My rommate is... a boy!

Capítulo diecinueve

«Tienes que decírselo a tus padres». Tengo que decírselo a mis padres.

El teléfono sonó, era la videollamada nocturna que siempre hacia mi madre. «Tengo que decírselos». Me recordé cuando tomé el teléfono en mis manos, alejé la cara de pánico que tenía desde hacia minutos, respiré hondo, y atendí la llamada.

El rostro de mi madre apareció del otro lado, esta vez estaba acompañada de mi padre, ambos estaban sentados en el comedor, portaban una radiante sonrisa en el rostro, y por las mejillas de mi madre todavía surcaban sendas lágrimas.

Cielo–saludó mi madre, con la voz algo tomada por el sentimiento, pero aún así sonaba feliz–, ¿cómo estás? –preguntó mientras miraba hacia arriba y con una mano se abanicaba.

La miré ligeramente preocupada.

–¿Mamá, estás bien? ¿Qué sucede?

Mi padre empezó a negar con la cabeza.

Descuida, es que hace un rato acaba de llegarnos esto.

Mi padre se levantó de la mesa, desapareció un momento de la cámara, escuché como revolvía un par de cosas en el fondo y regresó, llevaba consigo una carta. El sobre era un delicado color crema, brillaba un poco, en la parte de atrás venía el nombre de mis padres y por la parte de enfrente, donde hacia unos momentos el sello seguía intacto, había pegado con silicón un pequeño adorno hecho con flores falsas que simulaban flores secas. Abrió el sobre y sacó una tarjeta que me mostró a través de la pantalla de la cámara.

Sr. y Sra. Hayes

Es de nuestro agrado informales, a través de esta carta, que el próximo viernes 27 de septiembre, se llevará a cabo una cena en la casa de la familia Abrams, con motivo del anuncio de las próximas nupcias.

Esperamos contar con su asistencia,

Atentamente

Ivy Hayes y Sean Abrams.

Mi padre apartó la tarjeta de la cámara y vi, mi madre aun tenía pequeñas lagrimas recorriendo su rostro, y no paraba de repetir una y otra vez: «Mi bebé, mi niña se va a casar», y mi padre, que hasta hacia unos segundos era el único que mostraba tener sus emociones bajo control, soltó un pequeño suspiro, el cual salió entre cortado mientras pasaba un brazo por los hombros de mi madre y la atraía hacía él y le daba un pequeño beso en la cabeza y con la mano frotaba su brazo.

No podía decirles, por lo menos no ahora. No quería hacerlo por mensaje, era algo que se debía hablar en persona, pero por lo menos podía decirles una verdad: que Ellie ya no iba a venir a la escuela. Antes de la llamada me había estado preparando para responder a toda clase de preguntas que pudieran surgirle a mi madre: «¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Problemas familiares, económicos?», y mi intención era no responder sus dudas. En un principio había pensado en contar una mentirilla verdadera, ya sabes; cuando cuentas una verdad disfrazada en una mentira, pero el punto de esto era enfrentarme a la realidad, no retorcerla más de lo que ya estaba.

Solté un suspiro. Pero no podía hacerlo, por lo menos no ahora. Ver a mis padres, sonriendo de aquella forma, con orgullo y una felicidad autentica, algo que no veía desde hacia tiempo, me hizo darme cuenta de que no quería empeorar las cosas, por lo menos no por ahora. Era el momento de Ivy y Sean, era su turno de ser felices, y no podía arruinarlo por un secreto que debí de haber dicho desde hacia meses.

¿Vendrás, verdad cielo? –quiso saber mi madre, quien me miró con unos brillantes ojos cafés, debido a las lágrimas, llenos de súplica.

Sonreí un poco y asentí.

–Claro que estaré ahí–mi madre empezó a dar palmaditas de alegría–. Ivy me lo contó el fin de semana–aclaré–, y me amenazó con matarme si me negaba a ir con ella el jueves por la tarde–mentí.

El único que no parecía de acuerdo al cien por cien con la idea era mi padre, quien farfullo un poco sobre la poca consideración que mi hermana tenía por mis estudios. Pasamos lo que quedaba de la llamada tratando de convencerlo de que nada pasaría si me ausentaba sólo un día.

Estará de regreso el sábado por la tarde… Incluso podría irse el domingo en la mañana–aventuró mi madre–. Cielo, no deberías estar discutiendo conmigo, va a ser la cena de compromiso de tu hija, deberías estar agradecido de que toda la familia se va a reunir y que se va a hacer más grande–empezó a regañarlo–. ¿El otro día no me dijiste que querías jugar con tus nietos en la casa de campo? Pues si no dejas de enfadarte porque Kassia faltará sólo un día a la escuela, dudo mucho que puedas jugar con tus nietos en un futuro porque Ivy estará molesta contigo por no haber dejado que su hermana menor no viniera a su cenca de compromiso–sentenció mi madre, molesta.

Mi padre volteó a verme, buscando ayuda, pero yo estaba igual de extrañada que él. Hay una cosa que mi madre defenderá a capa y espada, la única razón por la que en verdad mataría: la familia. Para ella, nosotros, las reuniones de fin de mes, salir a comer los fines de semana, usar ropa a juego para las fotos de navidad, era lo que más le gustaba. Era una mujer familiar, que vivía y moría por los suyos, y quien se interponía con aquella añoranza hogareña, merecía la muerte. Aunque claro, no mataría a mi padre por no dejara que una de sus hijas viniera. O al menos eso espero.




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