna en el lavabo.

—¿Qué pasa? —pregunté alarmada, mirando la hora en su teléfono.

—No hay agua.

—¡Jodete! —la empujé a un lado y traté de abrir la llave como si tuviera poderes mágicos—. ¿Por qué me pasa esto justo ahora?

—Mierda, era una broma lo de la afeitada, pero ahora creo que es una opción viable —murmuró.

—¡Espera! ¡Aún hay una escapatoria! —dije mirando el inodoro con esperanza.

Salí del baño con el cabello a lo nuevo y esperé a que Hanna terminara de guardar su caos.

—¿Cómo lograste enjuagar tu cabello sin agua? —preguntaron unas compañeras con espuma en la cabeza.

—Porque soy fantástica y nada ni nadie me detiene —respondí, sacudiendo el cabello con actitud. Era el mejor de los peores días.

Hanna salió del baño con una mirada de desprecio hacia mi cabello.

—Siempre pensé que esa chica tiene la mejor suerte del mundo —susurraron entre ellas.

—Créeme que no —interrumpió Hanna, asustándolas.

Volví a mi habitación para recoger lo que me faltaba mientras Hanna llamaba un taxi por mí.

—Ropa, dinero, libros, equipo médico, y los papeles. Oficialmente adiós, NYMH.

Cerré la maleta y escuché dos golpes en la puerta. Al girar, vi a una pequeña niña asomada.

—¿Es cierto que te irás? —preguntó Wendy, una de mis pacientes en cardiología infantil.

—Lo siento, cariño, pero las dos sabíamos que esto solo iba a ser temporal —dije, acariciando su cabello—. Te extrañaré mucho. Además, te quedarás con Hanna, que es chistosa y se sabe todos los chismes del edificio. ¡Te va a entretener!

Wendy soltó una risita.

—¿Estás lista? El taxi te espera abajo —dijo Hanna.

La niña me dio un gran abrazo y salió corriendo tras el grito de una enfermera. La vigilancia no era precisamente el fuerte de NYMH.

—¡Cuídate mucho, Daena! —gritó Jackie desde su cama, todavía acurrucada como un gato perezoso—. Y no olvides los papeles de la caja.

Volví corriendo a revisar el viejo baúl que teníamos debajo de las literas. Y efectivamente, ahí estaba la carpeta morada, como un tesoro olvidado.

—Bueno —suspiré—, hora de irse. Hanna, muchas gracias por todo lo que has hecho por mí. No podemos perder el contacto; ¡te veré allá!

—Deja de preocuparte por todos, pareces mi mamá. ¡Ven aquí! —abrió los brazos y me atrapó en un abrazo que me reacomodó la columna vertebral—. Te extrañaré, huesitos. Come bien.

—No prometo nada —respondí, sonriendo.

—Hazlo, o le pasaré tu nuevo número al Superior.

Me puse pálida al escuchar eso y solo solté una risa nerviosa.

Caminé hacia la puerta de salida, acompañada de Hanna y de algunos compañeros que seguían abrazándose y deseándonos lo mejor. Subí mi equipaje al taxi y abracé a todos por última vez.

—¿Hacia dónde va, señorita? —preguntó el conductor.

—Al hospital "W", por favor.

El conductor asintió y tomó la carretera. Mientras encendía mi teléfono, esperaba ver noticias, y efectivamente, todo estaba inundado de actualizaciones sobre la reapertura. Entre las fotos, vi un pequeño cartel que decía: “Sigue habiendo 500 personas sin justicia”. Sentí un déjà vu.

Tenía veintiséis años y había sido parte de cada marcha que se organizaba: cada semana, cada mes, siempre ahí con cartulinas en mano. Pero luego solo quedamos cien, y de esos cien, solo cincuenta... y al final, nadie más. Algunos por dinero, otros por miedo, otros por desesperanza.

-Mi madre me necesita, ha tenido un accidente, lo siento, pero no puedo continuar Daena-Winter Park.

Otros por asuntos personales, pero al final W había ganado. Y sí que había ganado, pues esos meses de manifestaciones parecían nada comparado con el tiempo en que volvió a abrir. Las carpetas de investigación se convirtieron en viejos papeles, y esos papeles se escondían en mi querida carpeta morada.




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