—¡Doctora Song! ¿Está bien? —enunció una enfermera mientras corría hacia mí. Estaba tendida en el suelo a la vista de todos, el aire me faltaba y la vista se me nublaba cada vez más.
—¿De-Demian? — dije tartamudeando.
—¡Llévenla a la sala de urgencias! —gritó una voz masculina antes de que mis ojos se cerraran por completo.
El sonido de las sirenas de ambulancia me indicaba que estaba dentro del hospital todavía, el olor penetrante a gel antibacterial se metía en mi nariz y el alcohol sobre mis labios comenzaba a realizar su efecto.
—Pero ya soy feliz con lo que tengo ¿para qué más?
—Entonces hazlo por mí —tomó mis manos y las acercó hasta él, muy cerca de sus labios—quiero que tengas un mejor nivel, así tú cumplirás mi sueño también. Piénsalo, si tienes un mejor nivel puede que también W te llame, así estaremos juntos nuevamente.
Abrí los ojos poco a poco, permitiendo que la luz de las inmensas lámparas blancas me cegara de nuevo.
—Mis lentes —murmuré.
Una enfermera de las cinco que estaban junto a mí en urgencias me colocó los lentes y me ayudó a sentarme en la camilla.
—¿Te sientes mejor? —preguntó, con un tono preocupado.
—¿Mejor? —repliqué, aún confundida. Observé a mi alrededor, intentando recordar qué había sucedido—. ¿Qué pasó?
—Te desplomaste frente a la recepción. ¿Te sientes mareada aún?
—¿Me desmayé? ¿Por qué...?
De repente, como en una película de terror, los recuerdos de los momentos anteriores comenzaron a invadirme. Me levanté de golpe, ignorando las quejas de preocupación de mis colegas, y salí corriendo hacia la entrada principal.
Mis ojos buscaban con desesperación al chico de pelo castaño y ojos azul cielo, pero no lo encontré. Oí a los enfermeros corriendo tras de mí, así que apreté el paso. Tenía que estar en el hospital; no estaba loca. Él había estado frente a mí, había tocado sus dedos cuando me entregó el anillo, había escuchado su voz, había visto su rostro.
Había visto a Demian de nuevo.
El aire empezó a faltarme mientras subía las escaleras a toda prisa, esperando encontrarlo en algún piso. Me sentía al borde de la locura, pero eso no me detuvo. Entré al piso diez en el área A y comencé a buscar en cada rincón.
—¿Doctora, está todo bien? —me preguntó un enfermero.
Ignoré su pregunta y seguí avanzando, observando cada rostro que se cruzaba en mi camino, pero ninguno era el de él.
Tal vez me confundí, pensé.
Finalmente, me senté rendida en la sala de espera de oftalmología.
—¿Puede hablar con el doctor Han y decirle que estamos aquí? —dijo un hombre frente a mí. Era el chofer de Colette.
Me levanté, incapaz de enfrentar a nadie después de la vergonzosa escena. Cabizbaja, me dirigí al ascensor más próximo, pero se cerró justo antes de que pudiera cruzar.
Las gotas de lluvia comenzaron a caer sobre mis tenis blancos. Sentí que las lágrimas brotaban sin control; estaba llorando y no podía detenerme.
El ascensor finalmente se abrió.
—Eres tú, ¿estás bien? —preguntó una voz familiar.
Dos pares de Vans se pusieron frente a mis tenis, y esa voz me hizo recobrar la compostura.
—¿Estás mejor? —volvió a preguntar, frunciendo el ceño.
Me quedé petrificada ante la escena, clavase las uñas en la palma de las manos para asegurarme de que no era un sueño. Mis ojos recorrían su rostro, sin poder apartar la mirada, las lágrimas mantenían mis ojos humectados. Abrí la boca para decir algo, pero solo logré enmudecer.
Demian comenzó a mirarme también, pero su expresión mostraba confusión. Parecía no saber quién era.
—Bueno… me tengo que ir —dijo finalmente.
Trato de esquivarme y salir al pasillo, pero lo detuve de la manga de su camisa obligándolo a voltear.
—¿Qué significa esto? —supliqué con la voz entrecortada. Demian trató de zafarse de mi agarre, pero no lo solté—. ¿Por qué estás aquí? ¿Cómo llegaste?
El castaño me tomó de la muñeca y, con un ceño serio, se zafó de mí a la fuerza. Casi al instante en que se liberó, volví a sujetarlo, esta vez del torso de su camisa de cuadros.
—Por favor, por favor, dime qué es esto… Demian.
—No entiendo tus preguntas. ¿Te conozco de algún lado? —preguntó, tratando de alejarse poco a poco.
No me reconoce, pensé con angustia.
—¿Acaso no me conoces? Soy Daena, Daena Song —exclamé con un hilo de voz. Me sujeté fuertemente de su camisa, ignorando todos sus intentos de retirarme—. Tal vez no me reconoces porque me veo distinta, ¿verdad? —sonreí con tristeza—. Pero mira, esta soy yo, ¿te acuerdas de mí? —abrí mi celular y le mostré mi fondo de pantalla: una foto de ambos en el pueblo—. Esta soy yo, por favor, recuérdame. Soy Daena, soy Bunny.
Comencé a sollozar más fuerte mientras él seguía intentando apartarse de mí. Todos en la sala comenzaron a mirarnos de manera extraña, y él les pedía con señas que lo ayudaran.
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Editado: 24.09.2024